Héctor tiene un puesto de frutas en el centro de Medellín, José vende dulces en un semáforo en una avenida de la capital, Carlos dirige un grupo de carretilleros, los tres tienen algo en común, viven de la venta del día a día, del comercio informal que les permite llevar todos los días el pan a la casa, los tres dependen del buen corazón, la solidaridad de la gente, de vender sus productos, los tres son grandes personas.
En Colombia la tasa de informalidad es de más del 58%, en otras palabras, más de 12 millones de personas en Colombia viven del “rebusque” diario, una cifra bastante sorprendente pero no lejos de la realidad económica de nuestro país; según nos cuenta Carlos solo en el centro de la ciudad de Medellín confluyen más de 2.000 carretilleros, venden productos de temporadas, según la época del año, venden productos de cosecha el mango, el banano, la piña, el aguacate, en diciembre empiezan vendiendo medias, luego velas o faroles, terminan vendiendo maracas y sahumerios.
Héctor tiene su puesto de frutas, allí vende el salpicón bien frio para los calores de la ciudad, ensalada de frutas o pequeñas porciones de fruta fresca, le vende al caminante de la zona o hace domicilios en los negocios cercanos, su limpieza, buen servicio, la frescura de la fruta, lo hacen el preferido en la zona, Héctor sueña con que ningún niño en la ciudad aguante hambre, que los comedores comunitarios sean para todos y que la corrupción no se quede con el desayuno de los más necesitados.
En la pandemia uno de los sectores más damnificados fue el de las ventas informales, el sector al que pertenece José, el me cuenta que no ha dejado de perjudicarlo el Covid “ahora todo es más caro, antes un dulce costaba 80 pesos ahora cuesta 150 o más y recibo la misma moneda de 200 pesos”, cada vez le compran menos, su navidad fue triste, no alcanzó a comprar regalos para sus dos pequeños hijos, no se esperanza en el gobierno pues viene de Venezuela, dice conocer ya lo que nos espera, solo desea que no se repita la historia porque esta muy contento en Medellín, desea volver a visitar sus familiares pero la plata no le alcanza.
Un gran reto tiene el gobierno, tanto a nivel nacional como local, la formalización en un sector que crece todos los días; para ello la mejor opción es la economía solidaria, generar cooperativas de venteros que permitan manejar de una forma adecuada sus ingresos, comprar en conjunto, tener seguridad social y pensión, poder acceder a los programas del gobierno pero sobre todo cambiar una imagen negativa de la sociedad para con ellos.
Los venteros ambulantes son parte de nuestra economía, hay que ayudarles, comprarles, acompañarlos en su proceso de formalización, los venteros no quieren promesas, quieren hechos.
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