Años atrás el sicario descargaba una ráfaga de balas sobre su víctima,
hoy descargan letras.
El ejercicio del periodismo diáfano, puro y fiel a los principios estrictos de la información veraz y objetiva, que citaran muchos catedráticos y pensadores en respectivos artículos y textos de estas últimas décadas, ha desaparecido.
Hoy, los latinoamericanos estamos sometidos a los rigores de un sicariato mediático, desarrollado por un grupo de comunicadores y pseudo periodistas metidos a “comunicadores”, que tienen acceso a una cámara de celular y una cuenta en redes sociales, desde donde se han dedicado a asesinar reputaciones de la forma más vil, temeraria y grosera.
Esa crápula gremial, que ha asaltado programas de radio, televisión, algunos medios impresos y, sobre todo, las redes sociales, se ha convertido en terror de funcionarios del Estado, temor de políticos, persecutor de empresarios privados y en el acoso de una sociedad que se ve sometida a la canallada de la invención y la obscenidad con que ese grupúsculo, asesina con impunidad a sus víctimas solo por no compartir su mismo criterio.
Son conocidos. Solo hay que sintonizar determinados programas o leer ciertos medios y/o artículos especialmente digitales; estas prácticas vergonzosas, que se reproducen a diario, son posibles por la complicidad de los que acceden a los servicios de esos sicarios mediáticos para satisfacer venganzas o doblegar a sus competencias quienes gastan miles de dólares por sus pautas, muchos de sus principales auspiciantes son banqueros y empresarios, pero también por pavor a ser sus víctimas, como el actual alcalde de Quito, Jorge Yunda e incluso el mismo presidente ecuatoriano Rafael Correa, quien fue víctima de una persecución mediática que se materializó cuando estos personajes mediáticos se tomaron la molestia de viajar hasta Bélgica con la única finalidad de retarlo a una pelea callejera.
Temerosos hombres y mujeres prefieren pagar para no caer en las garras de esos extorsionadores noticiosos amarillistas, que no se paran ante la verdad o la mentira para lograr sus propósitos.
Para ser ‘justo’, quiero ‘distinguir’ a algunos de esos sicarios mediáticos, que no cobran dinero líquido por sus campañas sucias, pero que igual asesinan reputaciones para favorecer proyectos políticos, empresariales de los cuales luego se benefician y/o como desahogo de frustraciones personales.
Sin lugar a dudas el escritor ecuatoriano Benjamín Carrión, debe estar revolcándose en su tumba por la vergüenza que produce esa generación de trúhanes que ha asaltado el noble ejercicio del periodismo y la comunicación en el país, aunque el que más se destaca es “La Posta” y “Castigo divino” en Ecuador bajo la dirección cantinflesca de Luis Eduardo Vivando y Anderson Boscán, famosos por ser misóginos en público y en privado, no tienen ningún reparo en denigrar a una mujer sea ex asesora ministerial como una asambleísta, llevando la bandera del escarnio sobre un caballo muy robusto gracias a sus colaboradores económicos.
Los que seguimos ejerciendo esta profesión con dignidad y decencia, aunque no nos lucremos de la pauta, estamos tan avergonzados que, falta poco para, nos arrodillamos ante la sociedad para pedir perdón por los pecados de los otros, hoy el sicariato mediático destruye vidas al punto de ser muertos vivientes en una sociedad polarizada, necesitada de manera emergente una ley de comunicación y volver a retomar los principios y valores humanos básicos, respetando el derecho a la confidencialidad de la fuente como al contenido de información.
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