En las elecciones europeas de esta semana, se comenta con insistencia sobre un posible avance de los partidos euroescépticos y populistas, y con respecto a las posibles consecuencias de una mayor participación de estas agrupaciones en el parlamento europeo, se ha intentado generar un temor desproporcionado entre las filas «europeístas», desde luego, si lograran adentrarse en la institución con un porcentaje relevante, sería ¿preocupante?, podría ser, pero frente a esta eventualidad me atrevo a decir también que sería la mejor noticia que podrían recibir, los que realmente desean una Europa unida, sobre todo los que la desean «repotenciada».
Siempre me llamó la atención que las dos superpotencias que emergieron de las posguerras mundiales fuesen dos países sin nombre propio: Estados Unidos de América y Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, ante esto lo de «Unión Europea» supuestamente ha debido sonar como la perfecta respuesta histórica, de hecho en cierto modo lo fue, y lo ha sido y con éxito, en muchos aspectos menos uno: el de la constitución de una verdadera potencia.
Ahora que la URSS ya no existe y para contentar a los EE.UU. dejamos que Rusia quedará colgando del «fin de la historia», ahora que tenemos a China llenando el vacío bilateral (un país que no necesita llamarse «unión» pues nunca ha dejado de ser un imperio), ahora que deberíamos saber que la historia, es un proceso que solo atañe a las potencias, a los imperios, porque «el resto es antropología» como decía el filósofo español Gustavo Bueno, ahora que todo ha cambiado para seguir igual, ante todo esto nosotros los europeos somos poderosos, lo seguimos siendo, pero no somos potencia, sobre todo en el sentido geopolítico.
Faltaría más, la Unión Europea se inventó no para crear una sola nación, sino para ser una organización, sobre todo una organización para impedir la guerra entre sus miembros, sin duda alguna un objetivo loable y sagrado, pero en el campo de lo sagrado, a ese campo que es de otro mundo, entran tanto el débil como el fuerte, en cambio en el campo de la historia, el campo de este mundo, solo hay lugar para el fuerte.
Y aquí lo «preocupante» es que la cuestión de la potencia no puede evadirse, porque nada, absolutamente nada, puede garantizar la paz, ni la paz ni ninguna otra cosa, el futuro no acepta certificaciones.
Y para terminarnos de «preocupar», la cuestión de Europa como potencia, depende de una definición pendiente, la de una nación que desde hace siglos levanta los mayores miedos y los mayores resquemores: Alemania.
Alemania, ser o no ser
La definición europea depende de la definición de Alemania, nos guste o no, lo lamento por esos atolondrados que desean redimensionar el supuesto papel preponderante de Alemania en el continente, y digo supuesto porque hasta ahora la fortaleza alemana en la «Europa unida», es tan innegable como el hecho que se ha desarrollado en el marco de un proceso anómalo y contra natura, en donde el país de mayor producción no es el más fuerte a nivel político, especialmente hacia el exterior.
La Unión Europea debe ser también una organización política, y ninguna organización política, por mejor concebida que esté, puede funcionar sin un liderazgo claro y decidido, la Unión Europea como organización administrativa puede funcionar como una burocracia, pero no así una organización política, y menos aún, una en la cual el llamado a ejercer el liderazgo, por haber demostrado en forma reiterada e incontrastable su fuerza, arrastra sin embargo un problema «psicológico», un problema por el cual y al parecer, debe pedir perdón eterno por lo que fue, por lo que es y por lo que quisiera ser, aunque con respecto al «quisiera ser» tengo dudas que exista alguna claridad, inequívoca y compartida, en la misma Alemania.
Desde luego nos encontramos ante un caso muy especial, Alemania es una antigüedad como nación y un jovencito como país, un joven que en virtud de la posición perfectamente central en la que le tocó nacer, rodeado por todos lados, siempre ha debido pasar por experiencias violentas, muchas de ellas traumáticas: 43 años después del nacimiento de su unidad (un parto a sangre y fuego para variar) cae en una muy intrigada tentación expansionista y lo hace dos veces, para ser dos veces derrotado, y no solo derrotado sino roto en dos pedazos: nada ha sido fácil para este joven, a pesar de que nada en el fondo ha sido capaz de disminuir o detener, su fuerte fisiología y el ímpetu vital que lo acompaña como alma.
Francia, la «otra» que espera
Si alguna vez Alemania «se decidiera», desde luego el liderazgo deberá compartirlo con Francia, habrá gente que diga que eso es ya un hecho, y lo es, sin embargo, una cosa es que la pareja haya dado muestras de poder funcionar, y otra dar el gran salto hacia un compromiso mayor, a una tarea mayor, tarea que podría ser una de «solos contra el mundo» en no pocos casos.
