En redes sociales tenemos, inclusive antes de que se conocieran los resultados de las elecciones territoriales, un debate acerca del significado que dichos resultados tendrían vistos desde la óptica de la batalla ideológica y política que se lleva a cabo a nivel nacional entre la oposición y el oficialismo petrista. La pregunta “¿Constituyen los resultados del domingo 29 de octubre un plebiscito sobre el modo en el que Petro ha gobernado durante su primer año de mandato?” no ha dejado de sonar, y, ¿cómo no?, si es que la narrativa petrista tiene como premisa la idea de que este Gobierno es, ante todo, un “Gobierno Popular”: si le quitamos a los defensores del petrismo la posibilidad de defender el mito que le permite llamarse a este el representante de “las clases oprimidas” o de “los nadies”, ¿Qué les queda?, ¿Cómo será posible justificar sus exabruptos?
Y es que, curiosamente, el petrismo sabía que perdería las elecciones. Lo sabía porque aún sus más férreos defensores reconocen, al menos de modo implícito, que los resultados del Gobierno Petro han sido desastrosos –que expliquen esos desastres con enrevesadas conspiraciones o ridiculeces elefanticas es otra cosa–. Es por esa razón que, días antes de que se llevaran a cabo los comicios, la narrativa común era decir que incluso si perdían las elecciones, eso no tenía que significar que la gente rechazara al Gobierno o a su modo de gestión, sino que simplemente podía ser explicado por el modo en que se mueven las dinámicas electorales locales.
Ciertamente, es posible que en un alejado pueblo del César, en el que el Partido de la U y “los liberales” a punta de dádivas, corrupción y maquinaria han mantenido el poder 20 años, los resultados de la elección tengan menos que ver con Petro y más que ver con la “dinámica electoral local”. Sin embargo: ¿No son los resultados en Cali, Barranquilla, Bogotá, Medellín, y hasta Cartagena, una clara manifestación del voto de opinión? En cinco de las cinco principales ciudades del país por PIB perdió el petrismo, y en tres de ellas gana la derecha, encabezada por líderes de la oposición a Petro. ¿No es esto un mensaje? Hay que ser intelectualmente deshonesto para negarse a reconocerlo.
En Medellín y Antioquia la paliza fue, como se esperaba, monumental. Federico “Fico” Gutiérrez alcanzó la Alcaldía con un 73 % de los votos, algo inédito y sin precedentes, especialmente por dos razones:
- El candidato que ganó avasalladoramente era el contrincante directo de Petro en las elecciones pasadas, y por ello pagó el precio de ser asociado con Bacrim y de ser objeto de algunos de los ataques sistemáticos más bajos que la política paisa ha visto.
- Los adversarios de los candidatos ganadores, es decir, de Andrés Julián Rendón y de Fico, estaban bendecidos –o maldecidos– por la Presidencia, a tal grado que las agrupaciones políticas de los exministros se lanzaron a apoyar sin ninguna clase de miramientos a Luis Pérez y Juan Carlos Upegui.
Todavía más, la derrota del petrismo en Bogotá es un mensaje para la izquierda recalcitrante. Bogotá ha sido una ciudad que, al menos durante los últimos 20 años, ha parecido alérgica a la derecha, lo que naturalmente parecería que se inclinaría hacia la izquierda, mas no ha sido así. Galán, un candidato que, pese a ser apoyado por una centroizquierda light, asimismo tenía respaldos respetables como el del exministro Fernando Ruiz Gómez, ganó la Alcaldía con un porcentaje superior al 49 %, dejando a Bolívar, el abanderado del Presidente, con un pírrico 18,71 %.
Hoy por hoy la narrativa de algunos medios liderados por el biempensantismo es que los “clanes” políticos son los que han ganado. No obstante, se presenta una contradicción evidente: hoy los clanes están con Petro –son ellos los que lo llevaron a la Presidencia–. ¿Cómo pueden ganar ellos y perder Petro? ¿No representan acaso los mismos intereses? La respuesta es simple: los clanes políticos más tradicionales sí que apoyaron a candidatos petristas –con muy contadas excepciones–, aunque, no les alcanzó. Hubo denuncias, sobre todo en la Costa Caribe, de cómo muchos parapolíticos y narcotraficantes buscaron y obtuvieron avales y co-avales del Pacto Histórico. Afortunadamente perdieron.
Ahora bien, aún ahí, donde los clanes políticos ganaron en detrimento de “el cambio”, existe un mensaje muy poderoso. Al parecer la izquierda, tan vanidosa en su superioridad moral, es a ojos del elector administrativa y políticamente inferior que los clanes mafiosos. Visto así, la derrota no es solo electoral, sino simbólica.
Estas elecciones, si bien claramente son un fracaso monumental para una izquierda supuestamente consolidada, también representan un desafío para una derecha que apenas se está adaptando a un nuevo panorama. Centro Democrático, Creemos, Cambio Radical, y algunos vestigios del Partido Liberal (y hasta algún sector de la U), tienen la obligación de actuar cohesionados ideológica y electoralmente. La principal fuerza de derecha en Colombia sigue siendo el Centro Democrático, mientras tanto, Creemos surge como una alternativa posible para quienes desean ver nuevas caras: ¿Cómo sorteará el Uribismo este desafío? Ya veremos. Por otro lado, el cisma al interior del Partido Liberal hace parecer a ese partido como una asociación conveniente más que como un operador ideológico: ¿cómo se puede ser liberal y petrista al mismo tiempo?, ¿cómo pueden compartir partido –y bancada– con individuos que no tienen ni siquiera las mismas convicciones éticas? Pregúntenle a los miembros y dirigentes del partido en mención.
Superar las divisiones internas en busca de un propósito común es la tarea de la derecha. Reorganizarse racionalmente en virtud de una identidad discursiva que apele al sentir popular y sea capaz de conectar con la gente es la única manera de lograr que en 2026 las decisiones institucionales no estén en manos de un mitómano de esos que tanto aman en la izquierda radical.
Esta columna apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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