En el país de las leyes

Las leyes inútiles debilitan a las necesarias.

Montesquieu

Andrés Nanclares Arango en una conferencia dictada en el Hotel Intercontinental de Medellín (en la que también participaba Rodrigo Uprimny), hace ya algunos años, contó una anécdota fabulada sobre Adolfo Bioy Casares (el eterno amigo de Borges) según la cual este fue invitado a un país gobernado por monos para que analizara las leyes que en dicho país se producían. Luego de un análisis profundo concluyó – Bioy Casares- que el problema de la producción legal era que tales leyes eran hechas por monos; dicho esto, cuenta Andrés Nanclares, tuvo que salir de dicho país con premura.

En nuestra país se ha montado una factoría de producción legal y normativa para, y precisamente, gobernar una Nación díscola; producción legal que pretende controlar cada aspecto de la vida individual al punto de sumir en la zozobra a todos los habitantes del territorio (incluidos operadores jurídicos, políticos y demás). El temor a la vulneración de una, de los millares de normas, ha hecho trisas la calidad de vida del ciudadano logrando generar un malestar del cual se ha hecho el ciego el Estado.

El Estado y sus funcionarios han promovido la idea de que un país sometido al régimen de la ley es un país ideal, probo y soberano cuando eso es falso. La ley es un instrumento mediante el cual se muestran unas pautas de comportamiento a los asociados y se les impone su obediencia so pena de sanción; la ley debe ser creada para ser coherente y ausente de contradicción entre ellas, sistemática, prudente, enérgica, directa y creíble. La ley debe ser un faro que permita al asociado acomodar su existencia al anhelo ético que un legislador prudente desea para la sociedad, la ley TIENE que ser un imperativo al cual se recurre cuando fallan las relaciones entre asociados.

Sin embargo en nuestro territorio sucede lo contrario. La ley representa una amenaza, un empalamiento, un linchamiento, un limitante al desarrollo personal habida cuenta de los intereses subrepticios y espurios que en ellas vienen envueltas; la creación de la ley se ha vuelto un racero para medir al legislador, legislador que no proponga una ley – así sea absurda y colindante con la sinrazón- es tachado con todos los improperios posibles.

La ley se volvió una constante siniestra, se convirtió en un instrumento acomodaticio de intereses, en una mera gabela para poderosos y una solución inmediata a problemas que merecen mayor rigor y análisis (ejemplo: las leyes penales que no están en consonancia con la política criminal (¿?) nacional); la ley se volvió en herramienta de ensalzamiento a otrora luminarias patrias, poblando el ordenamiento jurídico de leyes de honores que hacen que el ciudadano desprevenido se pregunte: ¿Para eso pagamos impuestos, para que vayan hacer leyes de honores?

Tanta ley (la Universidad de La Sabana dictaminó que el 30% de las leyes que se produce en el país son INÚTILES) confunde a ciudadanos, abogados, jueces y fiscales; precisamente a estos últimos les corresponde esa tarea titánica de hacer coherente el bestiario incoherente y son ellos quienes en la aplicación de las mismas reflejan el logro, ignominioso, que la factoría legal patria produce: injusticia y desconfianza. Habría que preguntarse ¿Qué tan tranquilos pueden estar los operadores jurídicos (abogados, jueces, magistrados, fiscales) por cuenta de la hiper-producción legal nacional? y la respuesta al interior no es positiva. Con todo habría que decir que si los operadores jurídicos están intranquilos como estará, entonces, la sociedad.

Vivimos en un país de leyes, en un país donde el epílogo Santanderista que ora que las leyes nos darán la libertad es espurio; las leyes y su sobreproducción nos han dado la intranquilidad; el Estado, en cabeza del novel presidente, ha presentado “paquetes” de leyes para regular y reformar el desgreño social que recibió y lo cierto es que no será agregando más leyes al sobrepoblado ordenamiento jurídico como los males se remediarán; huelga pensar que es apelando a estrategias educativas y sociales como se remedian los enmarañados vericuetos en los que estamos envueltos.

Sí, llegará el día en que el ciudadano ante tanta ley (útil o inútil) desconfiará de ella y preferirá apelar a la ordalía o a otra cosa con tal de no vivir asfixiado con los miles y miles de papeles que buscan regular el comportamiento y vivir social… Y si ese día llega (sino es que ya llego) le tocará correr, contrariamente, a muchos monos.

COLOFÓN: Habría que pensar en dejar de producir tanta ley y permitir que las que existen cumplan con su fin y tengan un ciclo necesario que permitan al operador jurídico poderlas aplicar sistemáticamente y que le brinden al ciudadano garantías y confianza; pero, y con todo, es más indispensable y urgente educar al ciudadano para que haga de su existencia un todo ético que estar imponiéndole leyes que en ultimas atiborran a los entes estatales y a los poderes públicos en busca de una solución al requerimiento del de a pie.

Andrés Felipe Pareja Vélez

Editor de la sección de cultura de Al Poniente, escritor por gusto, defiendo al hombre, la ciencia y la razón, ergo no puedo ser ni de izquierda ni de derecha.