El último indio*

A mí no me manda nadie… excepto el pueblo al que pertenezco.

(Trino Morales)


Después de muchos años volví a Valledupar, que, como pocas ciudades nuestras, puede decirse que nació y que vive en el pentagrama**.

Llegue allí después de un largo vuelo con tres horas y media de escala en Bogotá, quizá porqué desde otras ciudades del interior, al Valle solo importa llegar para su Festival. Viajé para saludar y visitar a Trino Morales, con quien trabajé por más de dos años, siendo Trino el primer Presidente de la Organización Nacional Indígena de Colombia-ONIC-, y yo el primer asesor jurídico de la misma.

El encuentro no pudo ser más desalentador y triste. Ese hombre de hierro, que pasaba por las inclemencias del clima como si fuera una estatua, estaba tendido en la cama del hospital, con los huesitos casi pegados del cuero y su cara profundamente chupada a la manera del grito del pintor Edvard  Munch. No me reconoció, y solo algunos quejidos profundos y sonoros salían de su ser inconsciente. Cada una de sus manos estaba amarrada a un lado de la cama para que no se retirara las sondas y demás artefactos clínicos que le habían colocado.  Yacía dormido y entubado todo el tiempo. Una falla renal lo tenía con diálisis periódicas. Recordé a mi mamá en sus últimos días y el corazón se me deshizo.

Trino es uno de los últimos dirigentes históricos del Movimiento indígena colombiano.  Un hombre forjado en las vicisitudes de lucha directa y la dirigencia social, de los cuales quedan muy pocos. Trino fue uno de los Fundadores del CRIC, el primer Secretario Indígena de la ANUC, cuando los indios eran un apéndice de la organización campesina y el Director del periódico Unidad Indígena. Trino fue un indio formado por la experiencia y entregado a la causa, como ninguno. Sus diferencias con la gente del Cauca lo llenaron de decepción y por eso se marginó totalmente. Y lo marginaron, además.  Dicen que así paga el diablo…

La historia de mi encuentro con Trino no tuvo nada especial. En ese entonces, trabajaba en el Servicio Jurídico del Consejo Regional Indígena del Cauca-CRIC- y en una visita de Trino a Popayán, me propuso irme a trabajar con él a la Onic. De pronto lo convenció alguna salida que ya habíamos hecho juntos, creo que a la Sierra Nevada o a Purembará, o la recomendación de algún compañero el Cauca. Terminé entonces en Bogotá, ciudad a la que llegué con dos cajas y una maleta a vivir en una pieza en Torres del Fenicia. Traigo a la memoria estos detalles porque durante el largo viaje de Medellín a Valledupar, tuve la oportunidad de rebobinar y responderme algunas preguntas relacionadas con mi cuarto de siglo al servicio de la causa indígena y mía, por supuesto.

Quizá hablar de Trino*** sea solo la excusa para evocar aquellos años cargados de ilusiones, trajín y compromiso casi misionero con  las organizaciones indígenas. Durante más de dos años viajé con Trino y otros compañeros por el país indígena, en cuyas comunidades, tambos, chozas, Malocas, kankurias, salones comunales, templos evangélicos, iglesias católicas y salones de clase, dicté repetidas y agotadoras charlas y cursos de legislación indígena. En aquellos tiempos, Trino o el compañero del Ejecutivo Nacional de la ONIC que siempre me acompañaba, iniciaba la reunión con una disertación sobre la organización indígena.  Después de mis charlas, venía la atención a los compañeros indígenas, la mayoría de ellos acosados, engañados, ultrajados y humillados por colonos, guerrillos y  funcionarios del gobierno que de cuando en cuando aparecían por allí.  Poco o nada podía hacer y la rabia y la impotencia siempre terminaban minándome más que el trabajo mismo. Memoriales para convertir las Reservas en Resguardos, ejercicios colectivos para hacer el croquis del territorio y solicitar al Incora la titulación de un Resguardo, elaborar memoriales para el saneamiento o la compra de tierras y la redacción de solicitudes respetuosas a las autoridades municipales o regionales, embargaban el poco tiempo disponible después de las charlas o cursos. Y allí, siempre el Compañero Trino, dando consejos, recibiendo quejas en voz baja y dejando instrucciones para el quehacer próximo.

