“Es esta una cara de la derecha colombiana que, poco a poco, se ha perfilado. Las líneas generales de su rostro las trazó él y el lienzo le ha quedado pequeño (…)”.
En el siglo XXI la derecha y la extrema derecha exhiben rostros cada vez más diferentes. La historia política reciente de Europa y de América latina da cuenta de esto. En la vitrina de la esfera pública se aprecian rostros tan diversos como los de Santiago Abascal (Líder de Vox, partido político que congrega a la extrema derecha española), Giorgia Meloni (Actual presidenta del Consejo de Ministros de Italia), Jair Bolsonaro (Expresidente de Brasil), Javier Gerardo Milei (Presidente actual de Argentina), Jeanine Áñez (Expresidenta interina del Estado Plurinacional de Bolivia), José Antonio Kast (Líder de la extrema derecha en Chile) o Dina Boluarte (Actual presidenta, vía golpe de Estado, del Perú). Estos son, entre otros, los semblantes que tiene la derecha y su extremo para mostrarle al mundo: mujeres y hombres ataviados con trajes de alta costura y con cierta formación intelectual, que han desdibujado el viejo imaginario —heredado de las dictaduras del siglo XX— en el que la derecha y su versión ultra se identificaban, las más de las veces, con la figura del caudillo vestido con uniforme militar, investido con un halo de misticismo y gloria, acompañado por un grupillo de golpeadores fanáticos cual guardia pretoriana. Ya no sucede así.
Sin embargo, lo que aún permanece en medio de esta heterogeneidad de rostros de derecha y, sobre todo, de extrema derecha, es una línea de continuidad en el discurso y en las prácticas políticas que debemos identificar y enfrentar con determinación. Identificar y enfrentar porque dicha línea discursiva y sus efectos prácticos suponen un peligro inminente para la democracia y sus valores constitutivos: las libertades individuales y políticas, así como la igualdad jurídica y económica de los ciudadanos.
En el caso de Colombia, ¿Cuál es, entonces, la imagen que podría tomar la derecha política, incluso en su versión más desorbitante y peligrosa? Para responder a esta pregunta hay que considerar previamente, al menos, tres cosas. La primera —y como buen principio de realidad— es que todavía falta tiempo para las elecciones presidenciales del 2026 y, en esa medida, es pronto para perfilar las candidaturas de todos los lugares del espectro político, pues muchas cosas, a favor o en contra de esas caras, pueden acontecer. Un segundo elemento digno de consideración es que las elecciones suelen ser un lugar de ajuste de cuentas en las que el electorado pasa factura a las malas administraciones, y este es un dato no menor toda vez que, dependiendo de los resultados de la gestión general del actual gobierno, la balanza se moverá a la derecha, al centro o se mantendrá a la izquierda. En tercer lugar, es importante tener en cuenta el carácter impredecible de las dinámicas electorales del país. Como ya sabemos, cualquiera puede ser congresista o presidente de la república. Para ser un hombre de Estado en Colombia no se necesitan grandes calidades humanas ni notables cualidades intelectuales. Basta con tener un buen padrino político, estar arropado por un clan tradicional e influyente o ser un personaje reconocido en redes sociales. Si se tienen todos estos elementos, mayor probabilidad hay.
Dicho lo anterior, vale la pena indagar cuál es el rostro que se ve tras el cristal. En honor a la verdad, podría no tratarse de un rostro sino de varios, puestos por la vieja y, si cabe la expresión, «la nueva derecha». El exhibidor está atiborrado. Así aparecen nombres y hombres con tradición política como Germán Vargas, Enrique Peñalosa o Alex Char; también camaleones políticos, opositores declarados y advenedizos ruidosos: Claudia López, el mismo Carlos Fernando Galán, María Fernanda Cabal, Paloma Valencia o Miguel Polo Polo. Ahí están puestas los deseos de algunos y los análisis razonables de otros. Pero a este selecto grupo le falta un célebre integrante, uno que tiene todos los pergaminos: el leguleyo. ¡Sí! Todo indica que podría ser presidente: tiene padrinos políticos que, de hecho, lo llevaron a las altas esferas y a quienes, en efecto, él protege a capa y espada (Iván Duque y Álvaro Uribe); posee también la maquinaria política del Centro Democrático, el Partido Conservador y Cambio Radical; y en cuanto su posicionamiento en redes, el leguleyo se ha encargado de instrumentalizar la plataforma mediática de la Fiscalía General de la Nación en aras de presentarse como un agente y/o funcionario de élite que todo lo soluciona a nivel nacional e internacional.
