Hoy, en la fachada de muchas casas, amarrado a puertas y ventanas, ondea contra el viento un trapo rojo. No importa si es de tela, si es un costal o si es cartulina, el trapo rojo ha ido llenando el paisaje de las comunidades más empobrecidas de todo el territorio nacional y el Valle de Aburrá no le ha sido ajeno.
Llevamos más de veinte días pidiéndole a los colombianos que permanezcamos en casa, que no salgamos, que nos cuidemos. Pero el hambre es sorda y no entiende razones, y a los asaltos a camiones en plena calle se suman los gritos de ayuda de una sociedad que no tiene cómo quedarse en casa y al mismo tiempo tener para comer. Son gritos tan estridentes que el Congreso habló de ellos y el presidente los mencionó en transmisión nacional. Suenan tan duro en nuestros oídos que los noticieros los replican y se han convertido en el tema de muchas conversaciones. Son gritos que tuvieron que transformarse y se volvieron símbolo.
Cada que se ve un trapo rojo en la ventana de una casa, en cualquier lugar de las escarpadas laderas del Valle de Aburrá, se ve un grito contenido en esa tela. Es el grito de toda una familia que pide ayuda porque tiene hambre. Que no puede salir porque tiene miedo, pero que sale porque no es capaz de ver morir de hambre a sus hijos. ¡Afortunados todos los que no tenemos que gritar! Pero muchos de nuestros vecinos tienen que decidir entre morir de Covid19, o morir de hambre: y gritan su rabia y alguna abuelita la teje para poder colgarla en la ventana.
Entonces se siente ‘indignación’ y se siente el alma tocada. Nos unimos y logramos demostrar que la solidaridad es una de las características de los antioqueños. Muchas alcaldías y la gobernación han dado muestras de gallardía y de tesón, al brindar herramientas para facilitarle la vida a muchos que no pueden mantenerse en cuarentena: los que no tienen casa, los que viven del diario, los que piden, los que venden, los que transportan, los inmigrantes. Pero nunca faltan los avivatos: dirigentes, comerciantes y contratistas que han creído que en este abril pueden hacerse su agosto; miserables que se aprovechan de los que son más débiles hoy y buscan quedarse con la plata de los que mueren de hambre. Y mientras que la alcaldesa de una pequeña población colombiana le escribe al gobierno para devolver el subsidio que por error recibió, el alcalde de Abejorral (Antioquia), compra litros de jabón por más de noventa y nueve mil (99.000) pesos cada uno. ¿Dónde los comprará? ¿Qué pensará este alcalde cuando ve los trapos rojos que ondean ante él como un reproche?
Es en este momento que estamos viviendo y en el que tantas costumbres están cambiando, cuando más deben resaltar los valores de los que tanto nos jactamos: no puede haber corrupción nunca, mucho menos ante un panorama como el que se vive en los lugares más pobres. ¿Cómo justificar los precios desfasados y la pobre atención, frente a un niño que lleva tres días sin comer? Los antioqueños somos mejores que esa caricatura de ser humano que pintan algunos; demostremos que este sí es el verdadero momento de Antioquia y no permitamos que mueran más personas por hambre que por Covid19.
Espero solo tener que decir esto una vez, pero el mayor deseo que tengo para el pueblo antioqueño y colombiano es que no haya más trapos rojos colgados en las ventanas.