“Pero es imposible cambiar la realidad- le dijo él en voz baja, mientras le frotaba la espalda, le acariciaba el pelo y la mecía suavemente en sus brazos-. Tómala tal como viene. Mantente firme y tómala como viene. No hay de otra manera”. ¿Qué otra forma hay para enfrentar la vida? Por más que le busquemos caminos diversos, quiebres y todo tipo de estrategias, la vida va cobrando por ventanilla lo propio, lo que está destinado, lo que no puede cambiarse. Ese principio tan lógico para algunos y tan simple para otros, no es más que el principio ético de los estoicos, aquella escuela helenística que se dedicó a comprender que la vida se enfrenta tal cual como viene, sin atajos, sin cobardía, simplemente ponerle el pecho al viento fuerte y soportar, sin quejas, sin reclamos, sin pataletas.
Ese principio ético es el que llevó a uno de los escritores más importantes de la literatura norteamericana a plantearse una vez más el valor de la vida y la vejez, el dolor de la partida y sobre todo, lo importante que son las personas que están de corazón a nuestro alrededor. Elegía, la novela publicada en 2006 por Philip Roth, ha generado una sensación existencial profunda a quienes leen con seriedad sus novelas que siempre van por la línea del cuestionamiento por la muerte y el dolor de partir y ver partir.
Me crucé con Roth por recomendación de un amigo, un amigo querido que hace parte de mis autores de cabecera: Juan Gabriel Vásquez, el escritor bogotano que en su libro El arte de la distorsión escribió un ensayo sobre las máscaras de Roth, haciendo referencia al papel del escritor en un serial de novelas que han sido reconocidas en el mundo entero como una obra de arte. La historia de Nathan Zuckerman que trasciende en nueve novelas de las más de veinte que ha escrito el autor norteamericano a lo largo de sus 83 años. Llegué con la sensación de encontrarme no un autor de ficción desmedida, ni mucho menos a un escritor de no ficción, llegué a este autor con la expectativa de ver cómo es posible colocar las tragedias de la humanidad sin ridiculizarlas, sin abusar de su contenido, sin ir más allá, simplemente, con la medida exacta.
Y es eso lo que hace Roth con Elegía. Lo que hace es exponer el dolor humano, la angustia, el desespero, la derrota y sobre todo, el valor de seguir adelante. Una de las características que tiene esta novela es ver cómo el autor pone sobre las cuerdas el valor de la vida, los recuerdos de familia, la historia de un hombre que no tiene máscaras, que no desea tenerlas, simplemente es ver al hombre de carne y hueso expuesto en su realidad, en sus conflictos. Con una narración descriptiva, sencilla y a un ritmo suave, Roth va introduciendo al lector a la historia del personaje principal, quien de entrada se encuentra en un féretro. Estamos presenciando sin anestesia el velorio del personaje central. Así que no queda otro camino que preguntarse como lector: ¿cuál es la historia de aquel hombre del cual hablan tan bien y lloran tanto? Nos sumergimos en un flash back, en un retroceso hasta su niñez, hasta sus primeros miedos, sus dolores y sus sueños, los celos y las rabias, la muerte de su padre y el olvido de sus ex esposas que él mismo obligó a que lo abandonaran.
La historia que nos lleva por toda la vida del personaje principal nos recuerda incesantemente su principio: “No se puede rehacer la realidad- le dijo-. Tómala como viene. No cedas terreno y tómala como viene”. Principio que llevó hasta la vejez, esa vejez que el mismo tildó como una masacre. Cuestionarse por la vida es uno de los ejercicios que el hombre siempre ha usado y seguirá llevando a cabo para exponer que no existe otro remedio que llegar a un punto y desde ahí, asumir, recibir, resistir y dejar que pase, con sus dolores, con sus alegrías.
Es una novela para leer en vacaciones, en tiempos en donde se pueda sumergir profundamente en sus páginas. Esta novela requiere de concentración pero sobre todo, de coraje, pues es ver la vida pasar en una sala de cine, es la vida de un hombre que puede ser la de mi padre, la mía o la de mis hijos. Para el futuro lector, le recomiendo pensar en la siguiente pregunta: ¿Existo para vivir o vivo para existir? Desde este foco, Roth abre todo su mundo literario para lectores que no se conforman con una realidad dibujada, sino con esa que desencarna a fuego lento.