A Trino lo evoco como un indio perseverante, tozudo y trabajador como el que más. Siempre tomando nota en su agenda. Un ser comprometido con la causa al que no le importaba el clima o la geografía para llevar su mensaje organizativo. Un hombre callado, poco afectuoso y un auténtico cofre sellado para sus interlocutores, incluido yo, por supuesto.

La primera sede de la ONIC fue una pequeña y fría casita, con un piso de madera crujiente y unas escalas con un tapiz desgastado que alguna vez fue rojo. Ubicada en la entrada de la Calle Tercera, del barrio La Candelaria, en ella vivía, trabajaba y hacía vida marital Trino Morales, un indio Misak (Guambiano) pequeño y macizo, casi marmoleo, de mirada pícara y descreída y de sonrisa escasa. Después entendí que Trino era un ser desconfiado a ultranza y que las llaves de su corazón solo las podría tener, si acaso, su compañera y Tesorera de la ONIC.  Lo veo en su cuarto frío y medio desarreglado, al cual pocas personas entraban. Está sentado al borde de la cama organizando papeles, leyendo y contestando cartas o revisando los proyectos y finanzas de la organización, tarea que solo confiaba a él y a su compañera.

De Trino vine a saber algo más cuando leí su autobiografía y pude discernir la razón de su drástica decisión de marginarse totalmente del movimiento indígena, luego de ser excomulgado por su organización, el CRIC. Recapitulo esto, porque fue objeto de una charla con Trino, muchos años después de dejar la Presidencia de la ONIC, en su finca de Simonorwa (Tierra de Leones), donde lo visité por primera vez y porque aquel acontecimiento terminó, retroactivamente, marcándome  como un soberano ingenuo.

Fue durante el Segundo Congreso Indígena Nacional que, como el Primero, se realizó en el Colegio Claretiano de Bosa. De un momento a otro, el Congreso se dividió, los indígenas de Selva y Llano encabezados por Trino, abandonaron el sitio del Congreso dejando a la gente de la Zona Andina sola y a mí, en total desazón. Vociferé y denosté contra la decisión y sus auspiciadores entre los cuales, para mí, Trino el principal impulsor. El asunto terminó dos días después, con la llegada de los indígenas que se habían ido y la clausura del Congreso sin más novedad que la elección, como nuevo presidente de la ONIC de un indígena Piaroa, que resultó ser un venezolano beodo e irresponsable.

Bueno el asunto es que en aquella visita a Trino hablamos del tema y pude saber que la decisión de marcharse del Segundo Congreso la impulsaron Trino, las Lauritas y mi futuros buenos amigos, los funcionarios indigenistas,  porque estaba de por medio el proyecto de impulsar la lucha armada indígena a nivel nacional con lo cual Trino estaba en total desacuerdo. Yo nunca lo supe. Mucho bobo!.  Trino, por supuesto, no me creyó.

Esta historia y la columna terminan con la siguiente anécdota: estábamos en Bogotá en una beba pantagruélica con mi entonces amigo León Valencia, quien ya bien borracho, me acusó de criticar la lucha armada a pesar de haber sido impulsor del Movimiento Armado Quintín Lame.


*Segunda crónica de lo que he dado en llamar la “Trilogía Vallenata”

**Recojo la frase que me recomendó mi amigo Dasso, luego de leer “La Cajita de Música”.

***Ver: “¡A mí no me manda nadie!” Historia de Vida de Trino Morales. Christian Gros, Trino Morales. Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia. 2009.


Jesús Ramírez. Abogado de la Universidad de Antioquia. Consultor independiente.

 

Jesus Ramirez

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