Cientos de personas en el país, en su mayoría de Antioquia, aún tiene la tusa y el despecho por la partida eterna de Darío Gómez, aquel que con su ingenio para componer y su inconfundible voz, acompañó a través de sus canciones la tristeza, el desamor o todo aquel sentimiento que tocaba el corazón.
La primera vez que escuché y supe de este gran cantante antioqueño fue precisamente a lo que él le apuntó, convertir la desgracia que de una u otra manera toca al ser humano en un momento de su vida, para hacerla canción.
Corría el año de 1990 y una desgracia llegó en un momento crucial en mi vida familiar y fue precisamente su más reconocida canción la que nos acompañó ese dolor toda vez que cantábamos entre lágrimas sus estrofas, las mismas que le dieron la vuelta a toda Colombia y gran parte del mundo hispano hablante y no era otra que Nadie es eterno en el mundo.
Crecimos con sus canciones, sus letras, el sentimiento de su voz y lo pudimos conocer como el mismo se autoproclamó: el Rey del Despecho lo cual no lo tomó con ínfula ni soberbia sino más bien por verse cercano al sentimiento humano o como lo dijo el mismo Jhony Rivera, “cantaba con el lenguaje del pueblo” y por ello lo hacía más inmenso y amado por sus seguidores.
Leyendo la columna de Juan José Hoyos, ‘Nosotros y las canciones de Darío Gómez’ y su referencia al amigo Ricardo Aricapa quien realizó un reportaje titulado: “El rey del despecho”, me motivé a buscar en las redes y más aprovechando que sus fans estaban subiendo a la nube gratos recuerdos de sus canciones y especialmente de su espectáculo musical, encontré al que se denominó, el último concierto en vida de Darío Gómez.
Hubo muchos aspectos que me llamaron la atención en esta última presentación del “Rey del despecho”, uno de ellos fue precisamente su sencillez y calidad humana para tratar a las personas. El respeto, la consideración y la forma de manejar una situación incómoda para él como artista, es la manera de entender el porqué, lo hizo ser valorado, respetado y querido por sus seguidores.
El mal sonido de su última presentación, los incomodos pitidos que se generan por un mal manejo de quien está al frente de la consola, no fueron motivo para que este cantante y compositor antioqueño se enojara o hiciera como he visto a muchos artistas, bajarse de la tarima o cargar su furia por esta situación.
Darío Gómez en su sencillez, en un muy marcado acento paisa y con trato de respeto y consideración, en vez de enojarse, lo que hizo fue animar y destacar la labor de quien quizás estaba manejando la consola en un mar de nervios al tener a un artista tan reconocido y valorado en el país.
Así era el “Rey del Despecho”, según cuentan para mi caso especial quienes lo conocieron de cerca como mi gran amigo Horacio Grisales o la misma Arelys Henao con quien he tenido la oportunidad de hablar de música, reconocen en este artista a un ser único, diferente, amable, de trato respetable y bondadoso. Su don de gente y su calidad humana siempre lo hicieron grande.
La primera y única vez que vi a Darío Gómez fue en una de sus presentaciones artísticas hace ya más de 20 años en la Macarena, encontrando en este último de su vida en YouTube, algo similar que pude evidenciar a través de una canción especial para mí que me llamó poderosamente la atención, la cual esta vez con una voz diferente y agotada que por lógicas razones no era la misma, cantó en lo que iba ser su último concierto, “Adiós a la vida”, así fue, lo predijo y se le cumplió.
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