Se me quedó chiquitita el alma para tanta tristeza. Alguna vez escuché decir por ahí lo siguiente: “Existen dos caminos para llegar a la inmortalidad: ser una estrella de fútbol, o ser periodista”. Y se los juro, nunca pensé que doliera tanto el sueño de ser inmortal. Mi humanidad está en pedacitos. A modo de carta, les digo: no tengo palabras para contarles cuánto me hubiera encantado conocerlos en la cancha. En la cancha, que es uno de mis lugares favoritos en el mundo. No tengo palabras para contarles lo que daría hoy por saludarlos como colegas, balbuceando quizá un par de palabras en su idioma. No sé cómo decirles que sin ustedes todo mi sentir de hincha, hoy, no tiene un sentido.
Tengo atorado en el alma el grito de Campeón. Tengo grabada en la piel la euforia de vivir una final más. Tengo en el corazón una ilusión perdida: ya no existirá ese duelo. Hoy vivimos un duelo tristísimo que nos enluta a todos los fanáticos de la vida. Sí, de la vida. Porque para nosotros el fútbol es todo eso: la vida en sí. Hoy tengo en mi mente a las madres, los padres, los hijos, los hermanos de esas almas que nos abandonaron cuando luchaban intensamente por un sueño precioso: ser Campeón. Hoy tengo en mi cabeza a los ídolos, magos capaces de detener y acelerar el tiempo con el rodar del balón. Hoy tengo en mi ser a los periodistas, a mis semejantes, valientes que con palabras pueden hacernos vibrar y llorar.
“Existen dos caminos para llegar a la inmortalidad: ser una estrella de fútbol, o ser periodista”. Se me revienta el alma de impotencia por mi deseo de querer que esto sea verdad. La vida es un suspiro. Tan efímera, pero gloriosa como un gol anotado en el último minuto. La vida es la euforia del pitazo final y la ansiedad del salto a la grama. La vida es un partido que nos jugamos todos buscando definir nuestro destino según el marcador. Y hoy más que nunca, rogaría por jugar con ustedes un alargado. Por disputar con gallardía unos cuantos minutos de adición. Por verlos celebrar con sus familias. Por verlos agitar sus camisetas enloquecidos por la gloria del máxime logro: ser Campeón.
Se me quedó chiquitita el alma para tanta tristeza. Se me acabó el discurso. El luto me agotó. ¡Gracias por vivir y jugar! En cada pelotazo los llevaremos.