«Hablar de abuso y violencia sexual no es hablar de parafilias y otras enfermedades mentales. El abuso sexual es un instrumento disciplinador que expresa la pedagogía crueldad.»
En las últimas semanas la agenda mediática argentina gira en torno a la investigación que derivó en una causa judicial sobre «abuso sexual, y promoción y facilitación de la prostitución» que develó una red de abusos sexuales en las escuelas de fútbol. Las víctimas, niños y jóvenes vulnerables de sectores populares.
La prensa internacional se ha hecho eco de esta situación, el diario El Pais de España lo consignaba a principios de abril: «El fútbol domina casi todo en Argentina. Por eso el impacto de una noticia así es mucho mayor en un país donde la pelota es religión y todos los niños y niñas sueñan con jugar en las inferiores de su club. Miles de padres viven estas horas aterrorizados con la idea de que sus hijos, que viven en esas pensiones de los clubes o pasan allí buena parte de la semana, hayan sufrido abusos similares. Pero la fiscal Garibaldi explica que los pedófilos solo abusaban de los chicos especialmente desprotegidos.»
Por supuesto la magnitud de la noticia y el nivel de escándalo que ha provocado en la sociedad argentina, ha hecho que corran ríos de tinta sobre la noticia y opiniones variopintas sobre la pedofilia, la relación de la política con el futbol, la complicidad de los dirigentes.
En este espacio de opinión quiero señalar dos cuestiones particulares, más allá de los casos específicos que están siendo investigados por el poder judicial. Si bien, algunas de las militantes feministas ya lo han señalado, no deja de ser relevante señalar que el clima de época generado gracias a los movimientos «Ni una menos», «Me Too» y todas aquellas irrupciones en el espacio público que han protagonizado las mujeres, cansadas de ser víctimas pasivas y sin voz, trazaron el camino y dieron el primer paso para que todas las víctimas de los abusos abandonen el silencio. Los chicos abusados, saben que gracias a las mujeres que hablaron antes, a las redes de contención que se tejen gracias a los movimientos feministas, no están solos y les creemos.
Por otro lado, me gustaría señalar algo que no se resalta muchas veces y que tiene que ver con el contexto en el que se dan los abusos sexuales. El sentido común suele dar por sentado que los abusadores son seres enfermos, desviados. Desde un punto de vista médico, la paidofilia o pedofilia es una parafilia que consiste en la excitación o el placer sexual que se obtiene, principalmente a través de actividades o fantasías sexuales con niños. Pero como en casi todas las cuestiones socioculturales, la situación es mucho más compleja.
Como bien nos ha enseñado la antropóloga argentina Rita Segato, el abuso y la violación no son cuestiones sexuales, son herramientas de poder. La violencia sexual contra niños, niñas y mujeres se utiliza como un instrumento para el disciplinamiento. Segato define muy esclarecidamente como una pedagogía de la crueldad.
Así, no hay que olvidar que un abusador no es un enfermo ni un pervertido, es un hijo sano del patriarcado.