El Reto de Ser Médico

“Desafortunadamente ellos ya no sienten que nos necesitan, y cuando nos necesitan, no nos ven como su médico de confianza, sino como un empleado más del sistema de salud que ellos, con sus sueldos, contribuyen a financiar.”


En esta época de constante crisis entre los médicos y nuestros pacientes quiero compartir un fragmento de mi último libro publicado “El Reto de Ser Médico», escrito por Camilo Sastoque y su servidor, donde planteamos dos retos que debemos afrontar los médicos en la actualidad.

Cada día es más frecuente apreciar, no solo por las experiencias de otros, sino también por la propia, los conflictos cada vez más incómodos con nuestros pacientes. Conflictos relacionados con las expectativas en la atención del servicio de salud, inconformidades relacionadas con el criterio del médico tratante o del manejo que éste le daba a la patología. Me di cuenta que vivimos una crisis, un divorcio entre el médico y su paciente, que se vuelve cada vez más abismal por la influencia de las redes sociales y del conocimiento ubicuo en salud, aunque mal estructurado, que más que enseñar provoca confusión, pues la mayoría nuestros pacientes no saben discernir entre una información doxológica y otra epistemológica, es decir, no  saben diferenciar adecuadamente entre una información basada en las opiniones (todas respetables) y la información basada en el conocimiento científico, que es en última instancia el tipo de información que la medicina trata.

¿Cuáles son los retos que tenemos los médicos hoy en día? En mi concepto hay dos retos claros que los médicos en la actualidad debemos afrontar para tener un ejercicio profesional exitoso, entendido esto no como prosperidad económica, sino éxito desde el punto de vista de la relación médico-paciente.

El primer reto que debe afrontar todo médico en ejercicio es uno para consigo mismo. Debemos reconciliarnos con nuestra profesión. En la mayoría de los casos, por no decir que todos, los médicos estudiamos por una vocación de servir a los demás, una vocación al servicio de nuestros pacientes. Pero cada vez es más frecuente escuchar a colegas decirle a sus hijos, o cualquier otro conocido, que no estudien medicina, con argumentos que van desde el alto riesgo de demandas, la mala remuneración que contrasta con la excesiva carga de trabajo y el reconocimiento, desafortunado, de que somos un gremio privilegiado pero también muy malagradecido. Muchos médicos sienten que su trabajo no es reconocido, pues ya no son frecuentes los pacientes que nos dan las gracias cuando acertamos en nuestras apreciaciones clínicas, mientras que si no lo hacemos, caemos de inmediato en el desprestigio absoluto. Como dicen algunos: “si el paciente se mejora es gracias a Dios (lo cual seguramente es cierto) pero si el paciente fallece es culpa del médico”

He escuchado a médicos de diferentes edades hablar de su profesión en términos que nos coloca en una posición comparable con el de las meretrices, porque ya no somos buscados por nuestros pacientes, como ocurría antes de la ley 100, o donde un consultorio lleno o con una oportunidad de citas de más de tres meses era sinónimo de prestigio. Ahora hay especialistas que deben buscar estrategias para atraer a sus pacientes. Todo obedece a una dinámica de mercado en la que nuestro sistema de salud ha caído, producto de las imposiciones del modelo neoliberal. Pero, más allá del modelo económico, los médicos debemos entender que, para bien o para mal, somos parte de un sector importante de la economía del país, un gremio que produce y, en ese contexto, un gremio que debe ser rentable. No digo que esté mal el hecho de que el quehacer médico sea parte de la economía de un país, pero lo que sí está claro es que más allá de vender nuestros servicios, atendemos a nuestros pacientes, que son ante todo seres humanos y eso establece una diferencia ontológica profunda que nos separa de cualquier otro comerciante.

La reconciliación con nuestra profesión debe iniciar desde la universidad. Miremos las dinámicas que se dan al interior de las universidades, de las residencias, las especializaciones y demás postgrados: hay una jerarquía rígida, una serie de rangos comparables con la milicia, en donde el médico de mayor rango se aprovecha de los que tienen uno menor. Escuchamos al especialista maltratando al residente delante de sus pacientes, desautorizándolo de una manera no sólo inadecuada sino humillante. Lo mismo pasa entre el residente y el interno, y entre éste y el estudiante. Existe una tendencia a tratarnos mal entre nosotros. Eso debe cambiar, porque una cosa es educar para formar basados en el respeto, la comunicación asertiva y el entendimiento del otro, y otra muy diferente pretender educar usando la humillación y la intimidación, con el falso argumento de que así se aprende.

No digo que no debe haber jerarquías, porque no tiene el mismo nivel el especialista que el residente o el estudiante. Las jerarquías siempre van a estar, pero estas formas inadecuadas de corregir (que no es lo mismo que educar) hacen que nuestros pacientes, que son los espectadores silenciosos de estos episodios humillantes, pierdan la confianza en nosotros como profesionales (Serra. 2012). La relación médico-paciente se basa en la confianza, pero ésta tiene dos dimensiones: por un lado la confianza que tiene el médico de sí mismo, y por el otro lado la confianza que le tiene el paciente a su médico; lo delicado de este asunto es que la segunda depende de la primera, de modo que si nos mostramos inseguros frente al paciente éste inmediatamente pierde la confianza en nosotros, y en este punto la relación médico-paciente se vuelve prácticamente insalvable.

