“El éxito en política pasa por la capacidad de movilizar a las masas. Y si la narrativa postelectoral parte desde la derrota y de ser oposición a la oligarquía y a los partidos tradicionales desde el gobierno, es imposible seducir a la población. Muy por el contrario, las bases (…) deben convocarse desde el amor, la esperanza y la unidad, para así construir y cuidar las transformaciones que necesita el país”
Si bien ya pasaron tres semanas, el rescoldo de las elecciones sigue vivo. Y mientras los partidos tradicionales insisten en adjudicarse una victoria electoral cuyos costos aún son indeterminables -por la cantidad y naturaleza de las coaliciones con las que retuvieron el poder-, el Pacto Histórico pareciera que todavía no puede sacudirse del golpe que significó no repetir el éxito de 2022.
Porque claro, en un país político acostumbrado a repartirse entre los mismos, es extraño que quien llegue al gobierno y fortalecido al congreso no se consolide plenamente en las regionales. Los diagnósticos son múltiples y muchas personas han buscado dar con La Verdad -así, con mayúscula-, por lo que esta columna no busca seguir sobrediagnosticando el tema, sino es para hablar de otra arista que se adelanta en el título: la necesidad de recomponer la moral para seguir adelante.
Hasta cierto punto, pareciera que la victoria de Gustavo Petro pasó hace mucho tiempo, y que la alegría del 7 de agosto de 2022 fuera un mero recuerdo. Porque a pesar de haber llegado para conmover el corazón de Colombia, hoy el mood en medios y en la opinión pública es pesimista y negativo. En radios y televisión, abundan las noticias apocalípticas y expertos que critican todo; en diarios y revistas, el atrincheramiento de la oposición copa las primeras planas y son varias las entrevistas a personas arrepentidas de haber votado por Petro; mientras que en redes sociales, la desinformación crece y crece sin control, entre tantas otras situaciones.
Todas estas acciones configuran un espiral de polarización que llevan a que un estadio entero amedrente a una niña y a que la alcaldesa de Bogotá diga “¿qué parte de dejen en paz a Bogotá no entendieron?”, como si ser del Pacto fuese un estigma, y que no pase nada. Pero no, eso no está bien. Porque acciones y declaraciones similares, años atrás, tuvieron implicancias costosísimas para la izquierda debido a formas que afortunadamente el país ha decidido abandonar.
Todo esto, además de tensar el tejido social, es para mellar el apoyo al gobierno, objetivo que se logra porque, además del excesivo escrutinio, ha habido situaciones que, en efecto, pudieron haber sido abordadas de forma diferente.
La autocrítica es un ejercicio justo y necesario, pero tampoco hay que ser lapidario o autoflagelante diciendo que se deben recoger los pedazos, ni dar entrevistas para meterse en problemas con las propias filas, porque esto, a la larga, son flaco favor a la moral de quienes llevaron al Pacto Histórico a ser el primer gobierno de izquierda en la historia de Colombia.
El éxito en política pasa por la capacidad de movilizar a las masas. Y si la narrativa post electoral parte desde la derrota y de ser oposición a la oligarquía y a los partidos tradicionales desde el gobierno, es imposible seducir a la población.
Muy por el contrario, las bases, las mujeres populares, el estudiante de universidad pública, la trabajadora precarizada, el nieto de personas desplazadas, las víctimas del conflicto, la primera generación de profesionales de una familia humilde, las organizaciones que caminaron cuanta calle y corrieron de los gases de la policía, y tantos, pero tantos otros sectores sociales que creyeron en el Pacto como solución a la historia de Colombia, deben convocarse desde el amor, la esperanza y la unidad para así construir y cuidar las transformaciones que necesita el país.
Porque si hay algo que caracteriza al progresismo colombiano es el ímpetu de perseverar hasta vencer. Y para eso es necesario recordar la historia y todo lo que costó llegar al gobierno, no para quedarse lamiendo heridas, sino para recomponer la moral y mirar con la fe de un mejor porvenir hacia el futuro.
La ceguera mermó las posibilidades electorales de octubre, esto no puede volver a pasar, más aún si la última y mayor victoria de la izquierda se logró en unidad. En este sentido, el paso que sigue para las fuerzas del Pacto Histórico, tanto moral como estratégicamente, es consolidar un movimiento unificado que permita seguir transformando democráticamente la realidad del país. Así, y solo así, con memoria, esperanza y unidad, se podrá competir en las elecciones de 2026.
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