El 2020 ha venido con toda a decirnos que algo no está funcionando, que lo que veíamos con color de rosa detrás de nuestros smartphones, filtros de Instagram y vídeos de tiktok es una realidad para una porción muy pequeña de la población, que nos podemos dar el gusto de decidir sí comer en la casa o a domicilio, que podemos decidir sí tomar un taxi para ir al trabajo o montarnos en nuestra moto o carro y evitarnos la fatiga de buscar quien nos transporte; el 2020 vino a exponer la dura realidad de la desigualdad, el hambre y la miseria.
Desde mi casa, entre horario laboral, y posterior a leer una columna sobre los privilegios y desigualdades, mi mente comienza a recurrir a infinidad de preguntas, a buscar respuestas, a tratar de analizar lo que está sucediendo, y quizás, a darme cuenta de una gran cantidad de verdades que tratamos de esconder, que omitimos de nuestra rutina para no sentirnos culpables, esa realidad de las grandes mayorías de nuestro país que buscan que comer día a día, que no pueden ahorrar, que no tiene acceso a créditos y mucho menos a opciones de formación para entrar en el mal llamado “ascenso social” que te permite la educación formal. Peor aún, y la realidad que más evitamos, es la de esa minoría que se encuentra peor a la ya mencionada, sí bien los números porcentuales pueden ser “bajos”, las cifras en cantidades y bajo las condiciones en que viven lo hace supremamente alarmante, me encuentro hablando de las personas que viven en extrema pobreza, esas que en las zonas más altas de las comunas de Medellín se alimentan con periódico y agua calentada en leña, esas que tener una comida al día es motivo de agradecimiento, esas mismas que viven al norte del país y mueren por inanición (obvio tenía que mencionar al hermoso departamento de la Guajira).
El Coronavirus, y para ser más preciso, el aislamiento social como método para evitar la propagación el virus ha tenido un efecto colateral hoy imposible de ignorar: se ha expuesto el hambre.
Y acá entramos a la idea principal de estas letras tan antojadas, el coronavirus y el aislamiento no han creado la crisis económica y social actual, y mucho menos ha sido la responsable de la aparición del hambre, esa realidad siempre ha existido, pero hoy, por motivos obvios se ha puesto en evidencia. Con esto no quiero decir que la situación socioeconómica de muchas familias no haya cambiado, lo que sería un error afirmarlo, es claro que el desempleo aumentó, que los ingresos por familias se han reducido drásticamente y que quienes se han visto más afectados a sido esa capa de la población que vive al día o a la quincena; pero, lo que sí estoy afirmando, es que el hambre siempre ha existido y que hoy en tiempos de coronavirus se expone de manera evidente.
Han comenzado las protestas, los trapos rojos como símbolo de la necesidad y el hambre se ve en balcones y ventanas, puertas y techos de cartón, ese símbolo que contiene además un alto grado de resistencia, que trasciende el pedido de un plato de comida, es un trapo que exige mejores condiciones de vida, acceso al trabajo, pan y techo.
Seguramente sí pasas por un barrio popular vas a encontrarte con esos trapos rojos que normalmente usaban personas para ayudarte a parquear y luego pedirte algo de dinero a cambio y vas a decirte: ahí tienen hambre, sin embargo antes posiblemente allí también existiera el hambre, y ni que decir de los lugares que habita la gente y que ni podrían llamarse barrios, esos que ni registro tienen, allí seguramente siempre ha existido el hambre, pero antes no andaban gritándolo y exponiéndolo públicamente, es ahora, en tiempos de coronavirus, que toma protagonismo.
Ha de ser necesario aprovechar la situación para cuestionar el mundo en el que vivimos, que nos bombardea de información y nos muestra las supuestas posibilidades que tenemos, los lugares que conocer y los gustos que nos tenemos que dar, y al mismo tiempo nos esconde la realidad más común, la de las grandes mayorías que están expuestos todos los días a hacer maromas para tener un plato de comida, o a los que ni ese plato de comida les llega. Por esto es necesario darle perspectiva a los trapos rojos, que la reivindicación por un plato de comida trascienda al tiempo del coronavirus, que el plato de comida sea sucedido por el deseo y la lucha por un mundo más igualitario, y que se redistribuya la riqueza, en el que una noche, una sola persona que se acueste sin comer sea suficiente motivo para reemplazar nuestros símbolos patrios por un trapo rojo en el asta principal de la plaza pública.