Hace dos semanas, un grupo de antiguos jefes guerrilleros liderado por ‘Iván Márquez’, anunció su regreso a las armas. El comunicado, que en esos momentos nos tomó a muchos por sorpresa, ha sido analizado por los más diversos especialistas en el conflicto armado (unos más expertos que otros); se trata de entender qué significa este rearme tres años después de la firma del acuerdo de La Habana. Lo que se ha dicho y escrito sobre este hecho puede ser dividido en dos vertientes: como era de esperarse, quienes afirman que el rearme demuestra el fracaso del proceso de paz, y quienes consideran que el proceso de paz continúa, pero hay que perseguir a ‘Márquez’ y su banda a como dé lugar.
Pareciera casi imposible apartarse de estas dos visiones, so pena de ser visto como un simpatizante de la lucha armada, lo cual no es mi caso. Por mi parte, me identifico con la segunda lectura. Desde el día del anuncio afirmé que el rearme no significaba el fin del acuerdo de paz; pero voy más allá, considero que hay que entender las razones de quienes retomaron las armas, no para justificar su decisión, sino para no incurrir en los mismos errores que se han cometido durante estos últimos 50 años.
¿Cómo quebrar la alternancia entre guerra y paz que ha caracterizado nuestra historia? Una manera de hacerlo es entendiendo qué motiva a las personas a actuar en contextos que no pueden ni prever ni controlar: ¿qué es lo que motiva a Uribe a sabotear todo intento de paz?, ¿qué motivó a ‘Iván Márquez’ a rearmarse? Al contrario de lo que muchos piensan, creo que no fue fácil para ‘Márquez’ y su grupo tomar la decisión de abandonar el proceso. La mayoría de los que aparecen en el video ya habían dejado sus armas y se habían comprometido con la reincorporación de sus copartidarios, en ese sentido, la decisión fue tomada en el transcurso de la implementación del acuerdo. Es decir, el rearme pudo haberse evitado. Se equivocan quienes piensan que estas decisiones se toman en el vacío, como si el entorno no influyera. Y la vía fácil siempre será exigir “mano firme contra esos bandidos”, es lo que siempre se ha hecho, perseguirlos hasta su aniquilación, y es de esta continua repetición de la que tenemos que salir.
Muchos se preguntarán, ¿por qué Rodrigo Londoño, el máximo dirigente del partido Farc, y otros antiguos comandantes no se rearmaron a pesar de los incumplimientos del Gobierno? Probablemente, porque sus condiciones, tanto en la negociación como en la etapa del posacuerdo, no fueron las mismas que las de los que se fueron. La guerrilla era una estructura militar que mantenía su cohesión por medio de varios factores, siendo uno de ellos la verticalidad. Quienes han estudiado las transiciones de movimientos guerrilleros a partidos políticos después de un acuerdo de paz afirman que el desafío de estas nuevas organizaciones es deshacerse de esta coraza, puesto que en la vida civil esta verticalidad ya no es un elemento cohesionador. Así, al intentar democratizar su estructura y acoplarse a la nueva realidad política, es normal que se creen divisiones dentro del partido. La pregunta es ¿por qué las diferencias entre los diversos sectores de la antigua guerrilla no se tramitaron en el interior del partido? Claramente, estas diferencias tienen que ser entendidas desde una perspectiva histórica. En el interior de la guerrilla, la más antigua de América Latina; luego en un contexto de negociación y, posteriormente, en una etapa de posacuerdo. Solo así podremos alejarnos de esas lecturas facilistas que reducen a ‘Márquez’ y a su grupo a una banda de criminales, forajidos, bandoleros, narcisistas radicales, entre otros calificativos. Como si su decisión no tuviera ningún vínculo con la política. Como si, por ejemplo, los que quieren hacer trizas los acuerdos o los que siempre han saboteado todo intento de paz lo hicieran impulsados por la locura y no porque quieran preservar unos intereses concretos, como los relacionados con la tierra, algunos, y con el narcotráfico, otros.
Así como la mayoría de colombianos se distancia radicalmente de la lucha armada, ¿hasta cuándo piensa el Gobierno seguir acolitando a quienes quieren hacer trizas el acuerdo de paz? ¿Por qué persiste en esta peligrosa ambigüedad?