“Los años acumulados comienzan a darle forma a una extraña ausencia tuya, extraña porque es ausencia-presencia; presencia-ausencia. Estás aquí, en tu cuarto, en tu bicicleta, en tu camiseta del equipo de nuestros amores, en la vecina que fue tu primera novia, en tus libros, en la canción de la radio, en la foto de la sonrisa junto a todos nosotros aquella navidad; pero justamente en esos hechos y cosas de la vida cotidiana sabes no-estar, y no-estar de un modo tan rotundo, que nombrarte o pensar en tu nombre, duele.”
(A dónde van los desaparecidos)
Busca en el agua y en los matorrales
(¿Y por qué es que se desaparecen?)
Porqué no todos somos iguales
(¿Y cuándo vuelve el desaparecido?)
Cada vez que lo trae el pensamiento
(¿Cómo se le habla al desaparecido?)
Con la emoción apretando por dentro.
Rubén Blades
Primero es el desconcierto, luego viene el dolor. Nadie imagina que a una persona, cualquiera que ésta sea, lo vayan a desaparecer. Mucho menos a alguien cercano. ¿Cómo es aquello que no volveremos a verte llegar en la bicicleta, ni cuando la dejas junto a las materas para que mamá te regañe? No lo volviste a hacer. Primero por un par de días que fueron de una tristeza sorda, como cuando uno pierde algo muy querido. Luego comienzan a acumularse los días que es cuando empieza a tomar forma el monstruo. No apareces. Que te mataron dicen unos. Que te fuiste o te llevaron a la guerra, dicen otros. No lo creemos, no eres de guerras, debes estar muerto. Pero muerto no estás, estás desaparecido, y he ahí el monstruo que no se nombra por su nombre durante los primeros años.
Luego comenzamos a nombrarlo, a pesar de que cada letra de una palabra que parece tan inofensiva duele letra a letra: d e s a p a r e c i d o. Los años acumulados comienzan a darle forma a una extraña ausencia tuya, extraña porque es ausencia-presencia; presencia-ausencia. Estás aquí, en tu cuarto, en tu bicicleta, en tu camiseta del equipo de nuestros amores, en la vecina que fue tu primera novia, en tus libros, en la canción de la radio, en la foto de la sonrisa junto a todos nosotros aquella navidad; pero justamente en esos hechos y cosas de la vida cotidiana sabes no-estar, y no-estar de un modo tan rotundo, que nombrarte o pensar en tu nombre, duele.
Otras etapas son quizá peores, porque desde las palabras del odio y la ignominia te asignan el título de delincuente, delincuente en familia de delincuentes. Que no estarías cogiendo café; que tal vez mi mamá te llevó a la Escombrera a botarte como si fueras basura; que bien se sabía de tus malas amistades o de tus ideas retorcidas agarradas en la universidad. O también aquello de “Allá no van a encontrar nada”. Y nosotros que sí, que está bien, que piensen o digan de ti lo que sea, pero que, por favor, ¿dónde estás? ¿qué te pasó? ¿has tenido hambre? ¿y tu salud? ¿cuándo regresas? Que vuelvas vivo, libre y en paz, o que vuelvan aunque sea, tan sólo, tus restos. Y es allí donde se eleva muy alto, en un sitio casi inalcanzable la otra palabra; palabra para cerrar el círculo: Verdad. Se nos hace una palabra de contornos difíciles y abstractos, por más que sepamos bien que muchos saben de tu paradero, muchos que incluso pueden vivir cerca, pero que la guerra enmudeció con una implacable mordaza de horror.
Siempre nos dijeron que a los recién nacidos había que bautizarlos de inmediato porque de lo contrario se quedarían en el limbo. Estás en el limbo a pesar de tu bautismo y no hay ensalmo, rezo, súplica, oración o pila bautismal que te baje de allí. Las toneladas de desperdicios que han depositado sobre ti son la cobarde esperanza del victimario para que no aparezcas nunca. Son extraños los cementerios clandestinos porque suelen ser un cuerpo de tierra hecha de piedras, basura, huesos, árboles, fango, pasto y caminos de olvido.
Pero los años también van trayendo cierta lucidez y espíritu de perseverancia pues se aprende que es el mejor instrumento para enrostrárselo al perpetrador. Que él sí fue. Que él dio la orden, dijo. ¡Como te arde que te lo pintemos en los muros que te apresuras a borrar!
De un día para otro, casi como un milagro, centellea la esperanza: los primeros restos han sido hallados.
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