Es esta una cara de la derecha colombiana que, poco a poco, se ha perfilado. Las líneas generales de su rostro las trazó él y el lienzo le ha quedado pequeño, pues en poco tiempo se ha retratado a sí mismo como la persona con “mejor formación” de su edad en todo el país, se ha jactado de ocupar y ejercer “el segundo cargo más importante de esta nación” y, sin sonrojarse, se ha convertido en juez y parte al decir que “estamos haciendo la mejor fiscalía de la historia”. Porque no se puede ser tan grande y tan importante siendo solo Yo. Mejor Nosotros: Yo soy uno y todos. Y ni pensar que será la historia la que lo juzgará o absolverá. ¡No! Él lo hace con la historia. Sobre esa altísima estimación de sí mismo que posee el funcionario hay ya suficiente ilustración. Véase al respecto, por ejemplo, el trabajo periodístico hecho por Isabella Mejía Michelsen a propósito de La creciente megalomanía del Fiscal Barbosa, publicado por el portal la Silla Vacía en febrero 17 de 2021. Este trabajo resulta interesante e importante porque, leído en clave de teoría política, esa megalomanía se traduce en una característica imprescindible para ser candidato de la derecha en su acepción más extrema, a saber: el culto al yo, a la personalidad.
Sí, el culto a la personalidad, pero no solo eso. Se trata del yo y del héroe. Es mucho más que el personaje mejor preparado, el funcionario más eficiente en la historia de la institución o el depositario del segundo cargo más importante de la nación. ¡Él es el héroe llamado a proteger la institucionalidad colombiana! Así lo dijo en declaraciones recientes a la prensa (véase la publicación web de El Colombiano, el 27 de noviembre del presente año), cuando el presidente de la república planteó algunas preguntas cuyo objetivo era esclarecer los presuntos nexos de algunos agentes del CTI con el narcotráfico en Buenaventura. Por parte del leguleyo no hubo una dialéctica solvente ni respuestas claras, pero sí evasivas y una bravuconada a través de la cual se endilgaba un atributo más a su magnánima persona: “Si el presidente quiere un enfrentamiento con la institucionalidad colombiana, yo estoy listo a darlo en cualquier momento”. Este es, pues, otro atributo propio de todo líder de derecha: su carácter heroico. ¡Ecce Homo! Dispuesto a darlo todo por su nación.
Como si fuera poco, a ese par de características esencialistas que ya posee el leguleyo se suman otras actitudes autoritarias que merecen especial atención por el peligro que revisten: es beligerante con los que le cuestionan y complaciente con los sectores más poderosos de la sociedad. Evidencia de esto son, en primer lugar, los ataques constantes al periodismo que le hace control y le controvierten sus desaciertos, abusos de autoridad y connivencia con miembros de sectores políticos cuestionados; en segundo lugar, la estigmatización de la protesta social y la persecución judicial hacia los manifestantes de sectores populares —incurriendo en una clara extralimitación del poder—, y, por último, la flagrante violación de la división de poderes por su ya recurrente y descarada participación en política. Así pues, las facciones son tan comunes como las de los otros rostros de la derecha: autoritarismo, conservadurismo, desprecio por los sectores populares que luchan por sus derechos y libertades, a la vez que condescendiente con los oligarcas y benefactor de sus intereses.
Es cierto que no tiene la trayectoria política de Marine Le Pen, ni el carisma de Bukele, tampoco esos visos de irracionalidad y demencia presentes en las personalidades de Trump o Milei. También lo es que aún no emergen en su discurso otros elementos del paquete ideológico típicamente atribuido a la derecha radical, tales como el nacionalismo, el racismo y la xenofobia. Pero en su retórica es igual de vociferante y en sus actitudes ciertamente peligroso, pues todas sus acciones, calculadas y desmedidas al tiempo, han tenido lugar el seno de la institucionalidad. ¡Miren! Ese rostro a la derecha… ¡Cuidado! El leguleyo es presidenciable.
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