El vuelo interno

A Diana.

 Desde que tengo uso de razón siempre he andado, bien sea en mi chaqueta, bolso, morral o en la mano con una pequeña libreta para anotar cada cosa que a mi cerebro le da por imaginar. En días pasados anote lo siguiente:

“Me ha dado por mirar hacia dentro de mí. Me ha dado por recorrer lo que he sido desde un principio, lo que ha sido de mi cuando he crecido y lo que seré cuando los años se posen en mí, aún, más. He visto como en una esquina de mí están guardados los días felices de la niñez, en donde corría por las verdes praderas de El Amparo, donde solo me preocupaba por reír, donde estaban los míos vivos, donde podía ir corriendo a los brazos de mi madre y esperar sus besos en la frente, esos que calaban en los huesos. En ese rincón está mi primer amor, mi irreconocible primer amor, del que me enamoré sin saber quien era, de ella la que me alegraría mi devenir con sus angelicales respuestas y sus sinuosas lejanías. Luego, y sin quererlos ver, estaban los recuerdos (en otra esquina) de cuando fui creciendo… El dolor, el pesar y las ausencias estaban acomodadas allí. Los ataúdes y los cementerios eran familiares, fueron tantos los que se fueron, los que partieron con Caronte en el cruce del río; eran tantos recuerdos, allí estaba el espejo en el que me vi cómo era, los abrazos fracasados, los besos al aire, los orgasmos fatuos y también seguía mi primer amor, allí indeleble sin tacha, irreconocible, pero seguía allí; sus besos retenidos, sus abrazos sin ejecutar, allí seguían, nadie los había tocado. Después vi mi adultez, vi los años sobre mi como si fuera atlas, las pérdidas consumadas, las derrotas ejecutoriadas y mi vida hecha no un tres sino un infinito de banalidades y los rincones a medio llenar porque aún faltaba por llenar y tu ahí; ahí estabas mi primer amor con tu rostro ya al descubierto, con tu rostro hegemónico, imponente y fino, allí estabas mi primer amor, mi amor después de muchos primeros, mi amor la que me llevó a mirar en mi… Mi amor a la que le asusta que le diga amor. Lo único de mi adultez que me da tranquilidad es que estas en mí y si no quieres estar pues aun así estarás porque ya no mirare hacia mí para verte, sino que abriré mis ojos para verte con la luz del sol y con lo continuo de los días hasta que vague, yo, por el profundo universo”.

Andrés Felipe Pareja Vélez

Editor de la sección de cultura de Al Poniente, escritor por gusto, defiendo al hombre, la ciencia y la razón, ergo no puedo ser ni de izquierda ni de derecha.