Las malas prácticas (de toda índole) reiteradas a lo largo del tiempo terminan por hacerle creer a la gente que actúa de la manera correcta: lo que alguien entiende como “normal” y que, además, repite una y otra vez se convierte en paisaje para el autor, e indefectiblemente a la postre suele recibir aceptación social o indiferencia, que al final del día y para efectos prácticos viene siendo lo mismo.
Cuando el negocio de la droga irrumpió en la cotidianidad colombiana, los narcotraficantes eran bien vistos por un amplio sector de la sociedad, que se rindió a los pies de esos malhechores. Aún tenemos rezagos muy arraigados de esa tragedia entre nuestra juventud: el dinero sucio es codiciado por muchos. No falta el que ve a Pablo Escobar como un ejemplo por seguir.
El niño que presencia cómo su padre golpea a su madre, puede que sea un adulto que considere que maltratar a una mujer es aceptable (es lo que los psicólogos llaman actitud repetitiva). Desde cosas tan pequeñas como sentarse adecuadamente a la mesa, no pasarse un semáforo en rojo, respetar el orden de una fila, hasta dejar de hacerle venia a los contratistas que se roban las obras para comprarse una Toyota Sahara y mudar a la amante, porque la plata pública es sagrada, hacen parte de un imaginario colectivo nacional, que ha trastocado los valores y alterado el orden de las cosas.
Juan Manuel Santos acostumbró al país, a toda clase de trapisondas y atajaos para alcanzar sus retorcidos propósitos. De la trampa y la deshonestidad, Santos hizo su bandera. En ese camino siniestro, “cuadró” con Raimundo y todo el mundo: con los políticos a los que sobornó con la mal llamada “mermelada” (puestos y contratos); con las altas cortes, de cuyos magistrados obtenía importantes favores luego de desayunos y ágapes en Palacio, y, por supuesto, con la gran prensa nacional, a la que compró con la pauta oficial, para que escondiera sus ilícitos y lo presentara como un redentor. Todo lo anterior le otorgó una especie de patente de corso al tartufo, con la que se sintió amparado para inmiscuirse en todo cuanto pudo, desbordando el límite de sus competencias legales y constitucionales. Ni que decir de las fronteras morales que desconoció el “Príncipe de Anapoima”.
Por fortuna, la Patria hoy está en manos de un hombre decente, coherente, consecuente y lo mejor: buen ser humano. El presidente Duque tiene una idea clara de lo que debe ser la política, como un servicio a la comunidad, no solo para hacer obras y mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos, sino también para crear conciencia y conseguir un cambio de mentalidad. El presidente ha planteado una línea de ruptura de la política transaccional y ha enaltecido su talante democrático respetando la autonomía del Congreso, al no intervenir en la elección del Contralor General. Esa sola postura representa un gran logro para la institucionalidad de la República.
Estamos ante un momento trascendental: es posible, si rodeamos a Duque, que, por fin, cambie la forma de hacer política en Colombia y, consecuentemente, la corrupción pase a ser un mal recuerdo del pasado. Todos los ajustes son traumáticos, y es ahora cuando los que apoyamos al presidente debemos mostrar la casta y probar que queríamos ganar para introducir transformaciones estructurales en todos los sentidos. No se trata del poder por el poder, sino del poder para cambiar lo que está mal.
La empresa que ha emprendido el presidente Duque no es tarea fácil, pero vale la pena intentarlo; es el deber ser. Nos robaron el futuro, pero con el presidente Duque estamos empezando a recuperarlo.
La ñapa I: ¡Qué tristeza que la Corte Constitucional “exculpe” a los miembros de las Farc que violaron sistemáticamente a miles de menores y que, además, las hacían abortar cada vez que quedaban embarazadas! No hay motivación política de ningún tipo en esos comportamientos depravados. Que esos miserables vayan a la JEP será un “saludo a la bandera” porque solo la justicia ordinaria podrá aplicarles las máximas penas posibles: crímenes tan execrables no merecen penas alternativas. Tanta injusticia activará, sin duda, la competencia de la Corte Penal Internacional.
La ñapa II: Esta es una de las muchas razones por las cuales no votaré la “Consulta Anticorrupción”: que un cleptómano como el gobernador de Bolívar la apoye no deja de ser rocambolesco y obsceno.
La ñapa III: Resulta fundamental que se consolide una coalición amplia que acompañe al Gobierno en la agenda legislativa, sin puestos ni contratos, con una línea ideológica clara que fue plasmada en el programa de gobierno que obtuvo más de 10 millones de votos en las urnas. Si el Congreso no camina así, que el presidente dirija los destinos de la Nación con las leyes que ya tenemos.
La ñapa IV: Es menester entender que el presidente toma de manera libre las decisiones sobre su equipo de gobierno y que es natural que haya descontento en algunos, pero estos deben tramitarse de manera directa. Hay que asumir que el uribismo ya no es oposición, y, por lo tanto, hay que apoyar al presidente. El presidente, por su parte, no puede cometer el error de no oír a su partido, a su coalición y a las bases que lo llevaron al poder. El diálogo que ha planteado el presidente con la comunidad debe ser igual con sus correligionarios.
@DELAESPRIELLAE