“una broma cruel que el destino le había jugado”
Bajó las escaleras hasta que llegó a la calle, vio como el tráfico ya empezaba a congestionarse, salió a la calle para cruzar la pista.
Entonces; sintió un golpe en el costado izquierdo del cuerpo; y todo se nubló alrededor.
Por fin despertó; lo primero que vió fue el techo blanco, y un murmullo que venía de los pasillos, sentía el cuerpo adormecido.
- Buenos días señor Rodríguez
Levantó la mirada y vio la plácida imagen de una amable enfermera.
- Sufrió un accidente, un automóvil lo atropelló, y por desgracia se fracturó el hueso coxal, la tibia y el fémur, estará aquí por un tiempo.
Llegó la noche, y su mente se llenó de imágenes. Recordó la noche anterior, en la que había recibido una gran noticia: su aceptación en la compañía a la que tanto había tratado de ingresar, recordó las horas de insomnio por la emoción del sueño cumplido, y la sensación de que al fin su suerte empezaba a cambiar.
Javier se sintió profundamente contrariado, sintió que no debía estar en ese hospital, y que su situación actual era solo una broma cruel que el destino le había jugado, en el día que debió ser el más feliz de su vida
Los días pasaron y Javier se vió obligado a habituarse a la tediosa rutina hospitalaria: despertarse todos los días a las 6:00 de la mañana para tomar las medicinas, desayunar a las 8:00 a.m.,a las 12:00 de la tarde el almuerzo; y luego toda la tarde de un insufrible aburrimiento.
Esa tarde, la enfermera que lo llevaba hasta el patio no llegó, Javier la esperó unos minutos, pero después, con impaciencia iracunda, a duras penas, se subió a la silla de ruedas; llegó al patio, y como de costumbre a esa hora, muchos pacientes disfrutaban la brisa fresca de otoño.
Estuvo unas horas en el patio lamentándose de su suerte.
Cuando oyó esa sutil voz:
- Hola, eres nuevo aquí
Y la vió
La silueta de una mujer joven y delgada sobre una silla de ruedas, con una bata blanca, un pañuelo floreado en el cabello, piel rosada, y una sonrisa simpática que le sustrajo de su enojo.
- Hola, ssi…si, llegué hace unos días – Dijo Javier, algo nervioso.
- Yo soy Lucía, ¿cómo te llamas tú? – Dijo ella, inclinando la cabeza con gesto agraciado
Javier no soportó los ojos grandes de Lucia sobre él, y bajó la cabeza por un instante.
- Yo soy Javier.
Después de unos días, y gracias al cálido otoño de ese año, el ánimo de Javier fue cambiando poco a poco; Javier y Lucía pasaban cada vez más tiempo juntos, siempre al costado de aquella pequeña pileta.
Javier supo que Lucia llevaba casi un año en el hospital, tenía una rara enfermedad, aparentemente en etapa inicial, y que se estudiaba un posible tratamiento en el extranjero.
Había días en los que Javier simplemente amanecía intratablemente agriado; pero, el solo hecho de ver a Lucia esperándolo, lo cambiaba por completo; y mientras se acercaba lentamente en su silla de ruedas, el enojo se disipaba.
Una tarde, de agradable charla, Javier notó que Lucía parecía jugar con algo en las manos; Javier, motivado por su habitual impaciencia lo tomó sorpresivamente
- ¿Qué es esto? – Dijo Javier
Era una pulsera de plástico y cuerdas de lana a medio terminar
- ¿Es para tu novio? – dijo Javier, un tanto celoso
- No, es algo que hago para mi, es algo especial, mi madre me manda las cuerdas de lana, para mí, hacer esto, es algo que me hace sentir cerca de ella
Javier sintió vergüenza de habérselo arrebatado de esa manera
El ambiente se puso más frío, y todos los pacientes ya abandonaban el patio.
Lucía tosió: – Mañana debes traer algo que yo pueda ver, algo que sea especial y personal, ya que tu viste algo mío muy personal
Javier asintió con la cabeza, y al hacerlo se sintió aliviado.
Toda la mañana siguiente, Javier estuvo pensando en que debería llevar, miles de cosas pasaron por su mente, y se dió cuenta que; no tenía algún objeto en especial, y eso le llenó de una tristeza, una tristeza extraña que no recordaba haber sentido antes.
Llegó la tarde; Javier salió hasta el patio, pensando en algo que decirle a Lucía; llegó con inusual rapidez hasta la pileta.
Esperó por media hora; luego una hora; dos y tres.
Hasta que el frío inundó todo el patio
Javier trató de soportar todo el tiempo posible; hasta que una enfermera salió, y lo llevó dentro.
Llegó el siguiente día, y ella no llegó
Y el día siguiente tampoco
Por las noches; cuando no podía dormir, Javier pensaba en averiguar qué le había pasado a Lucía, entonces, un sentimiento necio de orgullo se apoderaba de él, y negaba cualquier posibilidad de buscarla.
Javier salía todos los días al patio, con la esperanza negada de verla.
Pero ella no regresó.
Pasó el tiempo; y Javier por fin estuvo completamente recuperado, ya podía caminar y se sentía muy bien, su médico sólo le recetó algunas medicinas.
Camino a la salida, pensó que debía visitar a Lucía, después de todo era la única que se animó a hablarle, pensó que era justo saber cómo seguía.
Llegó hasta el pasillo del que Lucía siempre venía; ingresó, y la busco entre los pacientes y las camillas; pero no pudo hallarla.
Pensó que tal vez, sí la llevaron al extranjero, así que decidió marcharse.
Ya salía por donde ingresó; cuando notó algo; una enfermera que tomaba apuntes, tenía algo en la mano, era una pulsera ¡era una de las que hacía Lucía!
Con alegría, se acercó a la enfermera
- Hola, ¿dónde está Lucía?
La enfermera lo miró
- ¿Usted es familiar?
- No, solo soy su amigo
La mujer miró a Javier, y su rostro de desarmó
- Ella murió…
Su cuerpo pareció endurecerse, y una sensación dolorosa de vació se colgó en el pecho de Javier. No respondió nada, solo se sentó en una de las sillas, y vió como el piso se iba empapando poco a poco con sus lágrimas.
La enfermera le dió a Javier una bolsita de plástico
- Lucía hizo pulseras para todos sus amigos aquí, tal vez tu nombre esté aquí.
Javier buscó entre la bolsa; en cada una de las pulseras había un nombre y una palabra: felicidad, paz, sueños, metas.
Y entonces lo encontró:
“Javier- Esperanza”
Cuando salió del hospital, gracias al paso fugaz de esa chica, Javier supo que había cambiado para siempre, ese día descubrió que por fin tenía un objeto especial; y que era tiempo de sentir eso que llamaban esperanza.
Comentar