El problema de la verdad

“Si existe una sola verdad,  ¿cuál es?, si creemos saber cuál es ¿cómo comprobarlo? ”


Me ha cautivado desde hace varios años la cuestión de la verdad. Recuerdo tener varias conversaciones sobre el tema con algunos compañeros de la universidad, mi defensa giraba alrededor de afirmar que la verdad es objetiva, mientras que para ellos relativa. En la actualidad, hay una fuerte resistencia cultural a la idea de una verdad absoluta.

Esto presenta un doble problema. Primero, si existe una sola verdad, ¿cuál es?. Segundo, si creemos saber cuál es ¿cómo comprobarlo? Podemos acordar que hay una verdad absoluta y que el relativismo no es coherente, ya que la afirmación “todo es relativo” es en sí misma un absoluto. Si “todo es relativo”, entonces nada lo es, pues esta sentencia no sería relativa. Esta contradicción debilita el argumento del relativismo. Si no se puede relativizar la sentencia “todo es relativo”, entonces el resto del argumento cae por su propio peso.

Quienes defendemos la existencia de una verdad absoluta argumentamos que la verdad se manifiesta en la correspondencia entre nuestros pensamientos y los hechos. Si un hecho no concuerda con lo que pensamos, entonces nuestro pensamiento es erróneo. Cuando una idea falsa genera un hecho, este hecho revela que la expectativa no se cumplió como se pensaba originalmente. Por ejemplo, en el comunismo, los hechos resultantes no coincidieron con las expectativas teóricas: en lugar de abundancia, las personas enfrentan escasez, lo que demuestra la falsedad de las promesas comunistas.

Esto se aplica a todos los sistemas en los que participamos como individuos: la familia, la educación, la iglesia, el gobierno. Hay hechos que pueden ser la consecuencia de ideas falsas, de formas de ver el mundo contrarias a la verdad. Los hechos son los síntomas de las ideas que abraza una sociedad. El problema no solo radica en el síntoma, radica en la idea que lo genera.

Puedo entender que hay particularidades en cada sistema que conforma la sociedad, no están separados el uno del otro, sino articulados de una manera compleja, pues es el acumulado de las decisiones de muchos individuos. Aún así, es posible diferenciar la forma en que ciertas ideas impactan de manera positiva o negativa en la vida de las personas.

El que habla verdad declara lo que es justo, pero el testigo falso, falsedad (Proverbios 12:17). De la misma forma que ocurre con un juicio cuando se tergiversan las pruebas, como sociedad hemos aceptado las declaraciones de testigos falsos respecto a la manera en que debemos vivir. Si rechazamos la verdad, encontraremos injusticia. Entonces podemos comprobar que la verdad es verdadera si declara lo que es justo.

Una discusión compleja

Aquellas discusiones con mis compañeros universitarios llegaban a un punto en el que surgían hacia mí los adjetivos de dogmático y cerrado de mente por no aceptar el relativismo, lo que me disgustaba dado que estaba abierto, pero su argumentación no lograba convencerme.

Pensaba que había una verdad absoluta, porque creía en ella. En particular creía que la verdad era el evangelio de Cristo, tenía fe en que Jesús de Nazaret era la verdad absoluta para cada área de la vida, podía intuir que era cierto pero no lograba explicarlo más allá de que creía que era así.

Esto cambió el día que escuche un conferencista, me habían invitado a participar de un seminario sobre cosmovisión bíblica y lo que dijo ese día Darrow Miller no me dejó dormir. Fue sencillo pero contundente: Jesucristo es la verdad, aunque tú no creas en Él, Él es la verdad, aunque nadie en el mundo crea en Él.

Esta afirmación no trata de convencer, simplemente describe que la verdad no depende de la creencia, existe independiente de lo que pensemos de ella. Como he sido influenciado por el pragmatismo, me era útil creer en esta verdad porque veía que funcionaba. En ese sentido a pesar de aceptar que hay una verdad, la verdad debía adaptarse a mi, pues finalmente los hechos están sujetos a mi perspectiva. Por eso lo único que sostenía mi argumento de Jesús como la verdad era la fe, era lo que me diferenciaba de mis compañeros relativistas. La fe no era algo menor, pues por la fe podía entender como Cristo me rescato de su propia ira. Pero esa fe no era un simple salto al vacío.

