Imagínense que un día el presidente Santos decidiera hacer una ley que modificara el estatuto tributario para crear más impuestos. Imagínense además que para hacer esto no tiene que tramitar todo un proceso en el Congreso, en donde tiene sectores que están en oposición a él y seguramente le rechazarán algunas propuestas; sino que únicamente tiene que dirigirlo a los magistrados de la Corte Constitucional (y que éstos sean afines a sus políticas y formas de pensar aunque se hagan llamar “imparciales”) para que ellos, con votos de entre muy pocas personas y en recintos cerrados, decidan crear la ley. Sin debates de grupos políticos, sin oposición argumentada, sin nada. Sólo se creó y ya.
Eso es lo que puede llegar a suceder en Venezuela con la noticia de que el Tribunal Supremo de dicho país vetó a la Asamblea Nacional y tomó sus funciones.
Resulta que recientemente se dio a conocer mundialmente la noticia de que el Tribunal Supremo de Venezuela decidió tomar las funciones de la Asamblea Nacional, como órgano encargado de crear las leyes y modificar la constitución del país; debido a que según ellos hubo ciertos congresistas cuyo proceso de elección fue cuestionado por el mismo gobierno y que no se hizo nada al respecto.
Además de ser una excusa muy débil para vetar a toda la Rama Legislativa del Estado, esto constituye todo un ataque a la institucionalidad, al Estado y a la democracia: es casi que un golpe de Estado (uno institucional) porque recuerden que hace siglos se dieron las revoluciones en el mundo por el mero hecho de que el pueblo estaba cansado de tener a un gobernante que asumiera los tres poderes del Estado en una sola persona (la facultad de ejecutar -rama ejecutiva, la facultad de expedir normas nacionales -rama legislativa-, y la facultad de juzgar conductas imponiendo sanciones -rama judicial-); y años después se repite la historia en Venezuela con un “presidente” (porque parece más rey que presidente ahora) que tiene ahora la facultad de ejecutar y casi que de legislar al mismo tiempo -y no se diga la de juzgar, teniendo magistrados a su favor en el Tribunal Superior-. Los golpes de Estado no tienen que ser necesariamente violentos o con muerte o exilio del gobernante: también puede darse un ataque desde la institucionalidad que rompa todos los esquemas más fundamentales de una sociedad.
Venezuela es ahora casi que una monarquía disfrazada de democracia: las monarquías se caracterizan precisamente por centrar todas esas facultades en una sola persona, y eso es lo que está sucediendo aparentemente con Maduro. Si bien sé que no existen las democracias perfectas, algo que he aprendido a lo largo de mi vida es que existen características que hacen que un país sea más democrático que otro (defensa de los derechos humanos, voto igualitario para todos, respeto de opinión, separación de poderes en ramas, elecciones de cargos públicos, entre otras cosas). Y lo que sucede en Venezuela es un ataque contra una de las reglas más básicas de la democracia: la necesidad de la separación de poderes. Además, ni hablar de las otras cosas: censura política a la oposición (que incluso la Asamblea Nacional tenía una gran mayoría opositora antes de ser vetada), persecución a sectores contradictorios (con prisión para personalidades de la oposición), mal manejo de la economía (con estipulación de precios fijos sin estudios de sus impactos macroeconómicos), y demás cosas.
Lo más preocupante es que si el Tribunal Supremo toma las funciones de la Asamblea Nacional, puede suceder no sólo que creen alguna ley polémica, sino que además modifiquen la constitución. Y esto es gravísimo, porque la constitución es la norma jurídica fundamental. ¿Qué quiere decir eso? Simple: que si les da por colocar en la constitución que ya Maduro no durará 4 años en poder, por decir, sino 6; lo pueden hacer en principio sin ningún otro problema adicional.
Es por esto que muchos países vecinos, incluidos en ellos a Colombia, están tomando las medidas diplomáticas más convenientes por el momento, como la protesta diplomática más grande que se puede realizar: desde llamar a informar al embajador, hasta retirarlo totalmente de Venezuela como símbolo de ruptura de toda clase de relación internacional (por ejemplo Perú ya lo hizo).
¿Se imaginan que algún día sucediera algo de tal magnitud en Colombia? Sin duda alguna yo sería el primero en salir a las calles para protestar por eso y enfrentarme a todo tipo de represión estatal -y estoy totalmente seguro que no sería el único, que hasta incluso usted lector tal vez lo haría-. Así como siglos atrás la gente luchó por sus derechos y por la existencia de una democracia en la nación, ahora se repite -y se debe repetir- la historia con el pueblo venezolano en la consolidación de una nueva democracia y el bloqueo al que parece ser, ahora, el Rey Maduro.
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