Ad portas de una nueva campaña electoral al Congreso de la República, reaparecen con fuerza los discursos cargados de promesas, las sonrisas ensayadas y los compromisos con las comunidades. Pero, como ya lo hemos vivido tantas veces, detrás de las vallas publicitarias y los lemas de campaña, se esconde un drama mucho más profundo: el uso decorativo de la ética y la traición sistemática al mandato ciudadano.
La ética no puede seguir siendo un adorno en los discursos ni una palabra vacía que se desempolva cada cuatro años. La política requiere, hoy más que nunca, de hombres y mujeres con convicciones firmes, con carácter y con la valentía suficiente para decirle no a la corrupción, al clientelismo y al juego de favores. No se trata de levantar banderas oportunistas, sino de asumir con responsabilidad el deber de representar y defender el interés colectivo, aún cuando eso signifique incomodar a los poderosos.
Cuando se cambia la dignidad por favores, y se prefiere el silencio cómplice al deber del control político, no solo se deshonra el cargo, sino que se traiciona al pueblo. Es entonces cuando la comunidad queda a merced del abandono, la desilusión y el desencanto generalizado hacia lo público.
Hemos llegado al punto en que algunos representantes ya no ejercen su labor como vocación de servicio, sino como un negocio rentable o un medio para garantizar su permanencia en el poder. Se eternizan en los cargos, se atornillan a las curules y se creen dueños de una silla que solo les fue prestada por el pueblo y por tiempo limitado.
La política necesita renovación, sí; pero más que rostros nuevos, necesita conciencias limpias. Necesita ciudadanos decididos a no vender su voto, y candidatos dispuestos a no comprarlo. Necesita congresistas que comprendan que el poder no es para servirse, sino para servir. Porque los cargos públicos son temporales, pero el juicio de la historia —y de las nuevas generaciones— será implacable y permanente.
Hoy, más que nunca, debemos recordar que no hay transformación social sin integridad personal. Que quien no defiende la verdad desde la campaña, no lo hará desde la curul. Y que la esperanza de un país mejor no nace en las urnas, sino en la conciencia ética de cada votante y cada candidato.
Las elecciones que se avecinan no solo definirán quiénes nos representarán en el Congreso, sino también el rumbo ético de nuestra democracia. Que no nos gane la indiferencia, ni la costumbre de votar por los mismos de siempre. Que no se repita la historia del desencanto. Que esta vez, elijamos con la cabeza, con el corazón y, sobre todo, con dignidad.
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