“No hay mejor profesor que el error, ni más dulzura de aquel que sufre y luego cura su dolor.”
Nach – Manifiesto.
La energía de la que hablé anteriormente puede verse corrompida por error conlleva a un daño contra sí mismo o contra el otro. La espiritualidad es la solución para que la voluntad no se quede inmersa en la falla, con ella, se libera el espíritu y el cuerpo de toda atadura, incluyendo los miedos, como por ejemplo el miedo a fallar.
Desde que nacemos, es más, desde que nos encontramos en el principio de placer en el líquido amniótico de nuestras madres erramos de manera constante hasta nuestra muerte. Aceptar este hecho es aceptar la imperfección del ser, entender que bien es mejor que perfecto. Aunque la perfección se puede atribuir al todo, dentro de nuestro diario vivir nos vemos invadidos de errores o fallas que determinan nuestra forma de ser y hacer, es decir, el error vive del lado de la voluntad.
Entender que está bien errar ha sido un aspecto histórico difícil de aceptar. la humanidad ha sido testigo de guerras guiadas por el egoísmo y el afán de “evolucionar”. Esto de manera colectiva genera sentimientos de la culpa frente a nuestros antepasados, es más, sentimos vergüenza de que el exterior se dé cuenta de que uno falla siempre y que esas fallas pueden llegar a afectar la vida del otro.
Acá hay que diferenciar dos tipos de error. El que se comete contra uno mismo, en contra de nuestra propia voluntad, y aquel que sobrepasa la libertad del otro. Desde mi perspectiva, me parece aberrante sobrepasar la libertad del otro, pero me parece más que aberrante fallar a consciencia contra uno mismo.
Para mí, la raíz de las fallas que se comenten en contra de la libertad y la voluntad del otro proviene de un error que se cometió contra la voluntad propia, error pasado que se ve reflejado en el otro. Aceptar que se puede fallar no se puede confundir con un fallo a consciencia. Errar o no errar es una de las expresiones de nuestra libertad, pues se erra acorde a las acciones que se derivan de nuestra propia voluntad.
Lo más bello de la voluntad es que ella misma te guía hacia el aprendizaje del error y su corrección. Esa guía, esa voz o ideales internos se moldean por el conocimiento del espíritu y el cuerpo, es decir la espiritualidad propia.
Es la voluntad y mis errores los que me han permitido escribir estas líneas, salir de la oscuridad de la adicción y poder ver luz en la oscuridad. Mi propia voluntad me permitió, a mis 26 años de edad, tener un proyecto de vida realista, actuar sin miedo a vivir y entender que, si me muero hoy, me muero con mis sueños cumplidos.
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