La situación política y social de Venezuela ha sido motivo de preocupación y de debate internacional durante las últimas décadas. Desde la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999, el país ha experimentado una profunda transformación bajo las ideas del socialismo del siglo XXI. Tras la muerte de Chávez en 2013, Nicolás Maduro asumió la presidencia y, mediante estrategias de manipulación electoral y represión, ha extendido su mandato, consolidando un régimen tiránico que ha atentado contra los derechos de millones de personas. Este año, Nicolás Maduro se ha atribuido una nueva “victoria” en las urnas, victoria que debe colocarse entre grandes comillas, en virtud del carácter fraudulento de los recientes comicios electorales que fueron organizados y llevados a cabo por funcionarios afines al Gobierno.
La situación en Venezuela es desoladora desde cualquier ámbito. En materia económica, se ha caracterizado por una inflación galopante, escasez de alimentos y medicinas, y un colapso generalizado de los servicios públicos, sumiendo al país en una crisis humanitaria sin precedentes. De acuerdo con datos del Banco Mundial, el PIB de Venezuela ha disminuido en más de un 75 % desde 2013. Además, la migración masiva de venezolanos hacia otros países refleja el desesperado intento de escapar de las condiciones de vida insostenibles.
Es menester recordar el concepto de totalitarismo, el cual hace referencia a un sistema político en el que el Estado ejerce un control absoluto sobre todos los aspectos de la vida pública y privada de sus ciudadanos. Hannah Arendt, en su obra Los orígenes del totalitarismo (1951), argumenta que los sistemas totalitarios buscan la dominación total, eliminando cualquier forma de oposición y destruyendo la sociedad civil, tal como lo ha hecho el régimen en Venezuela a lo largo de estos años, perpetrando una basta percusión política contra todo aquel que se muestre en desacuerdo con el Gobierno y cuyas consecuencias se evidencian en todos sus exiliados y presos políticos.
El Gobierno de Maduro ha empleado diversas estrategias para ello. La represión violenta de protestas sociales, el encarcelamiento de opositores políticos y la censura de medios de comunicación independientes son prácticas comunes. Adicional, el uso de programas de asistencia social que resultan en mecanismos de coacción política, donde el acceso a bienes básicos está condicionado en el apoyo al régimen, ejemplifican el control totalitario sobre la población.
Tanta es la represión generada por la tiranía de Maduro, que a poco más de 72 horas de culminadas las elecciones, según Foro Penal y Encuesta Nacional de Hospitales, se han presentado 429 arrestos y 24 asesinatos verificados contra la población civil en distintas ciudades, dadas las masivas protestas de centenares de individuos que han levantado su voz contra las injusticias y el menoscabo a las libertades individuales que las ideas socialistas han generado en Venezuela durante estos 25 años.
Venezuela es una de las tantas ilustraciones del fracaso del socialismo y del intervencionismo estatal. Así lo advertía Friedrich Hayek en Camino de servidumbre (1974): la planificación centralizada y el control estatal inevitablemente llevan a la pérdida de las libertades individuales y a la opresión. Murray Rothbard, por su parte, asimismo señalaba que la libertad económica es inseparable de la libertad política, y que cualquier intento de controlar la economía resulta en la erosión de los derechos civiles.
Si bien es cierto que, como principales realizadores de tan perversas políticas se ha tenido a Hugo Chávez y a Nicolás Maduro, quienes representan un ejemplo perfecto de cómo la intervención estatal y la concentración de poder pueden devastar un país llevándolo al borde del colapso, en contrapartida se debe generar un cambio en las ideas, pues los que llegan al poder solo son el medio ejecutor de aquello que se cocine en el clima de estas. Es precisamente por ello que se debe promover una filosofía que propenda por una cultura en la que se consolide la reducción del poder estatal, la protección de la propiedad privada y la libre competencia como medios para alcanzar una sociedad realmente libre y próspera.
El futuro de Venezuela depende de la capacidad de su pueblo de resistir y de que la comunidad internacional apoye de manera efectiva sus esfuerzos, pues democráticamente no será fácil vencer al tirano que durante años se ha atornillado en el poder provocando caos, miseria y represión. La reconstrucción del país requerirá no solo de un cambio de liderazgo, sino también de una reestructuración profunda que elimine el control estatal sobre la economía y restaure las libertades individuales. Se incurre en un error considerar que todo debe ser resuelto por el Estado, pues un mayor poder estatal es directamente proporcional a la pérdida de las libertades de los individuos; esto nos conduce, ineludiblemente, a la servidumbre. Por eso resulta tan importante mentalizar a toda la sociedad en la idea de que su única fuente de progreso y desarrollo es la libertad, la cual se pierde muy fácilmente y casi siempre es imposible de recuperar.
La versión original de esta columna apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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