Indro Montanelli cuenta una anécdota sorprendente de la historia de Roma sobre el valor de la palabra dada. Durante las guerras púnicas, en las que Roma se enfrentaba ante la temible Cartago, el general romano Régulo fue llevado a aquella ciudad del norte de África como prisionero, luego de haber caído en una de tantas batallas.
En alguna ocasión, los cartagineses quisieron enviar una comisión a Roma para negociar la paz y decidieron que en el grupo que sería dirigido para discutir el tema en la península itálica estuviera incluido Régulo como muestra de una actitud pacífica. Pero le hicieron prometer algo: si se firmaba la paz, podría quedarse en su tierra con los suyos. En caso contrario, debería volver, salir de su país, con la comitiva cartaginesa y seguir su vida como esclavo. Régulo, con toda dignidad, aceptó el trato y dio su palabra.
Una vez estuvo en el senado romano, luego de un largo viaje, habló con vehemencia a sus compatriotas y les dijo que no era una buena opción para Roma firmar esa paz que proponía Cartago, ante lo cual el senado quedó convencido y rechazó la oferta. Régulo, por su parte y estando en Roma rodeado de todo su ejército, cumplió su palabra y volvió con la comitiva a África, donde fue tratado con la mayor crueldad. Era o incumplir su juramento y quedarse en su ciudad, donde había obtenido tantos honores, o caer de nuevo en dientes enemigos. Y fue orgulloso hacia dichos dientes para la sorpresa que con seguridad tendría algún “avispado” de los nuestros al escuchar la historia.
Mucho hemos olvidado ese valor que tiene la palabra dada y esta historia de Régulo puede sonar ahora como un chiste. Sobre todo en época de elecciones. Es cierto que, como diría Cioran algún día, cambiamos constantemente de opinión y quizá ese sea nuestro derecho, pero eso no oculta los inconvenientes morales de no cumplir con la palabra dada a un proyecto, de hacerle el quite a los compromisos asumidos con la ciudadanía. Independientemente del partido que sea, los políticos deben mostrar firmeza y deben mostrarse como sujetos dignos de confianza, que van a cumplir cuanto han dicho en campaña y que sus palabras no estarán variando de postura según los cálculos políticos o la coyuntura favorable del momento. Al menos esto en un mundo idílico de la política pero con todo un valor moral que parece que se ha esfumado.
Esta es una reflexión que vuelve a estar sobre la agenda en las actuales elecciones a alcaldía y gobernación. No sólo por la decisión tomada por Federico Restrepo de dañar su alianza con Federico Gutiérrez sino por el debate que hoy tiene Liliana Rendón con el uribismo. A pesar de que la alianza, en mi criterio, siempre debió haber sido entre Alonso Salazar y Federico Restrepo, por afinidad política y por el proyecto en general, eso no borra la discusión en la que estamos obligados a entrar: ¿vale la pena difundir la imagen del político como aquel que se acomoda a las circunstancias según conveniencia a pesar de que signifique incumplir un compromiso claro con otro proyecto? Creo que nada es más perjudicial para la política en sí misma que estos acomodos de última hora, porque reflejan cuánto de volátil hay en ella y le muestran al ciudadano una triste realidad: no se puede creer a fe ciega en las palabras de políticos.
[…] https://alponiente.com/el-valor-de-la-palabra/ […]
[…] Imagen: https://alponiente.com/el-valor-de-la-palabra/ […]