Ponernos en el lugar del otro es sin duda bastante complejo. Sin embargo, creo que ya no es tiempo de suponer que pudo ser o no. Desde la firma del acuerdo de paz entre las Farc y el Gobierno nacional se ha hablado del posconflicto, que sin duda abarca todos los sentidos en los que se debe iniciar el cumplimiento de lo pactado en las negociaciones. Por supuesto no es fácil incorporar de nuevo a quienes habían desistido de luchar con democracia y tomar la violencia como defensa de sus ideales. Y no es fácil precisamente porque el imaginario colectivo no lo incorpora de inmediato, es un proceso que va más allá de la aceptación social, y que también se le exige reconocer que hay más actores que el Estado y los grupos subversivos en el conflicto. Si somos consecuentes con el posconflicto, debemos ampliar el escenario de participación de quienes se han dado a la tarea de construir un espacio que ofrezca esperanza y oportunidades para quienes no quieren más una guerra que ha sido incontenible desde siempre.
Llamar un escenario de participación “PARA NO VOLVER A LA GUERRA” es, sin duda dar un paso atrás con todo lo que se ha logrado en este momento histórico por el que pasa nuestro país. Hacer este tipo de afirmaciones, ignora que hay otros factores que también generan violencia, y omite que no estamos precisamente en un posconflicto con todos los grupos armados existentes; entender esto es darle espacio a la reflexión del avance que ha tenido el posconflicto en términos reales, debe ser un escenario en el que se encuentre representado todo el pueblo colombiano que ha sufrido de manera directa e indirecta las consecuencias de la guerra. Precisamente este tipo de hechos son los que nos hacen un llamado de atención con la responsabilidad tan grande que requiere la reconstrucción de una sociedad cansada de ser vulnerada y atropellada. Es inaudito encontrarse con la exclusión en este tipo de espacios; si estamos en una lógica de inclusión y reconstrucción entre todos de la sociedad con la que soñamos, no podemos ser quienes precisamente excluyan a quienes han sido los más afectados por la violencia: las víctimas, ellos también merecen participar y construir desde la experiencia dolorosa por la que les ha tocado pasar, eso implica demostrarles nuestro compromiso con la paz que todos queremos.
Nuestra deuda social es tan grande, que el primer paso para saldarla es reconocer a esas víctimas que nos han dicho de mil maneras que no quieren seguir en lo mismo, una guerra sin sentido que es como un cáncer silencioso que nos arrebata lo poco que nos queda.