“Sin embargo, detrás de esta particularidad también subyace una problemática mayor. El Puente de la Doctrina ha sido promesa incumplida de varias administraciones. El proyecto para construir un puente moderno, que mejoraría significativamente la conectividad del corredor vial Chinú-San Bernardo del Viento, permanece en un limbo financiero. El Gobierno Nacional había comprometido recursos por 60.000 millones de pesos, pero hasta ahora, esos fondos no han llegado. Los estudios están completos, los diseños aprobados y el proyecto radicado ante el Ministerio de Transporte, pero la espera parece interminable”.
La cultura del Caribe colombiano tiene un carácter único, un espíritu que conjuga lo real y lo fantástico en un equilibrio que solo podría ser descrito como macondiano. Esta perspectiva, popularizada por la obra de Gabriel García Márquez, revela una manera de vivir donde lo extraordinario es parte de lo cotidiano, y donde paisajes surrealistas y realidades mágicas se entrelazan con sucesos históricos.
Fue precisamente en este escenario de realismo mágico donde me encontré con el Puente de la Doctrina, una estructura que parece sacada de una novela garciamarquiana. Este puente, ubicado sobre el río Sinú, conecta al corregimiento de Santa Lucía de Las Garitas con la vía que une a Lorica y San Bernardo del Viento, en el departamento de Córdoba. Pero lo que lo hace verdaderamente especial no es su ubicación ni su función, sino su peculiar sistema de operación: el puente de un solo carril y construido en pendiente requiere de “semáforos humanos” para regular el paso de los vehículos.
La imagen se debate entre lo inverosímil y lo casi poético: varias personas, con banderas verdes y rojas, se turnan para indicar a los conductores cuándo avanzar y cuándo detenerse. Este ingenioso sistema, ideado por las familias del corregimiento, no solo resuelve un problema logístico, sino que también se convierte en una forma de sustento para la comunidad local. Estas familias han logrado convertir una necesidad en una oportunidad, manteniendo con humor y creatividad una tradición que, probablemente, sea única en el mundo.
Sin embargo, detrás de esta particularidad también subyace una problemática mayor. El Puente de la Doctrina ha sido promesa incumplida de varias administraciones. El proyecto para construir un puente moderno, que mejoraría significativamente la conectividad del corredor vial Chinú-San Bernardo del Viento, permanece en un limbo financiero. El Gobierno Nacional había comprometido recursos por 60.000 millones de pesos, pero hasta ahora, esos fondos no han llegado. Los estudios están completos, los diseños aprobados y el proyecto radicado ante el Ministerio de Transporte, pero la espera parece interminable.
Erasmo Zuleta, gobernador de Córdoba, ha manifestado su disposición para completar el financiamiento en conjunto con el Gobierno Nacional, pero las palabras han quedado, como tantas otras, en el aire. Mientras tanto, el puente sigue siendo un testimonio vivo de cómo los habitantes del Caribe transforman la adversidad en oportunidad, manteniendo un espíritu alegre y resiliente.
En un mundo que muchas veces parece dominado por el pragmatismo y la urgencia, el Puente de la Doctrina nos recuerda que la vida también puede vivirse con un toque de fantasía. Esa capacidad de ver lo extraordinario en lo ordinario es, en gran medida, lo que define a la cultura caribeña. Y es también una lección para el resto del país: aprender a aceptar la realidad con humor y creatividad, en lugar de sucumbir al pesimismo.
Tal vez no todos compartan esta visión. Kathleen Norris, por ejemplo, alguna vez dijo que “la vida es mucho más fácil de lo que crees; solo es necesario aceptar lo imposible, pasarla sin lo indispensable y aguantar lo intolerable”. Pero, en mi experiencia, el Caribe nos enseña que la vida puede ser mucho más que una serie de resignaciones: puede ser un constante descubrir de lo maravilloso, incluso en algo tan cotidiano como cruzar un puente.
El Puente de la Doctrina, con su semáforo humano, no solo es un ejemplo de ingenio popular; es un recordatorio de que el realismo mágico sigue vivo y palpitante en cada rincón del Caribe colombiano.
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