Sin duda el otro país es Francia, no voy a tratar mucho el tema del binomio europeo indispensable, para no extender en demasía esta reflexión, Francia ha mostrado habilidad política innegable al volverse una nación cuyas élites, logran sacar provecho de cualquier situación potencialmente caótica, el presidente Emmanuel Macron ha dado una pequeña muestra con lo que ha pasado con el movimiento de los gilets jaunes, ese movimiento del cual muchos oportunistas han querido «pegar» sus vagones, sin saber que la locomotora no aparece por ningún lado, y no tendría nada de sorprendente, que no apareciese.
(Lo lamentable, es que nadie visualice la súper locomotora que debería ser Europa, pero no dejemos que el vuelo de los buitres nos engañe, lo que están sobrevolando no es un cadáver, aunque la propaganda insista)
Francia posee dos ventajas con respecto a Alemania, la primera es que ha dejado atrás sus partidos tradicionales, y creado uno vencedor en tiempo récord, el nuevo paquete incluye a un nuevo líder, que no importa si es un producto diseñado por algún comité, lo que importa es que el camello, aunque nunca resulte caballo, siga definiendo el espacio de combate con características precisas, sin dejarse arrebatar los términos y las reglas.
La otra ventaja francesa es que ese país realmente se ve, se reconoce a sí mismo como potencia y actúa como tal, sin necesidad que nadie más les legitime sus andanzas, no sufre del problema de timidez que aqueja a Alemania, basta ver como se desenvuelve en África.
Europa no tiene amigos
La Unión Europea no se trata solo de que sea «eficiente», se trata de que sea fuerte, Macron y Angela Merkel, con cierta parquedad que debe verse como necesaria prudencia, han dado algunos pasos necesarios en esa dirección, por ejemplo, al insinuar la creación de un ejército europeo, y no cometamos el error de considerar esta idea como una reacción ante el ataque de Donald Trump contra la NATO: el ladrido no generó una reacción, el ladrido generó una oportunidad (Gracias).
Deberíamos estar conscientes de una vez por todas que tras la supuesta guerra comercial entre EE.UU. y China se esconden otros objetivos que no son exclusivamente de orden económico, y uno de esos objetivos es de importancia geopolítica crucial, para compensar los dispendios teatrales de ambos actores: perjudicar a Europa.
A esto súmenle que China se encuentra en el centro de formación de otro bloque político-económico de tamaño nada desdeñable, el constituido por los BRICS, en donde China se está llevando lo que históricamente han debido ser dos aliados europeos naturales como Rusia y Brasil.
Algún día se entenderá que no haber incorporado a Rusia fue un error colosal, peor aún demonizarla en interesada prolongación de una supuesta guerra fría, a la que se mantiene en vida precisamente para evitar la consolidación de un bloque europeo.
Conserjes no, Estadistas si
Volviendo a machacar lo de la debida «eficiencia» de la Unión Europea como organización, el meterse directa y ruidosamente en el barullo político de países como Italia, Polonia o Hungría, para poner algunos ejemplos de países «euro inquietos», solo puede llevar al agravamiento de todo tipo de tensión, realimentando justamente las nacionalistas. Esa Europa que hemos visto ocupada en liarse con las eternas vicisitudes italianas, es una Europa que está perdiendo tiempo precioso en avivar una agitación aldeana, agitación que sin duda cuenta con sponsors internacionales, pero que es aldeana por genética histórica, una tarea que es para agrupaciones políticas y no para funcionarios administrativos, un problema del cual deben ocuparse poderes de otro tipo, un asunto de orden inferior con respecto a lo que debería ser lo más importante a nivel político y geopolítico: consolidar la potencia europea.
El problema que plantea Italia no es el triunfo del nacionalismo antieuropeo, el problema de Italia podría ser el triunfo, mucho más probable y mucho más contagioso entre vecinos, de una demagogia que se aprovecha de todo vacío de autoridad, que en el caso de Italia es la secuela de un sistema de partidos tradicionales que perdieron tanto el rumbo hasta desaparecer de escena, y en donde la cuestión nacionalista es la expresión de una operación oportunista que solo cobrará importancia, en la medida que el gran sistema europeo caiga también en enanismos de conserjería.
Vuelvo y repito, que avancen los euroescépticos debe verse como una oportunidad extraordinaria, como el reto que todo aspirante a estadista debería ser capaz de enfrentar, y no con aprensión, sino con el entusiasmo de quien por fin encuentra en la arena, el adversario perfecto con el cual dar el combate definitorio.
Alguien objetará que los estadistas no se ven por ningún lado, a esto respondo que antes debería crearse el medio ambiente propicio para su aparición (o presentación en sociedad). De un ambiente de normalidad rutinariamente reglamentaria y burocrática, nada bueno puede surgir, solo la cristalización evolutiva, y el proceso que podría revertir ese destino, debería estar por comenzar.
Estamos retrasados.