Una antigua parábola

La Biblia nos puede ayudar a dilucidar el problema en que me encontraba, al igual que permite mostrar la afirmación de Darrow Miller fuera de la frustrante aceptación de que así son las cosas y no hay nada más que indagar al respecto. Permíteme adentrarme en las escrituras para llegar al punto. El profeta Isaías cuenta la parábola de la viña (Isaías 5:1-7), un hombre trabajó en su viña y esperando obtener uvas para el vino, obtuvo uvas silvestres que no servían para lo que había construido su viña. El dueño de la viña es Dios y la viña es la casa de Israel. Concluye Isaías que “Él esperaba equidad, pero hubo derramamiento de sangre; Justicia, pero hubo clamor” (Isaías 5:7b). Dios había elegido a Israel, y durante el Antiguo Testamento de forma reiterada Israel se opuso a Dios. La labor de Isaias era exponer esta realidad y confrontar como ese pueblo elegido no estaba interesado en dar fruto.

Posterior a esto Jesús va a retomar esta misma parábola (Marcos 11:27-12:12) en medio del cuestionamiento que sacerdotes, escribas y ancianos hacen de su autoridad. En esta ocasión pone el foco ya no en el fruto sino en los administradores de la viña. Los labradores deben dar un buen fruto al dueño de la viña, pero son malvados. Cuando el dueño envió personas (los profetas) a recoger el fruto fueron despreciados y asesinados. Entonces el dueño envía a su hijo pensando que lo iban a respetar, pero también lo matan. Jesús retomó esto que Isaías había pronunciado para responder al cuestionamiento de su autoridad, Él tiene la autoridad de Hijo.  Él espera fruto, por eso fue reconocido como rey al entrar en Jerusalén, y por eso su enojo al ver como el templo se había pervertido.

En el momento en que Jesús declara esta parábola, aún no había acontecido su muerte, y ya los poderosos de ese tiempo la contemplaban. Cuando el dice que dará la viña a otros (Marcos 11:9b), remueve la exclusividad, muestra que la viña ya no estará a cargo de los originales, del pueblo de Israel con sus 12 tribus, ahora son 12 apóstoles. No será un pueblo racial, sino multicultural. Los poderosos de la época comprendieron la respuesta de Jesus, y en este tiempo podemos analizarlo desde la perspectiva de quienes cuestionan la verdad, de quienes cuestionan que Jesucristo sea la verdad.

Han pasado milenios desde que esta parábola se pronunció, y la conclusión sigue siendo la misma. El hijo que fue despreciado y asesinado por los labradores de la viña, es como la piedra que fue desechada pero que se ha convertido en el centro de la estructura. Jesús es la piedra angular. Una imagen pertinente para entender cómo las estructuras pueden existir pero ser falsas si esta piedra angular no se encuentra. El mundo no ha dejado de ser mundo porque se rechace la piedra angular, pero eso no implica que tal piedra deje de mantener la estructura en pie.

Aristoteles planteó un punto importante respecto a la verdad, ciertamente el estagirita no tenía a la mano las escrituras, pero en su razonamiento expuso que hay cosas que pueden existir y ser falsas, es decir que la falsedad no necesariamente esta vinculada a la no existencia. Por ejemplo, en la actualidad existen “personas trans”, son seres humanos físicos, reales, pero falsos en tanto no se alinean con la verdad de lo que es el universal de hombre o de mujer.

Jesús ahora es la piedra angular, la piedra que fue desechada pero que se ha convertido en el centro de la estructura. Dado que Él es la cabeza del cuerpo, todo lo que no esté unido a este centro no será tenido en cuenta.

Una realidad difícil de digerir

La verdad que he expuesto, no es un asunto del contexto cristiano, no es meramente un concepto filosófico o una herramienta pragmática para obtener beneficios. Es una persona: Jesucristo. La afirmación de que Él es la piedra angular va más allá de una metáfora arquitectónica; es una declaración teológica profunda sobre la centralidad de Cristo en la vida.

Sé que no es fácil de aceptar, ya que estamos acostumbrados a reducir el evangelio de Cristo a un ícono cultural. Pero, viéndolo desde el ángulo correcto, no puedo dejar de asombrarme. Quién es Jesús, lo que enseña y representa corresponde perfectamente a la realidad de Dios y del universo. Jesús, además de darle coherencia a la teología bíblica, le da coherencia a vidas como la mía, que han llegado a andar sin rumbo. Él es la manifestación encarnada de la realidad divina. Él demanda ser el centro de todos los sistemas, y a Él todo debe someterse.

Michael Leonardo Serrano Rincón

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