Enseñar es resistir [1]
A las profesoras y profesores[2]
El miedo y la incertidumbre no se manifiestan de una manera tan lúcida como cuando se intenta cuestionar el porqué de nuestros actos; aunque esto sería irrelevante, si no fuera porque determinan nuestras ambiciones y deseos. Preferimos proclamar una obediencia a ciegas y colocar en un pedestal el temor a equivocarnos, nos convertimos en una auténtica profecía literaria sin nociones de futuro (López-Guzmán, 2023).
El contexto anterior permite elucidar el rol que tenemos los profesores en confrontar las imposiciones que el futuro ha cimentado en la vida de nuestros estudiantes, disponiendo de la fortuna de agenciar sus talentos recónditos y extraordinarios y de enseñar a soñar con cambiar el mundo, donde confrontemos el establecimiento con ellos y nos concibamos como héroes de sus vidas que no tienen miedo a trasmutar su contexto y revolucionar la vida de aquellos que han perdido la pasión por la transformación y que el miedo al fracaso se ha enquistado en su ser.
Recordemos la responsabilidad tan inmensa que tenemos, no solo es ir a dar una clase, es enseñar para resistir, porque el aula es la vida misma. Seamos esos profesores inolvidables que dan clases inmortales, colmadas de pasión, vehemencia y amor, porque en ellas se enaltece la más valiosa de las vocaciones ––ser profesor––. Hagamos que los estudiantes reivindiquen su creatividad, su capacidad de asombro, incitémoslos a devorarse el mundo, a descifrar la sensibilidad de las situaciones arduas que impone la vida, afrontando su cotidianidad y contexto con miras a combatirlo.
El objetivo como profesores debe ser fundar una transformación donde no se niegue el pensamiento del otro, no se estigmatice al que propone desde su diversidad y, los que actúan bajo un parasitismo indiferente, se atemoricen ante la posibilidad de perder su protagonismo. Esta es una invitación a la osadía de pensar en el marco de la diferencia, a la reflexión puesta en contexto y a los cuestionamientos que proponen reformas a profundidad (López-Guzmán, 2022a).
Si realizará una introspección con el objetivo de evocar alguna de mis clases del colegio o la universidad, rememoraría regaños antipáticos, parciales memorísticos o trabajos descontextualizados, pero si me preguntan por los recuerdos de mis profesores, con total lucidez vendrían a mi mente cada uno de sus rostros desde el preescolar hasta mi formación posgradual —incluso aquellos que demostraron que no lo eran por vocación —.
Aunque con mayor precisión, mis remembranzas se detienen con aquellos que se atrevieron a enseñarme algo para la vida, esas lecciones que no se encuentran en un libro, ni se aprenden en la universidad, porque esas enseñanzas son aquellas en las cuales la vocación se desborda en un consejo abrigado de lección, en una historia de vida fantasiosa o en una anécdota atemporal, porque es en ese momento cuando agradeces esa correspondencia entre la enseñanza y las emociones, porque bienaventurados los profesores que de ellos será el reino de enseñar a soñar.
Uno llega a ser profesor por vocación o por sorpresa. Por eso, a todos aquellos que quieren llegar a serlo, no pierdan la noción de responsabilidad con sus estudiantes, deconstruyan la ortodoxia y la magistralidad que ostenta la academia, conciban al estudiante como un universo colmado de sueños y, sobre todo, no actúen como ese profesor que les invalidó sus ilusiones y abolió sus sueños, sino que reivindiquen a aquellos que les enseñaron a amar el conocimiento y su posibilidad de convertirlo en herramienta de transformación.
Enseñar se volvió la vacuna contra la ignorancia, es impregnar de reflexión y curiosidad cualquier escenario de la vida, —incluso cuando las aulas se vuelven la vida misma—. Los estudiantes han comprendido que la obtención de la libertad depende en gran medida de convertirse en desadaptados al «sistema», que no solo promulguen una experticia sin contexto, sino pasión en el combate que es la vida (López-Guzmán, 2022b).
Recordemos nuestros años de estudiantes, nuestros miedos, sugestiones o alicientes, porque, hoy en día, tratamos con la confluencia de incertidumbres, angustias y euforias que ostentan nuestros aprendices, de ahí que, el mayor redito que se puede generar en un aula, es hacer clases únicas e irrepetibles, esas donde aprendes lo disciplinar, pero también cuestionas lo cotidiano, donde exploras lo científico y debates con el sentido común, donde te sorprendes de las obviedades, mientras descubres el futuro.
La generación con la que estamos resistiendo, no solo está impulsaba por la indiferencia sistemática, sino que cuentan con una herramienta revolucionaria —se han vuelto autodidactas—, y en su quehacer en las calles dan lecciones a un modelo educativo que prioriza los resultados y la memorística, por encima de la problematización y la angustia que genera la duda y la pregunta, y que permiten la transición social y el cambio cultural (López-Guzmán, 2022b).
Los estudiantes que han sido abatidos por la opinión deberían enarbolar la herramienta más importante que los estudiosos pueden tener: ser autodidactas. Además, utilizar la duda y la pregunta como instrumentos desestabilizadores de los dogmas. Porque dudar es increpar a todo lo que se hace pasar por autenticidad y formular una pregunta significa desmontar una respuesta que ha sido impuesta por el establecimiento. En este contexto, entender una concepción revolucionaria de los estudiantes dentro de las aulas de clase, es entender que ser autodidactas es la posibilidad de instaurar desde la autonomía de pensamiento y el deseo constante de aprender, el reconocimiento del no saber, donde la academia tenga la capacidad de desbloquear todas las opiniones que se han encajado como certidumbres y verdades, convirtiendo la educación en una suerte de refutaciones de ideas y opiniones (López-Guzmán, 2022c).
