Entre el legado del M-19 y el fuego del poder

Gustavo Francisco Petro Urrego está actuando de manera imprudente, lo cual resulta preocupante, ya que parece no ser consciente de las consecuencias de sus acciones, que incluyen un posible incendio político, económico y diplomático. Su administración se ha caracterizado por una combinación de soberbia ideológica y una constante improvisación, mientras que el país ha experimentado una progresiva polarización, desconfianza y deterioro institucional. Desde la llegada al poder, su mandatario ha confundido el apoyo ciudadano con una licencia para ajustar cuentas con la historia, revivir causas perdidas y librar batallas simbólicas más propias de un agitador que de un estadista.

Los discursos cargados de resentimiento, la necesidad constante de confrontar y la incapacidad para construir consensos, por parte de Gustavo Francisco Petro Urrego, están generando una división nacional, una economía debilitada y una reputación internacional en entredicho. Lo que debería ser un proyecto de transformación se ha convertido en un foco de conflictos generados por su presidente, un líder de izquierda que parece encontrar mayor satisfacción en el estruendo de la confrontación que en el sosiego del progreso. En lugar de ejercer el poder, su mandatario ha optado por la confrontación; en lugar de promover la unidad, ha generado divisiones; y en lugar de liderar, ha demostrado una actitud negligente que amenaza la estabilidad no solo de su propuesta política, sino también de toda la nación.

Gustavo Francisco Petro Urrego está contribuyendo al deterioro de la situación. Desde el Palacio de Nariño, su presidente parece decidido a comprometer las relaciones con la sensatez institucional, la estabilidad política y la confianza internacional. Su estrategia, si es que puede denominarse así, se fundamenta en una combinación de discurso ideológico, provocación constante y negación de la realidad. Su mandatario, en su rol de liderazgo, ha implementado políticas que podrían ser consideradas como experimentos en el ámbito discursivo, sin una evaluación exhaustiva de los posibles impactos sociales, económicos y diplomáticos de sus decisiones. El incidente más reciente, la confrontación con Donald Trump, no debe ser considerado un mero enfrentamiento entre dos egos inflamados. Esa es la demostración más evidente de cómo Gustavo Francisco Petro Urrego confunde la soberanía con el capricho personal.

En lugar de responder con diplomacia, Gustavo Francisco Petro Urrego optó por una actitud confrontacional, basada en el victimismo y el insulto. En un contexto internacional donde la cautela es fundamental, él prefiere una estrategia más contundente. Su verbo encendido, que en su momento cautivó a la opinión pública, actualmente genera controversia en los círculos de poder. Donald Trump mantuvo su habitual tono contundente al realizar declaraciones en las que vinculó a su presidente con el narcotráfico y cuestionó la limpieza del Estado colombiano. Más allá de una verdad que pueda ser percibida como contundente, existe un aspecto que su mandatario parece no comprender o no estar dispuesto a aceptar. Cuando la crítica proviene de fuentes externas, la respuesta no puede ser emocional ni fundamentarse en resentimientos ideológicos. La diplomacia no se lleva a cabo desde X ni se obtiene mediante discursos públicos. Sin embargo, su dignatario ha convertido el escenario internacional en una extensión de su activismo político, lo cual podría tener consecuencias desfavorables para Colombia.

El país ya está experimentando las consecuencias de esta situación. Los mercados muestran signos de desconfianza, los empresarios adoptan una postura cautelosa y los aliados tradicionales establecen una distancia prudencial. Colombia, que durante décadas se erigió como un modelo de estabilidad democrática en una región inestable, actualmente se muestra como un Estado errático, guiado por impulsos en lugar de por una estrategia bien definida. Gustavo Francisco Petro Urrego aparentemente prioriza la perpetuación del conflicto sobre la generación de soluciones. Su narrativa de lucha permanente y de enemigo constante le mantiene en campaña, cuando el país requiere de un estadista. Sin embargo, el problema es más complejo. Su presidente no solo está desafiando la estabilidad económica y diplomática, sino que también está socavando los fundamentos simbólicos de la nación. Su estrategia se ha centrado en la confrontación directa con las instituciones y en la polarización de la opinión pública como método de persuasión.

El fuego externo aviva la hoguera interna, y Gustavo Francisco Petro Urrego desacredita a los jueces cuando no le son favorables, insulta a los medios de comunicación que no le apoyan y menosprecia a los empresarios que no están de acuerdo con él. En su discurso, cualquier individuo que no esté de alineado con el progresismo es considerado como un enemigo del pueblo. Este enfoque es característico del populismo, ya que simplifica la democracia a una plataforma de obediencia. Mientras tanto, los indicadores económicos son concluyentes: la inseguridad se intensifica, la economía se contrae, la inversión extranjera se ralentiza y los campesinos se ven nuevamente afectados por grupos ilegales. Su mandatario ha prometido un cambio, pero lo que ha entregado es incertidumbre. El país no muestra señales de progreso; por el contrario, evidencia un retroceso, inmerso en discursos que ya no generan confianza ni entre su propia corriente política. El liderazgo que en el pasado inspiró esperanza se ha convertido en una serie de excusas.

