No logro acordarme de quiénes éramos. Lo he intentado, créanme. He sometido mi mente a largas horas de búsqueda intentando encontrar algún indicio, cualquiera. Una pista, quizá, o un recuerdo de matices desdibujados. Pero nada, no encuentro nada. Se me ha hecho imposible recordar quiénes éramos cuando existíamos fuera de las pantallas, quiénes éramos antes de ser perfiles. Y me enoja profundamente.
Puede ser un poco porque le hemos quitado el trabajo a la memoria; ahora para los momentos tenemos fotos, para los amigos etiquetas, para los pensamientos estados, y para las opiniones comentarios y caritas. Volvimos la memoria perezosa, le quitamos la importancia y decidimos vaciar todo su almacenamiento en redes sociales y memorias (nótese la ironía) USB. Me entristece pensar que es un síntoma de que hemos empezado a destruirnos como humanos y a construirnos como símbolos binarios que traducen acciones en la web.
Me asombra la continua búsqueda por fabricarnos para ser aceptados por otros que viven con el mismo afán. Me asombra cuánta ficción cabe en los marcos de las fotos que subimos a las redes. Me asombra la abismal diferencia que hay entre las personas reales y sus perfiles. Me asombra la cantidad de horas que perdemos frente a las pantallas, inconscientes de que la vida se nos escapa por la espalda.
Por eso no me alegra, ni me divierte, ni mucho menos me encanta, que las emociones se nos vuelvan también íconos, que intentan decirlo todo y terminan diciendo nada. Entonces la opción de los nuevos emoticones de Facebook, que llegaron para quitarle el trono al me gusta, me genera una cierta desconfianza. Hace que me acuerde inevitablemente de la imagen del tipo serio mientras escribe cinco líneas de jajaja en el chat de sus amigos. Me hace pensar en lo insípido que sabe un te quiero cuando es leído y en el vacío que deja leer lo que hubiésemos querido escuchar de cerca.
Así que lo siento por los seguramente arduos días de trabajo de los ingenieros de Facebook en pro de crear los Reactions, pero yo, voy a seguir eligiendo ahogar un grito en la almohada cuando algo me enoje; sonreír hasta sentir los labios anestesiados cuando algo me alegre; que el viento me moleste en los ojos, abiertos de par en par, cuando algo me asombre; reírme hasta que me duela la barriga cuando algo me divierta; seguir llorando al son de canciones para deshacer nudos en la garganta cuando algo me entristezca. Decido seguir mirando lo que me encanta como si fuera a desaparecer si le quito los ojos, antes que seleccionar un emoticón para publicarlo en una pantalla.
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