El jueves 6 de abril de 2017, el gobernador de Antioquia (uno de los 32 departamentos de Colombia, del que Medellín es su capital) condecoró con la Medalla de Oro (la máxima condecoración oficial del departamento) a Maluma, cantante de reguetón, 23 años, nacido en estas tierras.
Esa condecoración ha desatado una buena polémica pues los contenidos de muchas de las canciones de Maluma tienen un contenido machista, misógino, degradante de las mujeres.
El problema no es Maluma: él tiene derecho, como artista y persona, a hacer lo que se le venga en gana. A escribir lo que quiera a escribir. A cantar lo que quiera. Nos guste o no nos guste. A mí no me gusta. A raíz de esta polémica he intentado escuchar varias de sus canciones y me aburren profundamente. Sus letras me parecen malucas, no solo horribles en su contenido y en sus mensajes. No disfruto su música, pero eso es problema mío, y es un problema que no comparten sus millones de seguidores en todo el mundo. Maluma es hoy uno de los artistas más conocidos (y gusta…) en el mundo hispano, y en otros mundos más allá de lo hispano. A sus 23 años ha logrado ser una figura mundial de la música que hace, y eso habla bien de él por su persistencia y, diría, hasta por su coherencia, así muchos no compartamos lo que hay atrás de esa coherencia.
El problema, entonces, no es Maluma. Es el Gobernador de Antioquia, Luis Pérez, un tipo extraño, de una megalomanía enfermiza. De una superficialidad suprema y que, de manera extraña, irradia y contagia esa superficialidad a sus más inmediatos funcionarios. Con unos aires de grandeza que no se corresponden con sus haceres y, menos, mucho menos, con sus «pensares». Un tipo vanal, superfluo, melifluo, trivial.
Luis Pérez, quien había sido alcalde de Medellín y, por alguna razón, se ganó el apelativo de Luis XV (que otros escriben o describen también como Luis 15%, vaya usted a saber por qué), tiene un cargo público, una función pública y un deber público: gobernar pensando no solo en sus gustos personales o en sus caprichos: todo gobernante tiene el deber de pensar y actuar con base en principios, no solo en intereses. La condecoración a Maluma, por parte de la Gobernación de Antioquia, solo obedece a su particular capricho y a su personal gusto.
No se qué pensarán en la propia Gobernación de Antioquia la Secretaria de Género (hay una secretaría de género en la gobernación) o la Directora de Cultura y Patrimonio, o el Secretario de Educación: me imagino que estarán pensando algo así como: «¡Ay, este gobernador cómo hace esto, cómo destruye lo que intentamos hacer cada día», o «Ay, por qué condecorar a este Maluma habiendo tantas personas con otros valores más indicados para convertirlos en ejemplo y referencia de nuestra infancia y juventud», o «¡Ay, yo qué diablos hago acá, de secretaria de género, de directora de cultura, de secretario de educación, si este hombre borra con el codo lo que nosotros intentamos hacer cada día para transformar desde la cultura y la educación nuestra enferma sociedad».
El problema no es Maluma. El problema es Luis Pérez. O, mejor dicho: el problema es que Luis Pérez sea el Gobernador de Antioquia. Ese es el problema.