¿Éxito y felicidad?… ¿En serio?

La felicidad parece ser, de forma sutil, una de las promesas de la sociedad moderna. La formación académica para convertirse en profesional o persona respetable, el acceso al trabajo con buena remuneración, y la posibilidad de, eventualmente, adquirir una vivienda propia había sido posible hasta hace algunas décadas. No obstante, el presente que tenemos no es necesariamente así.

Ser profesional en alguna disciplina de una universidad pública o privada no es sinónimo de éxito ni de estabilidad económica. Muchos de nuestros padres, tenían el diploma enmarcado en la sala, o en la oficina de su trabajo, o en algún lugar visible. Muchos de nosotros, lo tenemos por ahí guardado, para cuando sea necesario mostrarlo, más como requisito, que como mérito.

Incluso, ni siquiera estudiar parece ser una estrategia rentable. Ante la masividad de estudiantes universitarios que se ha venido dando desde los últimos años, la competitividad y un mercado laboral incierto y cambiante, no le asegura el puesto a nadie. Todo cambia de forma acelerada. La incertidumbre y “la capacidad de adaptación” parecen ser herramientas cada vez más demandadas en los procesos de selección de las empresas.

Ni siquiera los que laboran hoy día pueden sentirse seguros, la presencia de los contratos por prestación de servicios han cambiado la forma en cómo las personas se relacionan con el empleo. Y si bien, trabajar sigue siendo visto como algo necesario, hoy en día no está provisto de la “ilusión” de otros años.

Se nos insistió que la educación sería el arma con la cual aseguraríamos nuestro futuro; que saltaríamos las brechas laborales que oprimen a “todas las personas que no estudian”. Y aún así, para quien estudia una profesión, el empleo que desea o puede realizar no está precisamente garantizado. Así debe adaptarse a las demandas de un mercado ávido de utilidad, pragmatismo, y en muchas ocasiones, referencias.

Ni siquiera ser un buen estudiante garantiza el éxito de una persona. Actualmente, tienden a pesar más las “habilidades blandas” de las personas, la inteligencia emocional, la capacidad de gestionar las emociones, y de hallar “redes” valiosas, que permitan a la persona ser validada o referenciada por otros. Si realmente, intentar “ser el mejor” no garantizaba el éxito, tal vez hubiera sido mejor, mientras era estudiante de universidad, pasar menos tiempo preparando parciales, y más aprendiendo a ser sociable y empático con mis compañeros.

Y bien, el presente es incierto, y al menos en mi experiencia, mayor preparación no garantiza el éxito económico o social. Ninguno de nosotros, intuía lo importante que se volvería la salud mental y las habilidades blandas en el ámbito laboral, la verdad, insisto, de haberlo sabido me hubiera dedicado a coger menos materias, meterme a cuanto grupo social hubiera, y el resto del tiempo pasarme yendo a psicólogos para volverme más estable y “resiliente”.

No obstante, no me lamento por las nuevas circunstancias, y tampoco busco culpables porque sé, que la fórmula de la educación y la dedicación le funcionó a nuestros padres. Nosotros tendremos que hallar otras herramientas para surcar el nuevo panorama lleno de corrección política, evasión del conflicto, incertidumbre e individualismo a más no poder. Trato de ser optimista pero el futuro se ve brillante, pero no con el brillo del sol, sino de luces artificiales dentro de un centro comercial.


 Todas las columnas del autor en este enlace: Camilo A. Vargas Garrido

Camilo A. Vargas

Sociólogo de la Universidad de Antioquia. Actualmente, residiendo en Nueva Zelanda

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