Recientemente conversé con Kafka. Al término del ciclo cinematográfico “Ver y leer” -que presenta adaptaciones de obras clásicas- lo vi en la última hilera del auditorio. Parecía extrañado o aturdido, como si el grito de Anthony Perkins en la última escena de aquel personal The Process de Orson Welles lo hubiera dejado tambaleante o reducido en el caos. Creo que no fue el único, al iniciar la proyección había 15 personas en el auditorio, pero tras dos horas de metraje a blanco y negro, si acaso, permanecía el acomodador, el infaltable dormilón y Kafka. Pocos aguantaron el voltaje de la dinamita de Welles.
Kafka se me hizo muy parecido a Perkins; alto, atractivo, elegante y con porte adusto. Comprobé que aquel atractivo juvenil que se conserva en sus fotografías no solo es cuestión de buena pose.
-¿Qué tal la película? -le pregunté mientras salía del auditorio-
– Confusa. Y Josef K. no murió como debía morir: ¡Como un perro! -exclamó en perfecto español-
-Me quedo con la puñalada en el corazón. Y dime, a qué se debe tu visita -le dije al ver que se marchaba-. Este año el mundo celebra tu vida, tu talento, tu legado. Aunque para serte honesto -proseguí-, no creo que nadie pensará en el regreso de Kafka en el año K. Podrías pasar como un muy buen imitador. Pero eres Kafka, eso lo sé, pero ¿a qué vienes?
-Me enteré de que en este teatro presentarían una película vagamente inspirada en una novela que escribí luego del juicio de Felice en el Askanischer Hof, pero que nunca -y de ahí mi sorpresa cuando me di por enterado que se basada en El Proceso-, quise revisar o publicar. Solo publiqué Ante la ley. Por lo demás, recuerdo que le entregué los capítulo en legajos sin clasificar a Max y varias veces le imploré que los echará al fuego. ¡Vaya que no cumplió!
-Sí, esa película es un clásico, pero la verdad no me parece la gran cosa -le dije con un dejo de indiferencia- prefiero mil veces la adaptación británica de 1993. Ya que estás por acá –continúe– conversemos sin alcohol. Soy afortunado al coincidir con el regreso de Kafka en el año K.
-¿Por qué dices año K?, es por Josef K. el agrimensor K… -replicó con malestar-
-No, es por ti -respondí inmediatamente- este año se conmemora el centenario de tu muerte. Ya eres un desaparecido, similar al joven karl Rossman. Y en los últimos cien años -signados por guerras de todo tipo y por una profunda devastación moral- tu obra se convirtió en el mayor mito literario del siglo XX. Y tú apellido, ya desprovisto de plumaje, se ha transformado en un adjetivo transcultural disputado por varios Estados.
-¿Cómo qué mi obra? -me inquirió con preocupación- ¿La transformación?, ¿Un médico rural?, recuerdo que alcance a revisar las pruebas de imprenta de Un artista de hambre… Con Dora, en el sanatorio…
-Sí, así es, es lo último que hiciste el 3 de junio de 1924. Cuando desapareciste esa tarde Max Brod no solo publicó -con una edición malintencionada, te lo advierto- tus novelas inconclusas, sino que además emprendió, -y en ello fue bastante efectivo- una campaña de promoción que te convirtió en uno de los principales narradores de la historia. Vaya que sí te tenía fe. Estás a la altura de tus grandes maestros: Flaubert y Dostoievski.
-Max… -dijo pausadamente- pero cómo lo hizo. ¿Y cuáles obras, si ninguna estaba concluida?
-Para serte honesto, eso tiene que ver con el atractivo del genio creador, el misterio que se refugia en lo indeterminado, en lo inconcluso. Pero no solo Max publicó tus novelas -mi favorita es El Castillo, me la he leído ya cuatro veces en diferentes ediciones-, luego, se publicaron los diarios y las cartas. Desde la Carta a Hermann -y te digo que tu padre está presente cada que se hace algún análisis de tu obra- a las cartas a Felice o Milena. No sé cómo te lo tomarás, pero Felice se las vendió a un editor.
-Pero, pero, pero -repitió consternado- esos documentos son íntimos, o cuando menos, tenían como fin a un único receptor. Mi padre, Felice, Milena. ¿Mis diarios? Pero si ahí fantaseo con aspectos muy privados, que nunca -y lo digo sobre todo por pudor- hubiese querido que se conocieran por alguien más. No lo entiendo. Sé que publiqué poco, Contemplaciones, La transformación, Un médico rural…Max me insistía en publicar más, pero no, debía sentir la perfección en mis dedos. Y eso lo sentí con muy pocos relatos. Así que no entiendo por qué se publicaron relatos no revisados, cartas, ¡diarios! que nunca jamás pensé si quiera en publicar.
-No te estreses tanto por eso estimado desaparecido -le dije con una ligera dosis de satisfacción- forma parte de tu esencia creadora. El mundo te celebra y también se reconoce en tus obras. Algunos de tus lectores son exagerados y te ven como una especie de “profeta del horror”; otros, un poco más aterrizados -y ahí me incluyo- valoramos tu obra como un continuum literario. Aunque sí te reconozco que no volví a releer las cartas y los diarios por respeto a tu intimidad.
Al observarlo percibí que tenía la mirada gélida como tanteando en el pasado de sus abismos; tal vez, intentaba recordar a quién le había entregado aquel relato, alguna carta; tal vez, se recriminaba por no haber tenido el valor de quemar con sus propias manos lo que Max Brod no quemó… seguro se sentía desnudo, ya todos sabían sobre su intento de suicidio, de su preferencia por los burdeles, de su sofocante intensidad romántica…. Bueno -dijo al cabo de un rato mirándome distraído- lo que más me molesta es que Max haya editado e intervenido en las novelas…
-No hay problema -le dije con otra dosis de satisfacción- desde hace algunos años se vienen publicando las versiones originales, sin interferencias o correcciones infundadas. El auténtico Franz Kafka.
-Por lo menos, -dijo dubitativo-. Ya me voy. Me espera un sueño intranquilo. Mañana debo estar a primera hora en la estación.
-Muy bien, ¡siempre bienvenido al año K.! -le expresé a título de despedida-
-¿Y qué sigue? -me inquirió como si no tuviera opción-
-La siguiente película del ciclo -y con esa terminamos- es una adaptación de El Castillo, dirigida por Michael Haneke en 1997. Te esperamos.
Para Sebas, a tu energía creadora
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