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Que el presupuesto sea la caja de resonancia de las luchas políticas no es una metáfora elegante: es una constatación fría. En uno de los ensayos del economista y filósofo Libardo Sarmiento Anzola para (la edición 261 del le monde diplomatique Colombia), el analista nos obliga a mirarnos en ese espejo —el Presupuesto General de la Nación (PGN)— y a ver, con claridad sin más ambages, las prioridades que hemos decidido como país. Su lectura no está hecha para el aficionado de los balances apacibles; es una invitación a preguntar quién gana y quién queda con la cuenta.
El tamaño del Estado y la ilusión del control, sarmiento recuerda que el Estado moderno no deja de crecer en funciones y presencia, y que el PGN es, en buena medida, la materialización de imaginarios políticos contrapuestos. Pero crecer en presencia no equivale a crecer en eficacia. Colombia concentra casi un tercio de su actividad económica en manos públicas y, sin embargo; evidencia una rigidez presupuestal que asfixia la inversión productiva. El dato no es menor: para 2026 el PNG asciende a $546,9 billones y estaría rondando el 88% del gasto, el cual aparece con serios compromisos por inflexibilidades constitucionales, legales u obligaciones financieras. Eso convierte el presupuesto en un menú casi cerrado, —lo que queda para decir es, — muchas veces, decorativo.
En ese proceso de atomización de demandas y políticas como la suma de “migas”, el autor acierta al señalar que la multiplicidad de ítems (163 en la clasificación del gasto) refleja una sociedad fragmentada. Mientras más particularistas son las demandas, más fácil es cooptarlas y desactivarlas dentro del sistema. La consecuencia practica: políticas públicas desarticuladas, sin visión estratégica, que alimentan clientelismos y reduce la posibilidad real de un proyecto colectivo de largo plazo. En el lenguaje sencillo, nos premiamos por pedir mucho y pensamos poco en cómo construir algo común.
De todo esto, la trampa del “crecimiento al debe” Sarmiento pone el dedo en una llaga difícil de ignorar —con el deseo de que en hacienda pública y la Dirección Nacional de Planeación estén estudiando este ensayo— el crecimiento reciente es frágil y, en buena medida, comprado con deuda. La deuda pública proyectada para el 2026 roza cifras históricas (63-64% del PIB entorno al cierre de 2025 y 2026), mientras la inversión pública languidece (16-17% del PGN). ¿Resultado? Un motor de crecimiento que funciona con inyección fiscal pero que no deja legado productivo duradero. En otras palabras; combustible para el viaje, pero sin ruedas nuevas.
Aunado a lo anterior, las hegemonías junto a la polarización, han reducido las apuestas colectivas. —Lo reconstruye el ensayo, — desde los años setenta, el marco capitalista liberal devino en hegemonía y cómo tanto la derecha como la izquierda han ido ajustando su lenguaje y tácticas a ese telón de fondo. Sarmiento subraya una paradoja inquietante: mientras el Estado gana competencias (regula, subsidia, impone), la política se fragmenta y la capacidad de construir consensos a largo plazo se erosiona. El presupuesto termia siendo campo de batalla de “paquetes” políticos, no de proyectos nacionales.
Los riesgos inmediatos son eminentes, sino se hace algo con el déficit, regla fiscal y blindajes financieros que son insuficientes. Los números no son poesía, el déficit del Gobierno Nacional central alcanzó 6,7 % del PIB en 2024 y se proyectó aún mayor para el 2025; el Comité Autónomo de la Regla Fiscal advierte de un ajuste necesario de $45,4 billones para 2026. La reforma tributaria que supuestamente ayudaría a enmendar el desbalance quedó, además, prácticamente estancada en el congreso. Es decir, tenemos un panel de control con la alarma encendida y sin voluntad política clara para bajar el volumen del problema.
Pero no todo suena, o se puede leer como una catástrofe, los beneficios y aciertos según lo analizado por Sarmiento; atiende y reconocen avances en la construcción institucional del Estado social y democrático de derecho. Algunos esfuerzos de regulación, frente a externalidades ambientales y una mayor conciencia sobre la necesidad de regulación frente a la globalización. El reto es convertir esas intensiones en rubros presupuestales que realmente impulsen la inversión productiva y la sostenibilidad ambiental —no meros anuncios que llenan folios.
El diagnóstico del autor es lúcido: el estado actual del PGN muestra una mescla peligrosa de rigidez, endeudamiento y fragmentación política que pone en riesgo la sostenibilidad fiscal y la posibilidad de un crecimiento con calidad. Si hay que elegir urgencias, propongo tres medidas, sencillas en el anunciado, aunque complejas en la implementación:
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- Recuperar espacios para la inversión productiva. Re-escalar prioridades: menos gasto corriente productivo, más inversión en infraestructura, ciencia y capital humano que aumenta la capacidad productiva. Lo barato hoy —tapando boquetes con deuda— será caro mañana.
- Transparencia y depuración de la multiplicidad presupuestal. Reducir la atomización de ítems que facilita clientelismo; concentrar recursos en programas evaluables por resultados y exigibles por la ciudadanía. Un presupuesto comprensible es un presupuesto controlable.
- Reforma tributaria progresiva y defensa del espacio fiscal. Es dispensable crear un consenso mínimo para una reforma tributaria que mejore la recaudación sin asfixiar la productividad, acompañada de controles estrictos contra la evasión y la elusión. Sin recursos propios sostenibles, cualquier plan de crecimiento será prestado y pasajero.
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No se trata de elegir entre Estado omnisciente o mercado absolutos; se trata de dejar de financiar con deuda las recetas que no contribuyen riqueza. Si seguimos premiando el corto plazo con el dinero del mañana, terminaremos votando presupuestos que ya vienen con el comprobante de pago vencido. Sarmiento nos ofrece un mapa incómodo; —pero necesario— leerlo y actuar sobre él no es un acto ideológico: es, simplemente, sentido de un análisis profuso aplicado a las cuentas.
¡A estudiar, señores del gobierno de turno!













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