El enfrentamiento con Donald Trump es apenas el síntoma más visible de una problemática mucho más profunda: la pérdida de rumbo. En lugar de ser un actor respetado, Colombia se percibe actualmente como un peón en el tablero de la geopolítica ideológica. Gustavo Francisco Petro Urrego se ha caracterizado por desafiar a Estados Unidos, criticar a Israel y provocar a los organismos multilaterales, como si esto le otorgara estatura moral o independencia. La situación actual está provocando un aislamiento del país que, a su vez, está generando heridas que tardarán años en sanar. En última instancia, su comportamiento no refleja valentía, sino más bien un resentimiento histórico arraigado. El representante del progresismo socialista en Colombia está ejerciendo sus funciones como militante del M-19, sin mostrar señales de haber abandonado dicha filiación. Su lenguaje, su perspectiva de Estado y su relación con el poder se caracterizan por una lógica insurgente.

Gustavo Francisco Petro Urrego no ejerce su mandato de manera convencional. En su lugar, adopta una postura que podría ser interpretada como una defensa obstinada de su posición, percibida como una barricada frente a la oposición y cualquier forma de crítica. El pasado insurgente de su dignatario aún persiste, manifestándose en su perspectiva política, en su desdén por las instituciones establecidas y en su constante necesidad de identificar un enemigo externo. El punto crítico radica en que su presidente está manejando la nación de manera imprudente, prende fuego donde abundan los elementos susceptibles de generar chispa. Cada palabra pronunciada por él genera una división en la opinión pública, cada acto suscitado por él polariza el ambiente y cada decisión tomada por él genera un nuevo incendio en el panorama político. En lugar de extinguir los fuegos del descontento, los aviva. Colombia no requiere un agitador con poder, sino un líder con sentido de Estado.

En última instancia, lo que se está observando es la consecuencia de haber dado poder a aquel que enarbola la bandera del M-19 y pretenden ignorar los vínculos de dicho grupo con actividades al margen de la ley, como el narcotráfico y el magnicidio de la justicia. Gustavo Francisco Petro Urrego no se encuentra en una posición idónea para emitir juicios morales ni reclamar autoridad histórica mientras se encuentra vinculado a dicho legado. Su administración es el reflejo de esa herencia, un proyecto construido sobre la negación, la confrontación y la soberbia. Cuando el poder se ejerce desde la revancha, el desenlace resulta previsible y quien juega con pólvora acaba siendo consumido por el fuego.

Es improcedente pretender que la herencia del progresismo sea heroica o que la historia pueda reescribirse mediante discursos. Al hacerlo, se manipula la memoria colectiva de un país que aún carga las cicatrices de la violencia. En la actualidad, desde la Casa de Nariño, Gustavo Francisco Petro Urrego parece estar incurriendo en los mismos errores del pasado. Se evidencia un menosprecio hacia la institucionalidad, un desafío a la ley, y una tendencia a convertir la confrontación en un método y la división en política de Estado. Su liderazgo carece de la grandeza que se esperaría de un líder, y su gestión se ve afectada por un resentimiento evidente. Mientras tanto, y enfocado en su propio beneficio y en la búsqueda de venganza, está generando un entorno de desconfianza y aislamiento para el país. Si su mandatario no se compromete a avanzar con determinación, será la historia, y no sus oponentes, la que determine su destino.

Gustavo Francisco Petro Urrego no se encuentra en una situación de riesgo, sino que, por el contrario, se encuentra en una posición ventajosa, lo que le permite tomar decisiones que pueden resultar beneficiosas para él. Sin embargo, la historia demuestra que los líderes que gobiernan desde la arrogancia suelen ser consumidos por las llamas que ellos mismos han encendido. Su insistencia en imponer una narrativa de pureza moral mientras relativiza los hechos más oscuros de su propio pasado político constituye una afrenta a la memoria nacional. Aquél que jura lealtad al M-19, un movimiento que manchó sus ideales con secuestros, narcotráfico, alianzas espurias y el magnicidio de la justicia durante el asalto al Palacio, no puede proclamarse adalid de la equidad.

 

 

Andrés Barrios Rubio

PhD. en Contenidos de Comunicación en la Era Digital, Comunicador Social – Periodista. 23 años de experiencia laboral en el área del periodística, 20 en la investigación y docencia universitaria, y 10 en la dirección de proyectos académicos y profesionales. Experiencia en la gestión de proyectos, los medios de comunicación masiva, las TIC, el análisis de audiencias, la administración de actividades de docencia, investigación y proyección social, publicación de artículos académicos, blogs y podcasts.

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