No hay lugar más icónico y sublime que un pupitre de clase donde se labran las curiosidades y experiencias más representativas del ser humano que se convierte en aprendiz, porque las aulas son el lugar más representativo de la opresión o liberación del espíritu humano. Por lo tanto, reivindicar los sueños de los estudiantes debe ser una apuesta más allá de lo institucional, donde toda temática sea acogida con la mayor emoción, cada problema con la mayor resiliencia y cada pregunta con el mayor asombro. De esta manera, cada clase debe servir como escenario de vinculación del conocimiento con la realidad y podamos entender las cátedras inigualables como una de las mayores virtudes de los profesores.
Es cierto que cautivar a los estudiantes en las aulas de clase es cada vez más difícil, los profesores debemos enfrentarnos a los bancos de información y conocimiento que se encuentran sin restricciones, ni limitaciones en la era digital y que los estudiantes consumen directa e indirectamente construyendo certidumbres sin previa reflexión crítica o analítica. En este sentido, una tarea fundamental es poder formar críticamente a los estudiantes, concibiendo las aulas de clase como escenarios de formación ética y ciudadana que permitan afrontar los diferentes contextos con herramientas de construcción y transformación.
Porque esta generación de estudiantes no se angustia por no saber, sino por saber demasiado. No aclaman monólogos redactados en las páginas de los libros o discursos que enaltecen el odio; se encuentran poniendo en cuestión la forma en la que han vivido por años, —y no solo ellos, también sus familias—, han perdido el miedo al saber dogmático y el respeto por los ideólogos, —ha brotado una multitud de desarraigados al «sistema» —; y esa educación burocratizada de la que habían hecho parte o habían escuchado (la que reclutaba inquietos y creativos y los bautizaba en una profesión), ha venido disipando su legitimidad, porque ellos ya no quieren estar condicionados por el mercado, ni resignados al mundo que les ha tocado vivir, —se encuentran hastiados de los indigestos que han gobernado durante décadas— (López-Guzmán, 2022b).
En definitiva, no olvidemos que como profesores somos esa luz que puede transformar la vida de los estudiantes, utilicemos cada clase para estimularlos a derrumbar las barreras que el infortunio les ha delegado y a proyectar el aprendizaje como una forma de vida. Es decir, una educación que fomente la instauración de estudiantes autodidactas, estará fomentando una generación de revolucionarios que transitarán de los libros a las aulas y de las aulas a las calles; que concebirán una sociedad democrática, que reivindique el derecho a la diferencia, a la otredad, a diferir con la mayoría, generando estudiantes que piensen por sí mismo, que no se limiten a las deseos del «sistema», críticos de lo que les quieren hacer pensar y, esencialmente, ávidos de conocimiento.
En suma, el sistema educativo estaría generando ciudadanos que piensen por sí mismo, que no se limiten a las peticiones de los dictadores del pensamiento, los asesinos de ideas y todos esos ideólogos fracasados que impiden ser libres por lo menos en el pensamiento (López-Guzmán, 28 de agosto de 2022).
Finalmente, a todos los que se inician como profesores, no se olviden que la humanidad está por encima de una calificación, la sensibilidad es más importante que un examen y la empatía es el derrotero para enseñar a soñar. De esta manera, este texto es una invitación a ser autodidactas, a generar la formación de ciudadanos críticos y que piensen por sí mismo, y no, la edificación de sujetos saturados de información y vinculados a un sistema de mercado donde sean manipulados directa o indirectamente. Una educación configurada así, se destacará porque los docentes amarán lo que enseñan y los alumnos desearán aprender, en definitiva, disfrutarán de las clases dentro y fuera del aula (López-Guzmán, 2022c).
Referencias
López-Guzmán, J. A. (2023). Elogio a la mediocridad. Revista Horizonte Independiente. https://horizonteindependiente.com/elogio-a-la-mediocridad/
López-Guzmán, J. A. (28 de agosto de 2022). ¡Para qué estudiar! El Espectador. https://www.elespectador.com/el-magazin-cultural/para-que-estudiar/
López-Guzmán, J. A. (2022a). De los antiintelectuales y otros demonios. Revista Horizonte Independiente. https://horizonteindependiente.com/de-los-antiintelectuales-y-otros-demonios/
López-Guzmán, J. A. (2022b). Apoteosis a la desobediencia: notas para una educación filosófica en las calles. Revista Horizonte Independiente. https://horizonteindependiente.com/apoteosis-a-la-desobediencia-notas-para-una-educacion-filosofica-en-las-calles/
López-Guzmán, J. A. (2022c). De estudiantes revolucionarios y la generación de los autodidactas. Revista Horizonte Independiente. https://horizonteindependiente.com/de-estudiantes-revolucionarios-y-la-generacion-de-los-autodidactas/
[1] Título inspirado en el libro del escritor colombiano Mario Mendoza «Leer es Resistir». Porque sin la lectura y la enseñanza la libertad seguiría siendo una utopía.
[2] Dedicado a todas y todos los que han hecho de vida el reino de enseñar a soñar. Feliz 15 de mayo, Día del Maestro.
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