“El paro armado tal cosa”, me comentó alguien, y ni siquiera recuerdo qué me dijo en ese momento sobre el tal “paro” porque ni siquiera sabía de qué hablaba. Abrí un chat familiar y leí algunos mensajes que decían cosas sueltas: “En Montería ya van 8 muertos”, “La vía Medellín-Caribe está cerrada, quemaron carros y tractomulas”, “todo está a nombre del Clan del Golfo”, “por la extradición de Otoniel”. Abrí las redes y empecé a buscar sobre el tal “paro armado”, hablé con algunos amigos y familia que, en efecto, estaban en medio de sus últimas horas de “permiso” para aprovisionarse porque “la orden” era que todos debían encerrarse, nadie podía estar en la calle, ningún negocio podía prestar servicio, y todo eso “hasta el lunes”.
Los reportes eran surrealistas, por decir lo menos. Miraba a través de la ventana del taxi en el que me desplazaba, todo en “orden”. Volvía a abrir las redes, los chats, y ahí seguía el tal “paro armado”. “Confirmada la reservación, nos vemos mañana a las 6PM”, decía un chat en el que estábamos coordinando un plan de viernes por la tarde, y mientras tanto, en otros chats, cualquier plan de viernes por la tarde era algo imposible para ese viernes, o para ese sábado, incluso para el domingo, sin importar que era el segundo domingo de mayo, el clásico “día de las madres”. Era jueves, empezaba a lloviznar en Bogotá y el tráfico estaba insoportable, como de costumbre. Si hubiera un “paro armado” seguramente no habría carros en la calle, todos tendríamos que estar encerrados, pero no, ese tal “paro” no existe.
En la noche de ese mismo día, en las redes sociales, había montones de comunicados reposteados en los que se leía que “la Institución Educativa XXX informa…”, “la empresa de aseo XX comunica…”, y en ese orden, toda la institucionalidad de las zonas en las que había un tal “paro” suspendían sus actividades y la prestación de servicios “por las afectaciones de orden público recientes”. A esa hora, en efecto, ya miles de personas en varios departamentos del país estaban cumpliendo su “toque de queda”, y solo les quedaban las redes sociales desde su lugar de encierro, en las que se dedicaban a compartir comunicados de distintas entidades que reportaban el cese de sus actividades. “Hablé ahorita con tu tía, me dijo que no hay un alma en la calle”, me comentó mi mamá desprevenidamente en medio de una conversación telefónica. Para ella, como para mí, que habitamos una de esas Colombias donde el tal “paro” es una cosa de las redes, las consecuencias del tal “paro” son historias que otros cuentan, a pesar de que estemos hablando en presente.
Volvía y repasaba los comunicados, y aunque ya nada puede asombrarnos lo suficiente en este país, esa parte de mí que se niega a normalizar lo que a estas alturas no debería sorprendernos, seguía pensando en la contradicción que somos como país. Unos actores ilegales “decretan” un “paro” y toda la institucionalidad, acto seguido, se “acoge” al paro. Visto así, a través de una lógica tan obvia, la realidad raya en lo bizarro, mientras nuestra “institucionalidad” sigue siendo eso que mencionamos en discursos y ponemos sobre el papel cuando nos referimos a nosotros mismos como país. En la práctica, la realidad es un poquito más compleja que la simple lógica, y necesitamos un análisis más orquestado para entender justamente lo que no funciona en este país: las soluciones de papel que se dan a una población que padece las problemáticas de verdad, las que no se solucionan con metodologías impecablemente aplicadas, teorías suficientemente desarrolladas y análisis extremadamente elaborados.
“¿Sí has visto lo del paro ese?”, me pregunta alguien, y en mi cabeza solo se queda el “ese”, que denota algo lejano y, si nos alejamos lo suficiente, algo inverosímil que difícilmente cabe en el presente de algo que está ocurriendo en paralelo, bajo un sistema social de un país en el que se supone que todos vivimos. Ya es viernes, y en efecto, el plan de viernes sigue en pie. El día está un poco nublado, llueve un poco, escampa, se despeja el cielo, y la vida transcurre como si nada de este lado de Colombia. Allá, en los otros lugares esos, siguen reportando sobre un tal “paro”. Acá, en Colombia, en la que administra y dice qué hay que hacer, hay carros por todos lados, gente por todos lados, bares y restaurantes llenos.
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