Estamos dejando el país a la deriva…

#LaOpinionDeColmenares.

Colombia se está deslizando hacia un abismo construido por nosotros mismos que no es súbito ni silencioso: es ruidoso, agresivo, visible en cada conversación, en cada red social, en cada manifestación política que inaugura la campaña para elegir congresistas y presidente. Lo que antes era una discusión sobre ideas hoy se degradó en insultos, etiquetas y desconfianzas absolutas. Y aunque muchos fingimos sorpresa, lo cierto es que este deterioro es la consecuencia lógica de la polarización alimentada desde todos los frentes.

Lo más inquietante es que esa polarización, que están vendiendo como el “despertar de la conciencia política”, terminó convertida en una bajeza absoluta. El debate se volvió un muladar donde nadie escucha, nadie argumenta y nadie reconoce que la otra orilla existe. Y mientras unos y otros se enfrascan en demostrar quién odia más al adversario, los problemas reales del país se acumulan como una deuda moral que tarde o temprano tendremos que pagar.

La polarización, en lugar de ser un síntoma, se volvió un mecanismo perfecto para que no se pueda resolver ningún problema. Cuando una sociedad se obsesiona con derrotar al contrario, también está renunciando a mejorar sus condiciones de vida. Ninguna reforma estructural puede nacer en medio del insulto. Ningún acuerdo nacional puede construirse cuando la mitad del país siente que la otra mitad es enemiga. Evitando que juntos es como podemos resolver los problemas.

Y así han crecido generaciones enteras. Por eso no me sorprende que mucha gente joven esté rechazando el sistema. No porque sean “rebeldes sin causa”, sino porque ven que este juego político no resuelve nada: ni el desempleo, ni la desigualdad, ni la corrupción, ni la crisis de salud, ni la inseguridad, ni la violencia rural que nunca ha desaparecido del todo. Crecieron viendo la politiquería convertida en espectáculo, y ahora, cuando tienen la oportunidad, simplemente buscan derrumbar lo que consideran un edificio podrido.

El problema es que en ese acto de rechazo natural muchos están abrazando opciones radicales sin entender lo que implican. He visto jóvenes apasionados defendiendo modelos autoritarios como si fueran soluciones mágicas, sin tener experiencia alguna de lo que significa vivir bajo un régimen que cancela libertades, castiga la disidencia y convierte las instituciones en juguetes de una sola persona. No conocen ese riesgo porque nunca lo han vivido. Su apoyo no es un deseo de dictadura; es, más bien, una expresión desesperada de frustración. Aunque también he visto jóvenes universitarios vendiendo el voto el día de las elecciones.

Frente a esa realidad, lo que noto es ignorancia sobre lo que realmente significa el autoritarismo. Se cree que es eficiencia, que es mano dura, que es “poner orden”. Pero la historia muestra que el autoritarismo nunca llega solo, sino con censura, persecución, miedo, erosión institucional, y cuesta décadas recuperarse.

Lo digo con preocupación honesta: si no corregimos el rumbo ahora, antes de que avance esta campaña política que promete ser la más agresiva de nuestra historia reciente, podríamos quedar atrapados en un escenario donde el odio reemplace a la deliberación y al argumento.

Por eso no podemos seguir alimentando esta espiral. No podemos permitir que la incapacidad para dialogar nos lleve a entregar el país a los extremos que solo prosperan cuando la sociedad se fractura. No podemos permitir que el ruido impida ver lo evidente: Colombia necesita soluciones prácticas, no guerras culturales interminables.

La polarización no se va a evaporar sola. Tenemos que desmontarla con actos cotidianos, con autocrítica, con exigencia ciudadana, con participación seria. Y, sobre todo, entendiendo que la democracia, con todos sus defectos, sigue siendo el único sistema que permite corregir sin destruir.

Hoy, más que nunca, me niego a normalizar el odio. Me niego a aceptar que la única forma de hacer política es a través del grito y las ofensas. Me niego a entregar mi país a la irracionalidad que algunos disfrutan porque les da poder.

En los actuales momentos Colombia merece más. Y ya tenemos que empezar a actuar, antes de que sea demasiado tarde para reclamar lo que dejamos perder por culpa de nuestra indiferencia.

Y como dijo el filósofo de La Junta: “Se las dejo ahí…”

Luis Alonso Colmenares Rodríguez

Me he desempeñado como Subcontador General de la Nación y Contador General de la Nación; Presidente del Consejo Técnico de la Contaduría Pública; Presidente de la Junta Central de Contadores y Asesor de Entidades territoriales en temas relacionados con la hacienda pública, control público, contabilidad pública.

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