“El concepto de verdad parece relativo, está marcado por el contexto, el ángulo desde el que se mira, la ideología que se profesa y el fanatismo que se quiere incentivar hacia una corriente política. Relato de la realidad colombiana no puede seguir circunscrito a la postura de unos partidos con valores y principios invertidos.”
Los colombianos deben salir de ese mundo de fantasía, que le vendió la izquierda, paralelo a una propuesta de cambio. Poner los pies en la tierra, quitarse la venda de los ojos, y observar los hechos como se evidencian, permitirá a la nación dejar de ver la mentira como verdad y constituir realidades como falacias. Peligroso resulta una polarización en la que solo se escucha aquello que se alinea con una posición política, discurso que honra la incompleta interpretación de un entorno que busca garantizar la impunidad de quienes en un etapa de la historia del país fueron victimarios desde su actuar y proceder guerrillero. Lo que ahora se vive en Colombia no cuenta lo que en realidad ocurre, actitud pendenciera de su presidente, contra medios, periodistas y todo aquel que signifique oposición, trasluce la frustración, y rabia que circunda a quien trajo al poder menos paz de la que nunca ha habido.
Las nuevas generaciones, colectivos ciudadanos agrupados en las primeras líneas, distantes están de ser una masa crítica, los hechos y el tiempo han revelado que tragaron entero y cayeron en el juego de una apuesta política con evidente pobreza argumentativa. Reducir los problemas del país a una confrontación llevada a las plataformas sociales, administrada por bodegas que imponen tendencias, fue el detonante que envalentonó a combos poblacionales con chispa para sembrar y propagar el odio, intolerante y guerrerista, que funge como moral cínica de los perturbados sociópatas de izquierda. Verdades a medias que enaltecieron a su mandatario, un exguerrillero combatiente de la institucionalidad democrática es una auténtica amenaza para el futuro de los colombianos. Telón que poco a poco se le cae al Pacto Histórico devela que quien se hizo elegir por la reivindicación de los “nadies” solo quiere incendiar el país, ocultar la corrupción que se teje a su alrededor, y lejos está de ser quien actúa al servicio de la gente.
Aliados políticos de la izquierda, que hacen frente a un ambiente atomizado por escándalos constantes, son incapaces de ocultar que el cambio propuesto por Gustavo Francisco Petro Urrego es un #TBT de la Colombia de los años 80 y 90. Financiación non-sancta en la campaña, indelicadezas cometidas “a espaldas” del candidato, sujetos incómodos vinculados a los cuadros de mando del proyecto político, tomas guerrilleras a poblaciones, ataques narco-violentos a las zonas rurales, incremento en los índices de asesinatos y secuestros, líderes sociales desprotegidos, sumado a los acuerdos burocráticos para evitar un juicio a su presidente, son el diario vivir de una nación condenada a repetir su historia sin aprender de los errores del pasado. Agenda de mentiras, o verdades a medias, que delinea su mandatario en Twitter, deja claro que el componente social y político en lo que resta de gobierno será bajo y con cuestionable concepción de la ética.
El destino determinó que, en tiempo y lugar, a gusto de algunos y disgusto de muchos, este es el momento de Gustavo Francisco Petro Urrego en el ejercicio del poder. El respeto por la democracia, resultado que dio la victoria en las urnas a la izquierda, no impide reconocer el sofisma político que resultaron ser los caudillos progresistas que actúan como humanos. Proceder de los militantes del Pacto Histórico muestra que se creen dueños del país, poseedores de la verdad absoluta, y sueñan con implantar un falso modelo socialista que solo acrecienta su riqueza y propiedades, pero generaliza la pobreza y las necesidades de la población. Vivir sabroso fue una promesa de campaña que hoy se revierte en contra de quienes creyeron en eufemismos que suavizan y niegan la verdad de lo que está ocurriendo en Colombia.
Defensa a ultranza, que se hizo en el primer año de gobierno, a criminales y clanes corruptos fortalecen el concepto de quienes piensan que el gobierno del cambio retrocedió más de 30 años a Colombia, y apuesta por destruir lo construido en el marco de la democracia. Manipulación de conciencias que se estructura, desde el perfecto uso de la comunicación en las plataformas sociales, será el eje de defensa que se emplee para imponer, en el imaginario colectivo, como un ataque contra Gustavo Francisco Petro Urrego, el exaltar su incompetencia gestora, la mitomanía constante que lo acompaña y los reiterados incumplimientos en su agenda. Secreto a voces, que se extiende con un “dicen, a mí no me consta”, habla de enfermedad mental, problemas de adicción y falta de lucides de su presidente, triangulación de factores que son la prueba fehaciente de su incapacidad para ejercer el cargo y hacer algo constructivo para el país.
Antes que exaltar delirios de persecución, estrategias conspiradoras para tumbar a su mandatario, la izquierda debe trascender la psicosis de Gustavo Francisco Petro Urrego y superar la negación que les impide ver que les quedó grande el ser gobierno. Los hechos han sido evidentes, en el escenario nacional e internacional, el país va mal y, lejos de calumnias o show mediáticos, el cambio prometido está lejos de llegar. La nación se desmorona ante la falta de inversión, la ineptitud para ejecutar el presupuesto, y el desvío de recursos que deberían ser empleados para mantenimiento o ejecución de obras de infraestructura pública. Táctica de echarle la culpa a otros paso a paso se desgasta y desdibuja frente a los problemas que transita el país a consecuencia del desgobierno. Apuesta de dividir a Colombia en bandos amigos y enemigos del progresismo parece ser la fórmula que funcionará para desviar la atención de las ausencias, los desplantes y las desapariciones sin explicación de su presidente, agente político sin propuestas coherentes y profundos ataques a sus contradictores.
Idea, que se vende al país desde la izquierda, de redirigir subsidios para darlos a bandidos, con la excusa de que con ello no volverán a delinquir, es un cáncer que engendrará parásitos mantenidos por los impuestos de la nación. La apuesta política que prometió ser el cambio, y ayudar a la clase trabajadora, ahoga a los colombianos con la imposición de tributos, las alzas desmedidas, y la inseguridad desatada. Mentiras que fueron sustento de la narrativa en medio de la campaña, y lo son ahora al frente de la presidencia, son el reflejo de aquello que representa la figura de Gustavo Francisco Petro Urrego como padre, político, alcalde y senador, activista populista que difama, tergiversa y desinforma a sus seguidores. Materialización de un Sensei que se revictimiza para justificar sus ausencias, nublar sus incompetencias y avalar el derecho a dejar metidas a las personas que convoca.
Vergonzoso resulta su mandatario negando lo evidente, tener una coalición de gobierno vendiendo verdades a medias mientras su presidente no sabe tomar las acciones que le corresponden para imponer el orden y prestar atención a los hechos de suma gravedad que están acaeciendo. Injusticia política, económica y social, que envuelve en mentiras los hechos de la agenda nacional, abre la codicia de las fuerzas progresistas para lograr lo ajeno y estar en superioridad de condiciones a los demás sin importar lo que toque hacer en el camino para conseguirlo. Multiplicidad de informaciones que giran alrededor del gobierno del cambio en los escenarios sociales (cadenas de WhatsApp, mensajes de Twitter, tendencias en Facebook o viralización audiovisual de TikTok), promueve la violencia y agresividad que incita al desorden. El buen actuar se construye desde una ideología superior del bien, centro político que parece una utopía, pero tiene un verdadero criterio sobre valores, iniciativas, acciones, sociedad y el valor de la verdad.
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