Emprendimiento: un refrán que se volvió moneda corriente en el argot popular; un esfuerzo cultural movido desde la academia y la institucionalidad estatal para el crecimiento económico. Sin embargo, ¿qué no nos dicen de emprender?
Normalmente entendemos al emprendimiento como “volverse millonario”, aunque en realidad emprender solo es el primer paso del trabajo, es el arranque y es armar un proyecto para sí o para otro (refiriéndonos al concepto de intraemprendimiento).
Luego, tenemos cientos de amigos en Instagram promocionando diversos productos y servicios de un nuevo proyecto personal, lo cual no está mal, pero ¿Y si lo hacemos mejor? Y no, no soy un experto o reconocido empresario, sólo alguien que opina desde un poco de experiencia, malas pasadas en proyectos personales y que quiere generar una reflexión a aquellos que se aventuran en el maravilloso mundo del emprendimiento.
El reto no termina con el diseño de la idea de negocio cuando se arrienda el local o se publica la tienda virtual, pues ese es tan solo el primer paso, y en muchas ocasiones la emoción y el fervor no nos permiten poner demasiado cuidado en la etapa de planeación. Los “estudios de mercados” en su mayoría de veces no pasan de ligeros sondeos, donde dos dólares de combustible y tres vueltas a la manzana se convierten en el “reconocimiento del sector”.
Y los errores no terminan allí. Un lindo empaque del producto que vendes tampoco marca la casilla de innovar en el mercado, no obstante, ¿qué hay de malo en comercializar algo común? nada, pero difícilmente otorgará altos márgenes de utilidad, dado que la economía de alto valor agregado es la gesta del desarrollo de los países.
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Diseñé un producto ganador, ¿compro la máquina para contar billetes?
No, no es suficiente, solamente se ha agotado el primer paso. El emprendedor debe revisarse periódicamente en la necesaria actividad de rediseño, de mejoramiento constante; posterior a esta primera etapa, el emprendedor tiene su más grande reto: gerenciar la PYME, la más grande responsabilidad de “ser tu propio jefe”, donde cada error, en el mejor de los casos, cuesta no pagarse la quincena. “Se empieza por la disciplina”, decía en una clase de pregrado Alexander Persand Barnes, consultor empresarial. Parafraseándolo:
“En principio puede que se gane menos que un empleo común, que se trabaje muchas más horas, pero luego ganas más que tu antiguo jefe y aportas un gran valor a la sociedad.”
Esta disciplina es el motor que alimenta la persistencia en los altibajos comunes en un proyecto empresarial en construcción –y también es común en las más grandes compañías, guardando las proporciones– y marcan “qué tan en serio me tomo lo que hago”.
Adicional, nos enfrentaremos a otros retos que la universidad no enseña: la necesidad de hacerse con costos fijos, el manejo y responsabilidad directa sobre el personal a contratar, el arte de negociar con proveedores, la política de precios, la política de atención al cliente y todo aquello que debe complementarse a saberes mucho más tecnificados como la gerencia financiera, la gerencia del marketing y la gerencia de operaciones.
Sobre este último punto hay algo importante que acotar: la operación, sea de producción, mera comercialización o ambas, básicamente, el know-how del negocio. Un punto importante para resaltar, dado que todos conocemos personas con altas cualidades para gerenciar un negocio que se atrevieron a emprender y que no conocían, y en la mayoría de las veces esto no tiene buenos resultados (se debe tener precaución con ese impulso de Rey Midas).
Reflexión final
Mucha admiración hacia la energía y disciplina a la hora de emprender ideas de negocio, y es claro que hacer empresa en un país como Colombia es bastante complejo desde un proteccionismo que encarece las cadenas de valor, las robustas normas de garantismo laboral, una asfixiante carga tributaria y el exceso de burocracia que resta competitividad (¿Alguno ha pedido una licencia a Invima para fabricar un producto?). Sin embargo, en ocasiones debe regularse la motivación y dar las pausas necesarias para minimizar los riesgos en una inversión de tiempo y dinero en proyectos personales.
Debemos profesionalizar las labores que realizamos, entender que el emprendimiento en algún momento debe dejar de ser un autoempleo y generar un sistema que permita convertirse en toda una organización. Ello se realiza asumiendo el reto de gerenciar una pyme, pasar de la difusión en estados de redes sociales a elaboradas campañas publicitarias, de emplear a el amigo varado a realizar serios procesos de selección de personal, de dejar de manejar la caja menor en el bolsillo izquierdo y la caja mayor en el bolsillo derecho y, sobre todo, impulsarnos a generar valor en el producto o servicio que ofrecemos ¡Y a interesarnos en aspectos como la posventa!
Y de nada ¡Muchos éxitos en sus proyectos y espero verlos prontamente en Forbes!.
Este artículo apareció por primera vez en nuestro portal aliado El Bastión.
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