Alguno se cuestiona con honestidad, ¿qué fue lo que salió mal con Colombia? O no somos capaces sino de ofrecer las mismas respuestas trilladas de siempre, porque en el fondo de todo fracaso socialista, como el nuestro, siempre se encuentra la mentira como germen de la infección fatal que ha acabado con más sociedades y personas a lo largo de la historia que cualquier otro patógeno.
La mentira es un virus de muy lenta acción, para el que no tenemos defensas naturales al momento de nacer, y si crecemos sin límites, es decir, malcriados como se dice, la mentira se convierte en un quiste inextirpable y se integra en nuestro comportamiento de forma tan natural como el acento al hablar o la cadencia al caminar. No da muchas señales externas, sus síntomas no son mareos o fiebre y es casi imposible de detectar, incluso cuando con palabras construye afirmaciones contrarias a la realidad que observamos con nuestros propios ojos y palpamos con nuestros sentidos, y la etapa terminal se detecta cuando ya se acepta conscientemente lo falso por verdadero en presencia de la evidencia que lo refuta.
La mentira del socialismo colombiano, la mentira de la “justicia social”, la mentira de la redistribución de la riqueza, la mentira de que ser rico es malo excepto si se es un político socialista, entre otras, todas esas mentiras, son suaves y dulces, son narcóticas y adormecedoras, son fáciles y placenteras, porque nos evitan el dolor de estar conscientes. El paraíso de las mentiras es la fantasía que nos consume y de la que no podemos o queremos escapar, ¿quién quiere oír que tiene que esforzarse por obtener algo si tiene al Estado para robárselo a alguien más, o puede robárselo directamente y luego decir otra mentira para justificar el acto criminal? Nada más fácil que sentarse a oír a una persona, ya sea en una pantalla o en una tarima, y no preguntarse nada, no pensar, no analizar y no digerir; también, nada más fácil que repetir sin cuestionar, como hicieron enormes masas de gente en los peores regímenes del mundo, antes de que también los pasaran al paredón, en donde incluso ante la inminencia de la muerte como última comprobación de la falsedad que habían estado repitiendo, lo único que atinaron a decir fueron cosas tipo “¡Viva la Revolución!”
Todavía usamos conceptos absolutamente falsos como “secuestro político” o “retención” para describir un crimen contra la libertad individual, o “ajusticiamiento” para describir el asesinato de una persona de manera sumaria y sin mediar proceso judicial como lo hacían la NKVD, o la KGB, o la STASI, o la GESTAPO, o las SS, o el G2 cubano, o el F2 o el extinto DAS, y más preocupante aun, cuando una palabra ya no puede cargar más la falsedad con la que se le asocia se inventa una nueva para continuar la mentira, de la misma manera en que se le da un nuevo nombre a la moneda cuando la inflación ha destruido el valor de la anterior, de forma que los intis pasan a ser soles, los cruzeiros reales a reales, los viejos pesos a nuevos pesos, y así sucesivamente; “solidaridad”, por ejemplo, es intercambiable por “justicia social”, y “equidad” por “solidaridad” o “redistribución de la riqueza” según la audiencia y el nivel de adormecimiento, se confunden contribuciones económicas con extorsiones o expropiaciones, y la lista sigue. Es un truco de magia porque no es nada más, es una ilusión completamente mecánica envuelta en humo de bazuco ideológico y polvos de escopolamina política, y está bien diseñada para ser oculta bajo un extenso mantel de oscuridad; y luego, mediante la represión, la censura de prensa, el asesinato y otras tácticas, se intentan desaparecer las consecuencias graves y fatales, las cuales, con mucha frecuencia, son personas que escapan a la mentira, pero que terminan en fosas comunes, hornos crematorios y ríos cuando no quieren regresar o el régimen determina que son no re-educables. Cárcel y exilio para los que corren con alguna suerte.
El destino de Colombia ha llegado. Las miles de mentiras que nos hemos dicho por más de 200 años se han materializado en una red que se cierra y solidifica sobre sí misma, que ya está lista para matar a su huésped porque ya no le es útil para reproducirse y de cuyo cuerpo no puede extraerse nada más. El país, como lo conocemos, o lo imaginamos a través de la propaganda educativa y política, y donde el himno empieza alabando a la gloria que no se marchita y al júbilo que no se extingue, ya no existe más que en la formalidad de los documentos y en la mente de quienes por décadas seguirán pretendiéndolo, principalmente por conveniencia contable, y todo gracias a las mentiras sobre las pensiones, sobre los miles de derechos que supuestamente tenemos, sobre la tutela cuyos efectos financieros son infinitos, y sobre todo lo demás que no tiene límites, porque esa es la primera y la peor de todas las mentiras que nos hemos dicho, y sobre la cual se han construido todas las demás que, desde este 7 de agosto, solo hacen un empalme en el largo proceso en donde ya se dice abiertamente y se acepta conscientemente lo contrario a lo que podemos observar.
Notas:
- SOBRE LA OBRA EN LA IMAGEN DESTACADA: Cañarete, J. W. (1919). Batalla de Boyacá [Óleo sobre tela]. Bogotá: Museo Nacional de Colombia. https://museonacional.gov.co/colecciones/Piezas%20viajeras/2019/Paginas/default.aspx.
- La versión original de este artículo apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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