Si de señalar se trata y quisiéramos encontrar al primer responsable por la situación que hoy atraviesa Colombia, no me cabe duda que los dedos apuntarían al presidente Iván Duque: La presentación de una reforma tributaria necesaria pero inoportuna y una docena de huevos, el florero de Llorente.
Señalar siempre será fácil, pero no olvidemos que cuando mi dedo índice apunta, otros tres me señalan. Tanto al presidente, como a los alcaldes y gobernadores les ha correspondido bailar con la más fea; nadie estaba preparado para afrontar una pandemia y mucho menos para poner a andar una economía a la par que el virus rampantemente va arrebatando vidas.
Sin embargo, ser gobierno no demanda sólo la toma de decisiones, sino que obliga a que las mismas sean justas y aunque impopulares, entendidas por los gobernados, sobre todo en momento de extrema sensibilidad.
La gente demanda subsidios, los estudiantes gratuidad, los empresarios menos impuestos, los más pobres mercados, el grueso de los colombianos vacunas y la pregunta es ¿De dónde? ¿Cómo hace un gobierno para proveer sino es de los impuestos o de sus activos?
La propuesta de reforma tributaria pretendía recaudar más de veinte billones de pesos y con ellos cubrir el déficit del Estado, garantizar el recurso para los programas asistenciales, dar gratuidad a la educación superior de los jóvenes de estratos 1,2 y 3, entre otras. Pero carecía de esa palabra que hoy tanto usamos y que hasta tirria ya genera en algunos castos oídos: “empatía”.
La empatía es la habilidad de ponerse en la situación emocional del otro; y ese proyecto de ley no logró calar en ninguno de los sectores de la población colombiana. Los más ricos se sentían expropiados, los más pobres golpeados y la inmensa mayoría que es la clase media, aplastados. Suponer que los huevos o el café son alimentos suntuosos es estar totalmente fuera de sintonía.
A este nivel de desconexión sobrevinieron dos graves errores más: el primero: no haber retirado la reforma cuando Vargas Lleras, en cabeza de Cambio Radical, le dio una estocada de muerte a la cual se sumaron el Partido Liberal de Gaviria y La U, pero, sobre todo, a tan pocos días del anuncio de paro nacional.
El segundo error, no reaccionar rápido ante los primeros graves indicios de las movilizaciones sino esperar a que el caos y el vandalismo sitiaran las ciudades para salir de Palacio y arrancar a dialogar.
La oposición viendo el panorama abierto decidió prenderle fuego a la paila pero no calculó la intensidad, lo que a la postre culminó en que se les saliera de control. Pensar con el deseo que el estallido social llevará como consecuencia a terminar anticipadamente el gobierno de Duque, no les permitió, y aún en algunos casos, no les permite ver que el fuego quiere consumir no solo a quienes acompañan al presidente sino a todo actor que ejerza cualquier cargo de origen político.
Hoy tenemos un comité de paro que puede mandar en las organizaciones sindicales, pero que no representa a la mayoría de las personas que están en las calles. Unas organizaciones al margen de la ley que distraen y generan violencia en las capitales para dejar libres las vías para la salida del narcotráfico y unos gobiernos locales poniendo el pecho y a la merced de lo que el gobierno nacional pueda hacer.
El Comité del Paro cometió el grave error estratégico de pensar que entre más “caliente” estuviera la cosa, mejores oportunidades iba a tener para exigir. Lo que no midió tampoco, es que para nadie es un secreto que ellos no tienen la capacidad de conjurar la movilización, puede que ayuden a atenuarla, pero acabarla pareciera no estar cerca.
Los jóvenes convocados en las calles pretendieron entender que, ante un gobierno poco empático, la presión es la solución. Y la verdad da tristeza porque quienes pudimos conocer al candidato antes de ser presidente sabemos de su don de gente, su compromiso con el país y sus intereses de que Colombia sea mejor. Este seguramente será otro de esos casos de estudio donde el circulo más próximo al mandatario cargue con la culpa del cambio dramático de los espacios de poder, pero sin duda la responsabilidad será de él, quien en últimas decidió con quién rodearse.
Duque vino a condensar décadas de pendientes históricos, de una olla a presión que sistemáticamente la oposición ha querido cargarle al expresidente Uribe y a su partido, pero que claramente involucra a la mayoría de la clase política, el empresariado y los círculos de poder que creyeron que podrían cambiar los gobiernos, pero que el sistema prevalecería.
La pandemia ahondó la crisis económica y las desigualdades, la falta de empatía rebosó la copa y el oportunismo mal medido de la oposición hizo explotar el conflicto.
A hoy el gobierno ha anunciado varias iniciativas que claramente generan futuro para los jóvenes, retiró su disfrazada reforma tributaria y el Congreso hundió la reforma a la salud; sin embargo, los jóvenes quieren más. Ya ni el fútbol logra distraer las multitudes, los medios de comunicación perdieron su poder de inducir y las redes sociales con sus algoritmos le muestran a cada persona lo que le gusta, entonces no permite ver la otra cara de la moneda.
Ante el caos que pareciera reinar, considero que la solución es sentarse y volver a barajar. El principal problema es la desconfianza y nunca se va a restablecer si todos los actores no se quitan los intereses, se desmontan de las banderas de sus partidos, sectores, gremios y se sientan a negociar a través del diálogo, no de la presión, ni de la extorsión.
Aún el presidente Duque puede salvar la papeleta, pero debe privilegiar el interés de la democracia por encima de los partidos. En toda crisis hay una gran oportunidad y el apoyo mayoritario de la ciudadanía al paro, no es otra cosa que la disposición al cambio y si así se entiende puede llegar a capitalizar esa ciudadanía que demanda ser escuchada y que en su mayoría está dispuesta a aportar porque ama a Colombia, pero que no quiere más inequidad ni corrupción.
Por último, la invitación es dejar de ver exclusivamente la responsabilidad en otro y también empezar a asumir lo que a cada uno nos corresponde. Si todos dejamos de manejar un lenguaje violento y expresamos lo que pensamos de manera propositiva, estoy seguro que daremos un gran primer paso.
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