Si la UdeA se considera como una representación a pequeña escala de las fuerzas que regulan el orden social, el reciente proceso de designación rectoral, tan mediado por la politiquería, una atmósfera de miedo y estigmatización ha sacado -y de eso no me cabe duda- lo peor que habita en un campus que se precia de ser el mayor proyecto social y cultural en la historia antioqueña.
Desde diciembre de 2023 decidí cubrir el proceso de designación en la UdeA, lo hice motivado por el profundo amor que siento por mi Alma Mater y porque el proceso que se surtió en el año 2021 -en el que el rector John Jairo Arboleda se impuso sin dificultad- se caracterizó por la falta de debate, foros públicos y contraste entre las candidaturas.
Ahora bien, muy a mi pesar considero que el actual proceso no se ha caracterizado por poner en el centro de la discusión las grandes problemáticas de la Universidad.
A pesar de que los foros sí han permitido conocer la visión de los candidatos y candidatas en relación a la sostenibilidad de la Universidad y además han posibilitado pasar revista sobre la gestión del candidato-rector y algunas candidaturas que ya se han desempeñado en cargos directivos -como vicerrectores y decanos- , en mayor medida, eso se ha visto opacado por estrategias de estigmatización, desinformación, presión y hostigamiento.
Debido al enorme peso que en la designación tienen fuerzas externas a la vida universitaria, el proceso previo, conducente a una consulta “simbólica”, se terminó degradando en campañas coordinadas de desinformación y estigmatización, ante las cuales, algunos candidatos y candidatas han guardado silencio. Convirtiendo un proceso que desde siempre se ha cuestionado en sus alcances “democráticos”, en una campaña cercana a las formas y métodos más repulsivos de la politiquería tradicional.
Para retratar el asunto, un colega que “prefiere no ser citado por temor a represalias” me suele insistir en que algunos candidatos y candidatas se comportan como politiqueros en campaña, tienen maestría o doctorado, pero se comportan como politiqueros, al fin de cuentas.
Sustraer el proceso de su dimensión académica ha conllevado a que en los pasillos de la Universidad prime una atmósfera de silencio y miedo, porque el candidato-rector, con la ventaja que le otorga detentar el poder, tiene amplia libertad para presionar y acomodar intereses inmediatos.
Cada día me llegan versiones sobre presiones indebidas y chantajes confeccionados a la medida de los intereses del continuismo, pero ¿alguien denuncia?, no, nadie lo hace, y quien se atreve a evidenciar esa atmósfera -como lo hice en una reciente columna-, queda condenado a vivir en la “sospecha” o reducido a la condición de “mandadero”.
Lamentable que en la UdeA la libertad de opinión para aquellos que se atreven a firmar con nombre propio se vea mancillada a la mera caricatura del “mandadero”, como si quienes opinamos no tuviéramos la capacidad para construir un criterio autónomo sobre un asunto público; lamentable que en la UdeA los cuestionamientos al poder se queden en el rumor de pasillo porque la “dictadura del estómago”, el temor a perder el cargo o el favor inmediato del poder, echen por el suelo la posibilidad de pensar el futuro de la Universidad.
Y la cereza del pastel no es otra que los dilatados y cuestionados resultados en un proceso de consulta simbólica donde el candidato-rector arrasó. Si para algunos esa consulta de por sí es ilegitima porque no se ajusta al canon de lo que debería ser una verdadera democracia universitaria, la más reciente, con su demoras, excusas y procedimientos opacos, queda bastante lacerada y, desde mi perspectiva, carente de fundamento. Algo de razón le da a quienes no le caminan a la consulta y justifican su abstencionismo activo.
Creería, en contravía de los cuestionables resultados de esa consulta, que la UdeA merece más. Ojalá desde una propuesta que abogue por eliminar las prácticas que han degradado el actual proceso de designación; que piense en una Universidad para el futuro y no en la subasta de puestos; que no tenga temor en cuestionar -desde una necesaria capacidad de autocrítica- los alcances problemáticos de la figura del rector-candidato.
Muy a mi pesar, es algo que, por el momento, no veo en el horizonte.
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