Como vemos, la mitad de la relación médico-paciente se basa en la confianza que el médico tiene de sí mismo, la otra mitad es la confianza que el paciente siente por nosotros. Si cualquiera de estas dos dimensiones de la confianza se pierde no hay nada que hacer. Lo mejor es remitir al paciente con otro colega con quien pueda establecer una mejor relación. Bajo estas condiciones ni el más experto de los médicos, el que más experiencia o experticia tenga o más conocimiento sepa, podrá salvarse del desprestigio y del fracaso. Debemos aprender a educar para formar desde el respeto, las retroalimentaciones deben ser duras si son pertinentes, no olvidemos que en nuestras manos está la salud de las personas, es una responsabilidad enorme, pero dicha retroalimentación debe ser para el médico, el paciente debe quedar al margen de esta dinámica paternalista.

El segundo reto que tenemos los médicos hoy en día es reconquistar a nuestros pacientes. Desafortunadamente ellos ya no sienten que nos necesitan, y cuando nos necesitan, no nos ven como su médico de confianza, sino como un empleado más del sistema de salud que ellos, con sus sueldos, contribuyen a financiar. Es muy fácil decir que esto se debe a la mercantilización de la salud, es fácil decir que es culpa de las aseguradoras, o de las clínicas, o de nuestros jefes, o del presidente de turno, o de los congresistas; lo cierto, querido colega, es que gran parte de la culpa de esto la tenemos nosotros mismos. Somos nosotros los que ponemos barreras infranqueables y nos excusamos con factores externos, que no podemos controlar, y como son factores que se salen de nuestras manos nos sacudimos la responsabilidad, porque nadie nos puede culpar por ello. Les endosamos responsabilidad a los auditores por el excesivo control del gasto, pero no nos medimos cuando pedimos cosas sin pertinencia. La culpa del exceso de control que recae sobre la práctica médica que hemos padecido todos los que hemos trabajado para el sistema de salud, probablemente es por nuestra falta de autocontrol. El criterio clínico no solo se trata de disminuir a la mínima expresión la incertidumbre a costa de todo tipo de exámenes, también hay criterio clínico cuando enfocamos nuestro quehacer sobre la base de la relación costo-beneficio. Si nos tienen excesivamente controlados es por nuestra falta de autocontrol. Esto acaba con la confianza entre nosotros: los auditores y administradores desconfían de los médicos que piden de todo, sin pertinencia médica, y a su vez, los médicos tratantes desconfían de aquellos, porque creen que su labor solo se reduce a controlar y evitar el gasto. Debo decir, en este punto, que los dos están equivocados: el gasto descontrolado por la falta de autocontrol rebaja el criterio clínico a una arbitrariedad y el control excesivo, sin retroalimentación asertiva, reduce la auditoría a la tiranía.

Debemos tratar a nuestros pacientes como quisiéramos que nos trataran a nosotros cuando estemos en esa situación, allí, sentados frente a un extraño al que le confiamos nuestros dolores, nuestro sufrimiento, al que le confiamos la intimidad de nuestros cuerpos. Debemos corresponder con empatía y respeto a nuestros pacientes cuando nos consultan. He visto a colegas devolver a sus pacientes por llegar tarde, sin siquiera tomarse un segundo para entender cuáles fueron las circunstancias que lo retrasaron. Algunos se disgustan por esos retrasos, y pobre del que se atraviese por su camino; maltratan a las enfermeras, a las auxiliares, se desquitan con el primero que se encuentra. A veces lo hacen en voz alta y todos se dan cuenta de la crisis personal y emocional que le genera atrasarse en consulta, hasta que ven a su paciente octogenario llegar torpemente con su caminadora, por sus propios medios, arrastrando tras de sí sus enfermedades.  He visto colegas devolver a ancianos o a madres con niños en brazos porque llegan tarde. A ellos les digo que son seres humanos a los que atendemos, no somos comerciantes de electrodomésticos. Nos falta algo que no nos enseñan en la facultad: la empatía.


El libro El Reto de ser médico será presentado en la Tercera Jornada de Derecho Médico organizado por la Academia Colombiana de Cirugía Plástica Reconstructiva Estética (ACCPRE) el día 2 de abril de 2022.

Están todos invitados.

Sanders Lozano Solano

Médico y Cirujano de la Universidad Surcolombiana y Abogado de la Universidad Militar Nueva Granada, es Especialista en Gerencia de Servicios de Salud y Magíster en Educación. Experto en responsabilidad médica, se ha dedicado en los últimos años a su verdadera pasión: la academia y la escritura.

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