Aunque es cierto que la ciencia ficción no es el género predilecto para la gran mayoría, considero imperdonable dejar pasar auténticas experiencias que el cine tiene para ofrecer debido a nuestra, muchas veces, imperiosa necesidad de rechazar algo que, creemos, no es de nuestro total agrado.
Cuando vi la primera entrega de Dune, a finales del 2021, no pude ocultar mi inconformidad frente a una historia que parecía no tener pies ni cabeza. Siempre me maravillé con el tema auditivo y visual, pero para ser honesta, tuve que luchar por no quedarme dormida entre escenas. Cuando se estrenó la continuación de esta película el pasado 01 de marzo, a pesar de aquella última decepción, no pude resistirme a verla. ¿La razón? Los comentarios de internautas, amigos y la mismísima crítica especializada la catalogaban como uno de los mejores estrenos del año. Y, bueno, no se equivocaban.
La nueva cinta se desarrolla poco después de los acontecimientos sucedidos en Arrakis, mientras Paul Atreides se une a la tribu de los Fremen y comienza un viaje espiritual y marcial para convertirse en mesías e intenta evitar el terrible futuro que ha presenciado: una Guerra Santa en su nombre, que se extiende por todo el universo conocido.
Denis Villeneuve, más que un impresionante director, es todo un artesano. La belleza de su trabajo habla por sí misma sin llegar a opacar ni por un segundo a sus numerosos personajes. Zendaya es el corazón del filme. Tan solo su mirada cautiva, habla, grita y llora. Timothée Chalamet es sin duda alguna el tan anhelado mesías; intimidante y a su vez vulnerable. Austin Butler consigue congelar a cualquiera con su penetrante mirada; verlo es hechizante, escalofriante y te genera el interés de conocer su psique y la razón de su maldad. Rebecca Ferguson es imponente, impredecible y difícil de leer. Siempre te deja con ganas de más. Y aunque Florence Pugh y Anya Taylor-Joy cuentan con breves apariciones, nos cautivan rápidamente con sus respectivos personajes que, con un poco de suerte, brillarán en una futura tercera parte. Sí, podríamos decir que la mitad de Hollywood está en esta película, pero les aseguro que nadie tiene una participación forzada.
Tenemos entonces un universo cada vez más sólido, emocionante y misterioso. Para algunos hubo una sobrevaloración de la crítica pero yo no tengo argumentos en su contra además del ritmo de su historia que me sigue pareciendo algo lento. Creo que le hace falta un poco de fuerza, tanto a sus diálogos como al arco de sus personajes; algo está fallando cuando en un relato existen tantas muertes importantes y a la audiencia poco le alcanza a afectar.
El director nos regala nuevamente una película contemplativa, en donde hay mayor comunicación corporal que conversaciones verbales y un inmenso foco en la narración visual y en su majestuoso soundtrack en manos del gran Hans Zimmer. Y lo mejor: no es difícil de digerir como sí lo pudo ser la primera entrega debido a su novedad y falta de contexto. La conclusión es simple: ¡véanla! si pueden, en pantalla grande. Les aseguro que incluso aquellos que tanto evaden el género, la disfrutarán como nunca. Regálense la oportunidad de vivir la fascinante travesía que Dune: Parte Dos tiene para ofrecer.
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