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En una situación nunca antes vista, los precandidatos a la presidencia de la Colombia superan la centena, los hay, para todos los gustos, de todos los perfiles y tendencias, desde aquellos afincados en los partidos tradicionales, pasando por los de la izquierda, los del centro político y los outsiders. Una fragmentación que en principio revela lo siguiente: i) la crisis de los partidos políticos como forma orgánica de dar sentido a la acción política; ii) la diversificación de las demandas y opciones acorde con la diversificación de la sociedad civil; iii) la crisis de liderazgos y propuestas políticas coherentes y que jalonen a la opinión pública.
Pero, luego de la consulta del Pacto Histórico que permitió erigir como su candidato a Iván Cepeda, en una disputa leal con Carolina Corcho y luego de que varios aspirantes de dicho partido hicieran el sacrificio de dejar de lado sus aspiraciones, el panorama comienza a tener tonos de clarificación, por lo menos en las toldas de la izquierda. La votación cercana a los 3 millones de votos es un cace electoral que hoy solo puede reivindicar el candidato del Pacto. El Centro Democrático, anda enredado en la metodología para definir su aspirante. Algunos de los cinco aspirantes se hacen zancadilla entre ellos, lo que dificulta definir una aspiración que pueda ser opción viable. De no asumir una clarificación de su candidato pronto, su discurrir será complejo y errático. El centro político camina por la vía de las indefiniciones, igualmente, sus dos más visibles aspirantes a la presidencia, Sergio Fajardo y Claudia López, transitan por la peligrosa senda de egos inconciliables, sin posibilidad de juntar fuerzas y propuestas. Y el centro tecnocrático de Cárdenas, Luna y Galán se hunde en su propia incoherencia e incapacidad.
En la más reciente encuesta del Centro Nacional de Consultoría el senador Iván Cepeda Castro se dispara por encima del nutrido grupo de aspirantes presidenciales para suceder a Gustavo Petro en las elecciones de 2026: aparece con 20,9 % de intención de voto. Es la segunda medición que se conoce desde que se acabó la veda de varios meses que imponía una nueva ley sobre los estudios de opinión electoral. Le sigue el candidato de ultraderecha Abelardo de la Espriella, con el 14,4 %, y el exalcalde de Medellín Sergio Fajardo, con el 7,8 %. Es decir, las opciones en estos momentos comienzan a decantarse según dos polos de opinión claramente configurados. La vía de la izquierda y el Pacto Histórico, en perspectiva de un posible Frente Amplio en marzo que por lo que se ve no tendrá otra opción que decantarse por Cepeda. Y la derecha: representada en la figura de un outsider que dice encarnar mejor que los aspirantes del Centro Democrático el legado del uribismo. Y el centro: como es la costumbre se desvanece frente a los dos polos que clarifican y escinden hoy las opciones políticas en Colombia.
El reto en Colombia hoy para la izquierda progresista representada en el gobierno Petro es poder dar continuidad a un proyecto que logró concretar transformaciones importantes, pero que tiene aún una deuda con la sociedad colombiana. Esta se expresa en los anhelos de concreción de las reformas de estructura que están pendientes: la reforma agraria, la reforma política, la transformación del sistema de salud, la redistribución equitativa del ingreso, la reforma educativa que debe ser profundizada, etcétera, es decir, la deuda social es grande. Sabemos también que ella ha sido el resultado histórico de 200 años del mal gobierno oligárquico. Pero no menos cierto fue el bloqueo a muchas de las propuestas de reforma del actual gobierno. Por ello, es más urgente la posibilidad de ganar en el 2026 y dar vía libre a al gran cambio de la sociedad colombiana.
Los recientes resultados de las elecciones en América latina no son alentadores. En Chile si bien ganó Jeannette Jara la candidata del partido comunista, se prevé que la unión de la derecha de el golpe en la segunda vuelta en diciembre. En Ecuador, si bien ganó el No frente a las pretensiones del derechista Noboa, no deja de ser cierto que el correísmo no pudo derrotarlo en las pasados elecciones. Sabemos del triunfo en las provincias argentinas de Javier Milei, el libertariano que parece concitar el fervor de un electorado saturado del deterioro de sus ingresos vía inflación. En Bolivia, Rodrigo Paz, recupera el poder para la derecha luego de 20 años de gobiernos progresistas. Es decir, parece emerger un contramovimiento de la derecha continental frente a la segunda “marea rosa”-gobiernos de izquierda y progresistas-.
La actual campaña electoral en Colombia no es ni mucho menos fácil y no será fácil el próximo año. Los hechos de violencia surgen como un gran nubarrón en el seno de una democracia que espera erradicarla del campo de lo político. La intervención de los Estados Unidos se ve como otro factor de incertidumbre. La amenaza de Trump sobre el caribe, su militarización inusitada, podría tener como expectativa generar cambios políticos en las dos naciones hermanas, Colombia y Venezuela, bajo la cobertura de una guerra contra las drogas y contra los carteles de narcotraficantes pensados como tema de seguridad nacional para el imperio del Norte. No se descarta el efecto de carambola que pretendería estar buscando, al cambiar el panorama político de estas dos repúblicas con gobernantes favorables a sus pretensiones.













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