En la víspera de cumplirse un año del cambio de régimen de gobierno en México, el país refleja una polarización que ha escalado diversos sectores, donde se advierte esa riesgosa confrontación entre gobiernos, empresarios y sociedad civil.
El arribo de un Presidente como Andrés Manuel López Obrador emanado del partido Morena identificado con la izquierda, no ha sido sencillo ni para simpatizantes, ni oponentes.
El rastro de Enrique Peña Nieto así como doce años de gobiernos panistas dejó una honda huella en México donde el centro de todo ha estado en la corrupción y la permisión para dejar que los grupos delincuenciales fortalecieran sus redes de poder en territorio nacional.
Sin embargo, la arrasante campaña victoriosa de AMLO y su partido, ha ido diluyendo la burbuja del ilusionismo para aterrizar en una realidad, donde no sólo el Presidente, sino el resto de los gobernantes que ganaron con el impulso de la victoria presidencial han mostrado su inexperiencia para ejercer esa gobernanza donde se colaron los oportunistas y neo morenistas provenientes de todos aquellos resquicios de partidos políticos, que al perder el poder, se subieron al barco López-obradorista antes de hundirse en sus desprestigiadas militancias del pasado reciente.
Si bien el mandato de Andrés Manuel ha tenido aciertos puntuales como el combate frontal a la corrupción, finaliza su primer año de gobierno envuelto en un halo de más críticas que aprobaciones, donde se empieza a sentir que ese boomerang que resistía y relanzaba la popularidad del Presidente, ya no tiene los mismos resultados.
Lo anterior es un efecto normal que se enfrenta al ejercer el mandato y dejar las acciones populares para dar paso a medidas que no serán aprobadas por mayorías.
La personalidad del Presidente sin duda ha sido un sello fundamental para calcular los primeros efectos reales en estos doce meses de mandato. A AMLO le cuesta la autocrítica, esa que se agradecería de un mandatario que debe olvidarse de exacerbar o recalcar apoyo o críticas a las mayorías y minorías.
El enfrentamiento social que hoy registra México, no es responsabilidad exclusiva de quien gobierna al país. Es un factor que proviene de diferentes sectores sociales, donde se involucran sociedad y sectores productivos.
México hoy muestra una fuerte polarización política donde los actores suelen caer en reacciones extremistas que en lugar de favorecer a la negociación o diálogo con los ciudadanos, se encarga de confrontar una y otra vez, para demostrar que el poder está en otras manos y con decisiones que a veces resultan erráticas.
En el interior del país, los gobiernos de Morena están enfrentando esa curva de aprendizaje con altos costos reprobatorios de sus ciudadanos.
Gobernadores, Presidentes Municipales, Senadores, Diputados y Regidores entre otros, siguen tejiendo pirámides de poder, donde se fraguan venganzas, persecuciones o nuevos contubernios con el pasado, que tarde o temprano emulan a esa llamada Mafia del Poder.
Los brotes de violencia política que se observan en América Latina preocupan en México, sobre todo, cuando los gobernantes y actores políticos deben entender que en una sociedad con una transición de regímenes, es erróneo hablar en absolutos o bien, ser proclive a enfrentar de manera deliberada a los propios actores de una sociedad.