“Yo por mi parte, prefiero que me digan hijueputa a que me digan poeta, creo que tal palabra me acerca más al lugar al que pertenezco, me hace tener los pies en la tierra, me hace clavar la mirada en los libros durante más tiempo, me incita a indagar en mis entornos con humildad y atención”
Compartir con otros lectores es una necesidad imperante.
Comencé a escribir estas columnas con la esperanza de labrarme una reputación más o menos respetable y para lidiar con los síntomas de mi resaca literaria, -que no deben confundirse con un bloqueo literario-. Desde hace meses vengo recuperándome de la publicación de mi primer libro. Años de escritura y correciones condensados en un objeto que con el paso de los días y el enfriamiento de los afanes, se hace distante y a veces extraño.
El hecho unívoco de quedar a la merced de todo tipo de lectores, habitar en la indiferencia de los «expertos», el aplauso de los tontos y la mordaz crítica de los que no leen la obra. «Poeta», «escritor» títulos solemnes y altisonantes que se entregan, a veces con genuina admiración, y otras, como una mera formalidad social. Yo por mi parte, prefiero que me digan hijueputa a que me digan poeta, creo que tal palabra me acerca más al lugar al que pertenezco, me hace tener los pies en la tierra, me hace clavar la mirada en los libros durante más tiempo, me incita a indagar en mis entornos con humildad y atención, casi como lo haría un hijueputa poeta.
Los versadores, los narradores del tedio y los filósofos de vecindario llenos de dudas y abstracciones, confrontamos lo concreto de una vida de exigencias urgentes que se nos ponen por delante. Más allá de la vocación estética, perseguimos anhelos de gloria mientras encubrimos nuestras ambiciones metafísicas en la coraza común de una profesión digna, he aquí una pequeña lista de los escondites más comunes para nosotros: derecho, periodismo, profesorado, historia quizá y una ingeniera entre tantas. Las demás fachadas son más exóticas, pero ejemplos habrá muchos.
Por buscar el pan como cualquier hijo del vecino, nos hemos privado tantas veces del rito y la paz de la lectura. El mundo avanza y a la inmensa mayoría de la población le importa tres carajos si has compuesto un oxímoron que encadena una aliteración en una metáfora que es un intertexto con la mitología griega ¿te quedaste sin dinero para almorzar hoy? pues muy de malas. Mucha suerte encontrando a una chica que esté dispuesta a escuchar tus extrañas teorías sobre el Mito de Sísifo. Nuestras conclusiones críticas, tantas veces vilipendiadas, tantas veces estériles.
Los escritores varios, y los que pretenden serlo. Los que escriben sin leer nada, y los que han escrito una obra valiosa que puede que nunca se publique. Todos harían bien en recalcarse un sencillo principio de irrelevancia. Una inteligencia artificial, un complejo palimpsesto infinito terminará por reemplazarnos. En lo que nos aferramos a la humanidad de nuestra escritura bien haríamos en depurar de ella las inclemencias de nuestro maldito ego y concentrarnos en ¡oh, sorpresa! escribir una obra que merezca la pena. Y el valor de estas búsquedas -que de ejemplos también hay muchos- está mediado por tinta, sudor y sangre, pero por sobretodo, por la vida misma, bien necesario para digerir la realidad brutal y hacer de ella un constructo potencialmente literario. Escribir sin morir en el intento. Sin afanes. Por puro gusto. Porque no hay otra opción.
«No lo hagas.
A no ser que salga de tu alma
como un cohete,
a no ser que quedarte quieto
pudiera llevarte a la locura,
al suicidio o al asesinato,
no lo hagas.
A no ser que el sol dentro de ti
esté quemando tus tripas, no lo hagas.
Cuando sea verdaderamente el momento,
y si has sido elegido,
sucederá por sí solo y
seguirá sucediendo hasta que mueras
o hasta que muera en ti.
No hay otro camino.
Y nunca lo hubo»
Charles Bukowski – ¿Así que quieres ser escritor?
Todas las columnas del autor en este enlace: https://alponiente.com/author/cf-leyva/
Comentar