Supongamos que una democracia, lo más completa, perfecta, etc; como uno quisiera, podría caer sobre nosotros desde el cielo: este tipo de democracia no será capaz de soportar tanto más que unos pocos años si no se generan los individuos que le corresponden, los que, en primer lugar, son capaces de hacer funcionar y reproducirla. No puede haber sociedad democrática sin paideia democrática. (Giroux, 2004:115).
El próximo 13 de marzo de 2022 tendremos en Colombia las elecciones al Senado y a la Cámara de Representantes y el 29 de mayo se llevarán a cabo las elecciones presidenciales, motivos por los cuales la política se pone un poco de moda en medios de comunicación, redes sociales y las salas de nuestros hogares. Escribo estas cortas líneas para invitar y alertar, como joven me gustaría que todos participemos del actual proceso electoral.
Soy un joven que vivió parte de su infancia en el suroeste antioqueño y luego llegó a Medellín como uno más de los 9, 231.426 de desplazados internos según el RUV (Registro Único de Víctimas). Gracias a la Iglesia crecí y me formé en un Internado; terminé mi educación básica en un colegio oficial de Medellín, accediendo a un pregrado en Ciencias Políticas gracias a una beca; esto en una ciudad en la cual el DANE reporta que el 29% de jóvenes no trabaja ni estudia y el desempleo juvenil es superior al 26% y, según el DANE, 2021 cerró con un desempleo general de 10.8%.
Me atrevo a contarles un poco de mí, por la simple razón de que somos miles, que tenemos historias similares, de esas que sobreviven. Desde pequeño me interesé por la política porque me ha generado curiosidad ver cómo varían las formas de control social por parte de los políticos y las instituciones del Estado.
Algunos pretender influir y dominar desde el miedo; en sus campañas electorales nos advierten sobre “las catástrofes” que se pueden dar si no se les elige a ellos, buscando generar una sensación de temor en sus potenciales electores haciendo hincapié en problemáticas sociales que luego del día de elecciones desaparecen como por arte de magia. No los reconocemos por propuestas sino por las emociones que logran desencadenar en nosotros.
Por su parte, otros intentan movilizar desde la esperanza, estableciendo así una relación muy tóxica entre los electores y los candidatos, ya que nos ilusionan hasta que caemos.
Como lo plantea el columnista Sergio Rangel en Vanguardia: “vender ilusiones es lo más productivo en el proceso electoral”. Este trabajo lo facilita la condición social de la población; en diciembre de 2021 la ANDI reportó que el 54% de los colombianos aguantan hambre. Sobre este panorama los candidatos se convierten en los mejores chefs y en sus campañas abundan los menús para el país, lastimosamente, de sus platos fuertes sólo quedan “mermeladas”.
Actualmente en nuestro país pinta más el panorama a un evento de “Comic-Con” que a un proceso electoral: se ven “súper héroes” por doquier prometiendo salvar al país de sus enemigos o mejor nombrados “opositores”, comparten una habilidad común para simular humildad; un escenario donde mágicamente el sombrero del campesino les luce, la lluvia y los charcos de calles sin pavimentar les hace felices, su nivel de amabilidad y sociabilidad se incrementan al 100% y el vasito de agua y el plato con sopa de la abuela mientras volantean no les causa repulsa; todo esto en un país donde, según el DANE, el 42% no tiene con qué comprar una canasta básica.
El panorama social del país no es alentador y la mayoría de candidatos utiliza en sus discursos conceptos muy similares como “transformación social”, “empoderamiento”, “esperanza”, “sueños” y demás romanticismos con los que opacan la cruda realidad de más de 21 millones de pobres en el país, es decir, con ingresos mensuales iguales o inferiores a 330.000 pesos; un país con la inflación más alta de los últimos 5 años y a esto le sumamos los aproximadamente 130 mil muertos por Covid – 19. Es el momento de eliminar toda excusa o justificación para no participar en el proceso electoral. Nos guste o no, es necesario que participemos; la democracia sin cultura política y sin participación ciudadana es sólo una cortina de humo.
Este es un llamado a aterrizar, a sentir el proceso electoral como el cimiento de nuestro futuro, a tener sentido de pertenencia por nuestro territorio, no nos centremos en buscar héroes o profetas sino ideas, agendas y programas. Claro, usted se preguntará: ¿cómo identifico a un buen político?, ¿cómo saber que no miente?
La respuesta puede ser sencilla pero la realidad es compleja. Sugiero revisar su trayectoria y conocer sus propuestas. Además, las formas de identificar al típico populista en un proceso electoral ya las conocemos, pues abundan desde el mismo origen de la democracia.
Colombia necesita políticos y no politiqueros. La política es una ciencia: en el Congreso y la presidencia deben quedar científicos de lo político y de lo social, verdaderos estadistas y administradores que inicien todo cálculo desde la humanidad y el respeto por los principios democráticos, más no politiqueros mediáticos.
Y sí, aún en medio de tanta corrupción, desilusión, barbarie y sangre derramada (Colombia cerró 2021 con 26,8 homicidios por cada 100 mil habitantes), estoy cada vez más convencido de la vital importancia de participar en política, pues así no participemos, ella si lo hace en nosotros, y decide por nosotros. Por más que le corramos ella va más rápido y sin darnos cuenta interfiere en nuestro bolsillo, en nuestro estómago y nuestros sueños.
Elevemos una oración en las urnas y hagamos nuestros votos en las elecciones de este año para que se nos haga el milagrito que tanto suplicamos de ser un país verdaderamente democrático; que ese milagro no depende de ningún santo, héroe o profeta, sino de nuestro criterio y cultura política. Por eso “les digo el milagro, pero no el santo”.
Me resulta muy interesante tu punto de vista. Muchas gracias por compartir😊