En la práctica, el proceso de paz con la insurgencia del ELN se reactivó el 11 de agosto de 2022, ese día, una delegación del gobierno encabezada por el canciller Álvaro Leyva y el senador Iván Cepeda, arribó a La Habana. Y de La Habana llegaron a la Casa de Nariño en un barco cargado de expectativas. La paz total se empezaba a erigir como la principal apuesta del presidente Petro (en ese momento sí la estaba criando) y solo sería cuestión de semanas para que se reactivará la Mesa de diálogos.
El punto de partida fue breve: construir sobre lo construido.
Aunque en honor a la verdad, de la negociación que se inició con el gobierno Santos el 7 de febrero de 2017 solo se retomaron algunos cimientos; entre ellos: la estructura en borrador de la agenda de Quito, la composición de las delegaciones, y la necesidad de retomar con urgencia un cese bilateral al fuego.
Ahora bien, en lo que va del gobierno del cambio, con sus luces y sus sombras, la negociación ha tomado un mayor alcance y dinamismo.
Primero, ya no se está negociando bajo la sombra de las Farc (por varias décadas los gobiernos percibieron al ELN como un mero actor de reparto en el teatro del conflicto); segundo, el estallido social de 2021 le otorgó un perdurable mandato fáctico y simbólico a todos los sectores alternativos -entre los cuales el ELN se siente convocado-; y tercero, gran parte del ecosistema de la paz está jugado con la retórica totalizante del gobierno. Desde la derecha se preguntan: ¿Acaso, es una negociación entre aliados?
Pero a pesar de los importantes avances registrados en los cuatro ciclos que lleva el proceso, parece que el grueso de la opinión pública y gran parte del país nacional está desconectado de sus resultados y posibilidades. También parece que el capital de opinión con el cual inició ha empezado a decaer.
En una reciente encuesta de la firma Invamer se indagó sobre los diálogos de paz con la guerrilla y el 59% de los encuestados se mostró favorable, y aunque el porcentaje es alto, si lo comparamos con la medición registrada en agosto de 2022, nos enteramos de que la caída es de 17 puntos. Pero un año atrás el diálogo solo generaba expectativas; ahora, la Mesa tiene resultados, acuerdos, instancias para mostrar. ¿No es esto suficiente para sostener o activar la confianza ciudadana?
Como contrarelato, y según se desprende de la misma encuesta, el porcentaje de consultados que se mostró más favorable a una salida militar (un imposible desde todos los ángulos, pero en lo que muchos colombianos insisten ciegamente en creer) pasó del 21 al 37 %. Y ya lo dice el viejo y conocido refrán: la importancia de las encuestas se encuentra en las tendencias.
¿Qué hacer?
Lo cierto es que a casi un año de iniciado el proceso resulta pertinente preguntarse sobre qué sectores no integrados al ecosistema de la paz se sienten convocados o están medianamente interesados en una negociación cuyo leitmotiv es precisamente la participación; o si los avances de la Mesa han resultado insuficientes para activar la movilización del país nacional; o si el interés en relación a los procesos de paz -tras una década hablando del asunto- ya se agotó en las preocupaciones del colombiano de a pie.
Son muchas preguntas que además se irán complejizando conforme el proceso avance y llegue al abordaje de tres temas sensibles: víctimas, justicia transicional y desarme. ¿Serán las discusiones que sacarán a la Mesa de los márgenes del país nacional?
Amanecerá y veremos.
*Desde la Plataforma de seguimiento al proceso de diálogo entre el gobierno y el ELN -Isegoría- se pueden encontrar una serie de análisis, columnas, boletines, documentos académicos, y reportajes periodísticos relacionados con este proceso. Toda esta información se puede consultar en el sitio https://isegoria.udea.edu.co/
Todas las columnas del autor en este enlace: Fredy A. Chaverra Colorado
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