El precio de la libertad | Parte I

Días antes, me introducía en la Divina Comedia para dejarme sorprender por aquella obra poética tan afamada. Mis estudios universitarios sufrían un receso -lo que no implicaba mi entrega a la holgazanería- y estaba aprovechando el tiempo para alejar mi mente de las discusiones técnicas a las que estaba acostumbrado, las dinámicas de clase y la presión de aplicar por rendimiento. Me entregué al entretenimiento y la distracción sin mayores frutos, y a excepción de mi empeño fortuito a la calistenia, no podía rescatarse mucho más.

Fue entonces cuando llegaron algunos cambios. Sentía gran parte de mi tiempo improductivo, inútil, parasitario, intrascendente. Así, decidí reavivar mi gusto hacia la buena literatura y las palabras cuidadosamente ornamentadas por ilustres intelectuales. No sabía con quién comenzar aquella laboriosa tarea, ¿sería un Jorge Luis Borges, un Mario Vargas Llosa, sería un García Márquez, o quizá libros que incentivaran mis pensamientos más agitados; a lo mejor Marx, Russell, Nietzsche, Orwell? ¿Quién finalmente sería?

Llegó a mis manos, en vísperas de mi aniversario existencial, un compendio de dos libros en uno, los más icónicos del autor y con los que iniciaría una tarea seria de reflexión: 1984 y La rebelión en la granja. El primero lo había leído tiempo antes. Al segundo con muchas expectativas y sin mayor dilación, lo devoré. Dicho sea de paso, no resta para con éste menos que recomendarlo al público de buen gusto que aún no llega a sus páginas.

Fue así, hasta que en una muy disimulada y descuidada pila de libros en mi casa descubría a Dante Alighieri. Empecé a entrever las palabras, el estilo, las escenas y a disfrutar fascinado el ambiente neurálgico. Sin embargo, la dicha no duró mucho. El oficio intelectual no es reconocido, y pese a mi tarea autodidacta debía conseguir empleo para estrenar la reciente cédula de ciudadanía que, en apariencia, es el símbolo de la emancipación – al menos legal-.

Ya tenía hoja de vida: era creativa, inusual y a no ser por unas cuantas revisiones, inédita. Anteriormente fue presentada para un trabajo y, sin importar mucho las razones, no prosperó. Sabía que era una buena carta de presentación, atractiva para cualquier empleador vivaz. Envié una como asesor comercial en una tienda de zapatos, otra a un puesto de comidas rápidas, otra a una tienda de ropa, y la última a una mueblería.

Para la tienda de calzado fui atendido mediante llamada telefónica, por una mujer de voz clarísima y un desenvolvimiento encantador. Me hizo varias preguntas antes de indagar mi situación militar:

_ Antes de seguir con el proceso, debo preguntarte: ¿tienes libreta militar? _ interrogó como orgullosa de no haber dejado pasar la cuestión

_ Eh, ¡no!, apenas cumplí 18, estoy adelantado los trámites_ respondí sobresaltado y titubeando

Fue después de colgar -aunque también durante la conversación- que repasé desconcertado todo lo que me había requerido aquella joven de voz envolvente: papeles, documentos, pruebas, cartas, solicitudes, fotos, estudios, experiencia, y hasta -esa fue la gota que rebozó el vaso- libreta militar. ¿Enserio eran necesarios tantos trámites para vender zapatos?, de ser la selección tan exigente, ¿por qué nunca había visto una eminencia ofrecerme calzado con erudita filigrana o darme una asesoría estética de la cual no pudiese escapar sin haber comprado algo? Hasta ahora todo me parecía un absurdo.

En el puesto de comida nunca me contactaron, pero no desistiría en la empresa de encontrar trabajo. Así que, con resuelta diligencia llevé mi hoja de vida a una opulenta mueblería; allá fui atendido de inmediato por la que, en su momento, pensé era compañera sentimental del jefe -en realidad era su madre-. Me hizo unas cuantas preguntas, revisó por encima la hoja de vida, me describió grosso modo cómo eran las labores, habló con el superior y acto seguido me indicó hora y lugar al que debía asistir al día siguiente.


 

Los restos: El presente relato consta de tres partes. La segunda será publicada en 8 días y la tercera en 15, si las condiciones son favorables.

 


Portada tomada de Howard R. Hollem, Public domain, via Wikimedia Commons: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:WomanFactory1940s.jpg

 

Silvio Alejandro Sierra Osorio

Soy un joven nacido en Pereira y criado en Santa Rosa de Cabal, Risaralda. En mi formación académica siempre he sido destacado, pero no considero que sea un factor determinante. Por otro lado, en la vida se deben afrontar nuevos retos, y considero, son las sanas ambiciones la que nos llevan lejos. La inversión de mis esfuerzos la quiero dedicar a la construcción de sociedad, pues es evidente la degradación que hoy padece nuestra sociedad.
Además de mi formación profesional en curso, pretendo tener experiencia en diversos campos, y hoy, emprendo una nueva aventura en la cual las letras y el pensamiento serán mis mejores aliados; vamos a ver como nos sale.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.