“El poder de la literatura es usar las herramientas de la ficción, establecer un cruce de medios de representación.”
Hay un prefijo que en las dos últimas décadas se ha popularizado en Latinoamérica: “narco”. Hoy en día se habla de narcoliteratura, narcogobierno, narcoindustria, narcocultura, pero aquí nos dedicaremos al narcocorrido, un prefijo que, en este caso, resignifica el género musical de origen mexicano. El corrido persigue un sentido épico al narrar las hazañas de un sujeto valiente que desafía el poder en favor de los oprimidos. Con más detalle nos lo explica la investigadora mexicana Catherine Heáu-Lambert, cuando dice:
El arquetipo del valiente transfigurado en héroe por los corridos populares ha sido el sinaloense Heraclio Bernal. Un guerrillero anti-porfirista, rebelde después de constatar que Porfirio Díaz, una vez en el poder, no cumplía con su promesa de instituir el municipio libre, a pesar de haberse pronunciado a su favor en 1876. Su particularidad era atacar sólo a los representantes del poder y del dinero, y no a los pobres.
Las hazañas de Heraclio Bernal en los corridos dieron lugar a la figura de “el valiente” en otros defensores del pueblo, lo que provocó la producción de numerosos corridos expandidos por los territorios de Sinaloa y Durango. Sin embargo, a finales del siglo XX la figura del valiente experimenta algunos cambios. El nuevo “héroe” que enfrentará el poder político del Estado será el narcotraficante. Es así como surge el narcocorrido, a diferencia del héroe del corrido que se evoca tras su muerte épica y se menciona con su nombre y apellido en las luchas por un bienestar común, en el narcocorrido, el héroe busca solo beneficio personal, se le canta en vida y por su condición de criminal solo es mencionado por su apodo. La expansión del narcotráfico dio lugar a la expansión del (narco)corrido en el territorio mexicano y otros países de Latinoamérica.
Pero, ¿por qué llamar héroe a quien enfrenta al poder solo para beneficio personal? ¿Se trata de un enfrentamiento real al poder del Estado o son solo relaciones de poderes: el legal y el ilegal? Empecemos afirmando que estas relaciones proyectan cierta ilegitimidad del Estado ya que, el descuido de las problemáticas de los sujetos sociales despierta rechazo hacia el orden institucional producto de la deslealtad de sistemas “democráticos” cuyas promesas estuvieron fundamentadas en garantizar deberes y derechos constitucionales. Este incumplimiento le permite al narcohéroe transfigurarse continuamente en la frontera entre el bien y el mal. Un maniqueísmo religioso que es asumido por los sujetos desprotegidos de un Estado rechazado por incumplir obligaciones sociales que no tiene el narcotráfico y, que, sin embargo, en algunos casos asume al satisfacer ciertas necesidades harto conocidas por las redes criminales, debido al espacio compartido con la pobreza donde estas redes se generan. Esto explica la idealización, legitimación y fortalecimiento del criminal en los sectores populares. El narcohéroe burla la ley de un Estado que burló los derechos de sus ciudadanos.
Los Trabajos del Reino (2010) es una novela del escritor mexicano Yuri Herrera que demuestra lo anterior narrando un palacio del narcocrimen conformado por su rey y una corte que lo secunda. Herrera expone una premodernidad organizada como una monarquía criminal donde el narcohéroe representado por el personaje apodado El Rey es motivo de hazañas en los corridos de El Lobo, un adolescente con acordeón; única herencia recibida de un padre que decidió abandonarlo por carencias económicas. Como personaje, El Lobo pasa del anonimato a ser reconocido por El Rey bajo un nuevo apodo: El Artista. Un reconocimiento que ni él ni su padre sintieron por parte del Estado para sobrevivir con otras condiciones de vida, pero que ahora recibe de El Rey, quien se convierte en su protector, su narcohéroe. Ahora bien, entre El Rey y El Artista se establecen relaciones de poder, puesto que la tarea de este último será cantar las proezas de su nuevo protector. El corrido es un discurso legitimador de la heroicidad y las virtudes de la monarquía del crimen ahora dependerán de los narcocorridos de El Artista a pesar de su prohibición por parte del Estado.
El poder de la literatura es usar las herramientas de la ficción, establecer un cruce de medios de representación: la música, el cine, la pintura entre otros. Las problemáticas sociales que no siempre tienen una voz que las enuncie, encuentran en el arte de la escritura, un modo de legitimar la denuncia de la violencia, que se desprende de las relaciones de poder entre el Estado y las organizaciones criminales. El traslado del corrido a la novela funciona como herramienta de verosimilitud en la de denuncia que articula la obra. Yuri Herrera reconoce en el corrido un discurso que documenta la violencia con la precisión que, quizás, se perdería en la formalidad o parcialización de otros discursos, una realidad cantada que explicaría la censura a la que ha sido sometido este género musical, en varias ocasiones, en México.
Un escritor y cualquier artista en general, están en condición de aguzar la percepción de su entorno como quien frunce el ceño ante una afirmación. La propuesta de Yuri Herrera indica que los discursos populares también pueden ser documentos de la cultura y documentos de la barbarie.
La relación que un artista tiene con los documentos de archivo, con la verdad, no tiene que limitarse a ser estética para hacer de ello un simple uso ornamental. Un artista no embellece, escarba con otros medios lo real, en su visión de mundo hay un encuentro con la voluntad de verdad del historiador, quien, a su vez, se embelesa con la “manipulación” que hace de los datos el escritor. En el sentido del pensador francés Georges Didi-Huberman, se trata de “volver sensible” el documento para “volver visible las fallas”, es decir, exponer los espacios donde el discurso histórico ha suspendido el reclamo de los más vulnerables, esos que apenas pueden sobrevivir desde el anonimato, pero que aún sin poder pueden, esto es, afirmar sus carencias y sus deseos.
Las manifestaciones artísticas contribuyen a denunciar no solo los abusos del Estado, sino la impotencia de los sujetos sociales: el desprendimiento de un poder decidir y elegir.
Este volver sensible para volver accesible, tiene su ejemplo en la agrupación musical mexicana Los tigres del norte, que con su historial de narcocorridos se popularizó masivamente con canciones como “La cruz de marihuana”. Sin embargo, cierta sensibilidad, comercial o no, permitió que el grupo virara la mirada al publicar una canción como “Las muertas de juárez”, canción cuyo contenido tiene la frase “huesos en el desierto”, título del libro de crónicas periodísticas del escritor Sergio González Rodríguez, donde se narra el horror de las muertes reales de mujeres y niñas, mexicanas y extranjeras en Ciudad Juárez, en una escalada que pone en evidencia la impunidad tan alarmante como estas muertes, donde el Estado pasa de ser sospechoso a un eminente cómplice, y donde el periodismo, la música y la literatura, toman posición para darle nombre a lo que parece no tenerlo. Señalar esos vacíos es una forma de nombrar.
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